La verdadera felicidad
de P. Roberto Mena, ST
El primer discurso que predica Jesús deja a sus oyentes desconcertados. Por un lado les habla de la felicidad como el sueño que todos anhelan realizar, por otro les dice que no la podrán alcanzar con los medios que el mundo ofrece. La gente considera felices a los ricos, a los poderosos, a los famosos; en cambio Jesús les dice: "Felices los pobres, los que lloran, los perseguidos". El verdadero camino está formulado en las Bienaventuranzas.
La vida en la tierra es solamente temporal, sin embargo, algunos viven como si fueran a quedarse aquí eternamente y se olvidan de ser felices. Se cuenta que un turista visitó a un sabio egipcio y al ver la pobreza en que vivía le preguntó: ¿Dónde están tus muebles? Y el sabio rápidamente también preguntó: ¿Y dónde están los tuyos? ¿Los míos? - se sorprendió el turista- ¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso! Yo también -concluyó el sabio-. La sabiduría humana nos recuerda que el valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden.
La felicidad se mide por el espíritu con el cual nos enfrentamos a los problemas de la vida. La felicidad no depende de lo que pasa a nuestro alrededor sino de lo que pasa dentro de nosotros mismos. No consiste en hacer siempre lo que queramos pero sí en querer todo lo que hagamos. No es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida. Las bienaventuranzas desmontan los falsos dioses: la idolatría del dinero, las esclavitudes de la carne, la tiranía de nuestro egoísmo que nos deja vacíos de felicidad. Basta mirar al mundo, está más lleno de cosas que nunca y está vacío. Los matrimonios están rotos y vacíos. Las familias tienen en su casa todo, pero les falta el Todo que es Dios.
Es en el amor y en el deseo de imitar a Jesús, donde se encuentra el manantial de la felicidad. Los que se hacen pobres y humildes, los cristianos, los misioneros o las madres de familia que renuncian a la comodidad por amor a Dios están llenos, porque Dios los hace felices. Dichosos los que en su parroquia mantienen el fervor porque nos contagiarán a todos con su amor. Dichosos los que tienen hambre y sed de santidad. Dichosas las almas que arden en deseos de que Cristo sea conocido y amado. De ellos es el Reino de los cielos.
No confundamos los medios con el fin. "El llanto, la pobreza y la persecución, dice San Juan de Ávila, son un medio para alcanzar a Dios y nos asemejan a Jesucristo". La verdadera felicidad está, pues, en poseer ya en esta vida el verdadero amor de Dios. Sólo así puede entenderse que los que viven de cara a Dios, gocen ya de un cielo en la tierra. Y eso es lo que hoy debemos pedirle al Señor en nuestra oración. Así sea.