La Palabra de Dios es como una semilla; necesita surco abierto y acogida. La Palabra de Dios es el enlace entre Dios y el hombre; una vez dentro del corazón del hombre, comienza su transformación. Cristo necesita colaboradores que proclamen el Evangelio. A ellos se aplica la recomendación del Evangelio de hoy: "Llevad sólo el bastón y las sandalias"; como diciendo: "No pongáis vuestra confianza en los medios, sino sólo en la gracia de Dios"
Hermanas y hermanos:
La suerte del maestro será también la de sus seguidores. A Él sus paisanos no lo recibieron bien por el hecho de ser uno de casa. En otra ocasión quisieron apedrearle y despeñarle por un barranco porque había dado testimonio de su condición de Mesías; lo persiguieron, lo abandonaron, lo traicionaron y lo clavaron en una cruz. "Lo que me han hecho a mí, lo harán también con vosotros"; no se refiere sólo al clero, sino también a sus seguidores laicos. Es claro que ya desde el comienzo, la predicación del Evangelio choca contra las corrientes del mundo.
En nuestro tiempo se quiere expulsar a Dios de la sociedad. La secularización, el laicismo, el agnosticismo se han adueñado de los medios de comunicación social, del mundo político, del poder econC3mico. Sus leyes y costumbres lesionan la moral más elemental, atentan contra la vida (aborto, eutanasia, suicidio asistido, manipulación genética, clonación terapéutica de embriones etc.), contra la familia (divorcio Express, matrimonios gay), contra la fe (enseñanza religiosa, devoción popular, eliminación de festividades).
Pero, ¿dónde están los cristianos comprometidos que den una respuesta convincente con su palabra y que con el testimonio de su vida proclamen la verdad y el bien; que defiendan valientemente los valores en el foro, en la cátedra, en las finanzas, en la investigación científica, en la calle? Los cristianos con liderazgo y garra parece que brillan por su ausencia.
El cristiano es misionero por la fuerza de su Bautismo y de su Confirmación. Es el responsable de la salvación de sus hermanos. Ser misionero es, antes que nada, una exigencia del dinamismo de la fe. Es hacer que el amor de Dios penetre en lo cotidiano del mundo; es sentir que Dios nos empuja entre la gente para preocuparnos de sus problemas. Ser apóstol es rezar como aquella niña: "Señor, haz que los malos sean buenos y que los buenos sean simpáticos".
Ser apóstol y misionero no es tanto hablar de Dios si no vivir a Dios y transmitirlo a cuantos nos rodean. Ser apóstol es tener un corazón tan rebosante de amor que no tenga más remedio que comunicarlo a su alrededor.
Hermanos: Cristo pone tres condiciones para proclamar el Evangelio: dedicación a la misión a tiempo completo, desprendimiento de las cosas, y libertad interior para evangelizar sin condicionamientos. Recordemos que el éxito de la evangelización depende no sólo de nuestro esfuerzo personal, sino también de la gracia de Dios.
Padre Roberto Mena
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