Jesus nos hace ver mejor"
de P. Roberto Mena, ST
Jesucristo, en este pasaje evangélico quita el oprobio que pesaba sobre un hombre, un ciego de nacimiento. Cierren un momento sus ojos. ¿Qué pueden ver? Nada. Ahora, imagínense estar así no una hora, ni dos, sino todo el día. Y aún más, no sólo un día, ni dos, sino todo un año, quizás diez años, o más aún; veinte. ¡Veinte años sin ver nada! Pero aún así habría una gran diferencia en relación con el ciego de nacimiento, porque él nunca vio nada. Desde su nacimiento sus ojos permanecieron cerrados, hasta el momento en que se cruzó con Jesús, y le curó.
Cuentan que un montañista se extravió de la ruta que seguía. Llegó a un gran valle lleno de casas muy extrañas y feas, enfiladas en calles tortuosas. Decidió entrar al pueblo para preguntar dónde se encontraba. Vio a un grupo de niños que platicaban sentados al sol. Al acercarse se dio cuenta que todos llevaban una cinta que les cubría los ojos. Pensó que se trataba de algún juego. Pero no era así, ya que por la misma calle bajaba otro grupo de personas con la misma cinta sobre los ojos. Entonces les preguntó por qué llevaban los ojos vendados. Le respondieron que desde que nacían se les cubría los ojos. De hecho en toda la aldea nadie había visto nunca. Se extrañaron mucho al escuchar que el hombre que les hablaba no tenía los ojos cubiertos.
Él comenzó a contarles cómo eran las cosas: los árboles, el agua, el sol, las aves, los animales, etc. Incluso les dijo cómo era cada uno de ellos, porque nunca habían visto nada, nada. Trataba de convencerles para que se quitaran la cinta que cubría sus ojos, para que vieran por ellos mismos. Pero ellos no querían. ¡No querían ver!
Cuando nosotros llegamos a este mundo toda nuestra vida era ciega. Estaba cubierta por la cinta del pecado, y no podíamos ver. No teníamos fe. Gracias al bautismo, Cristo nos quitó esta cinta. Entonces pudimos ver todo lo que nos rodea como creado por Dios, como obra de su amor para cada uno de nosotros. Ahora nos toca a nosotros, como hizo el montañista, anunciar a los hombres que Jesús les puede quitar la cinta que cubre sus ojos; a través del bautismo a quienes no lo han recibido, o con el sacramento del perdón a quines se han vuelto a poner la cinta por el pecado. Nosotros, como el ciego que recuperó la vista, debemos agradecerle a Jesús todo lo que nos ha dado sin merecerlo: la vida, la fe, nuestra familia, etc. Aprovechemos esta celebración eucarística para darle las gracias a Jesús por todo ello, y para prometerle que nunca más le volveremos a ofender. Así sea.
En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.