Por Alejandro Ramírez
“Dios escribe derecho en sus renglones torcidos”
Frase popular
Este testimonio, lo presente hace algunos meses en un Club de Oratoria al que asisto en mi ciudad, Guadalajara, como parte de los discursos que desarrollamos en el mismo para crecimiento personal, pero esa vez, debo admitir que lo hice con un doble afán: uno era completar los primeros 10 discursos que marca el programa del Club y la otra, más importante para mi, manifestar una parte de mi que pocos conocían, por lo que ahora les comparto este testimonio a todos los que quieran leerlo.
Hace 19 años se presentó un acontecimiento que daría a mi vida un giro de 180 grados, una vida que hasta ese momento, podemos decir que era cómoda con todo y las limitaciones que tuve de niño, pero siendo hijo único, era de esperarse que todo se me diera, si no a manos llenas, si de manera suficiente: estaba en la escuela, tenía donde vivir, donde jugar, con quien platicar, en fin, una vida digamos normal.
Es entonces cuando un buen día mi mamá me dice: ¡Alex, vas a tener un hermanito! Wow!!! Por fin iba a tener con quien jugar, con quien platicar en su momento, el hermano que muchos niños deseaban, iba a llegar a mi vida, la noticia me tenía entusiasmado, me hacía feliz solo de imaginarlo.
Creo que a mi, al igual que a muchas personas, llega un momento en nuestra vida en creemos que nuestros problemas están resueltos con anticipación, en mi caso, la noticia de mi mamá no me preocupaba, al contrario, como ya dije, me tenía feliz, era genial para mi tener un hermano menor. Eso eran en aquel momento lo que sentía y pensaba, pero en la vida a veces sucede que, sin darnos cuenta, más tarde que temprano, la vida cambia en un instante; en mi caso, creo que si en 1986, cuando mi mamá me dio la noticia de su embarazo, alguien me hubiera preguntado: Alex, ¿que tal si tuvieras un hermano especial? ¿te gustaría?, de inmediato mi respuesta hubiera sido un rotundo “NO”, si no es que al menos un ¿Por qué me preguntas eso?
Cuando una familia espera un nuevo ser, es obvio que desean lo mejor para él, y es normal que empiecen a surgir preguntas típicas como: ¿será niño o niña?, ¿a donde lo llevaremos al kinder? ¿qué carrera estudiará? En nuestro caso, estas y mil preguntas más nos hacíamos, jamás nos imaginamos que puede pasar algo diferente, algo no planeado, más porque creemos que ese nuevo bebé será lo que llamamos un “niño normal”.
Así pues, tras 9 meses de espera llega el suceso anhelado, fue un 11 de junio de 1987, recuerdo que estaba en la casa donde mi mamá trabajaba esperando tener noticias de su embarazo, llamé por la mañana en repetidas ocasiones al hospital hasta que en una de esas llamadas, por fin me dijeron: tu mamá salió bien del parto, tuvo una niña. No puedo describir las emociones que empezaron a fluir en aquel momento: por fin tenía una hermana, a mis escasos 12 años.
Recuerdo que una hermana de mi mamá, mi Tía Tere estuvo acompañándola en el hospital. Debido a que el primer día la niña recién llegada estuvo en una incubadora, fue hasta el segundo día de nacida cuando por fin pude verla, aun no imaginaba el vuelco que estaba a punto de dar mi vida.
Esa nena que esperaba en los cuneros, había llegado por alguna de esas Diosidencias que tiene la vida para darme una lección que nunca olvidaré. Ese día, antes de que entrara al hospital a verla, salió mi Tía Tere dando la nota que menos esperaba y que cambiaría todo para siempre, recuerdo que mi tía, después de saludar a los que eran patrones de mi mamá, de inmediato soltó la noticia: dicen los médicos que la niña tiene síntomas de “mongolismo”.
Uf!, una niña “mongolita”, lo primero que dices, o lo que yo dije fue un “No, eso no, ¿por qué?”, y es que no me agradó la idea de tener una hermana así, recuerdo que cuando entré a ver a mi mamá, le pregunté que cómo estaba la niña, a lo que ella respondió un nada convincente “está bien”.
La verdad, es que en aquel momento, mi mamá sabía que no podía ocultar el hecho, creo que de alguna manera intuyó que yo ya sabía lo que pasaba, su cara evidenciaba angustia y preocupación, nos dirijimos a los cuneros y mi mamá entró sola, desde adentro me mostró a la bebé, la imagen que vi no pudo ser más contundente:
En ese momento presenciaba a una niña con los ojos rasgados, que sacaba constantemente la lengua y tenía su cuerpo como si fuera un trapo. Lo que habían dicho los médicos lo confirmaba: era hermano de una niña con el “Síndrome de Down”.
Entonces vino una oleada de cuestionamientos, mi mamá pensaba cosas como: ¿Qué va a ser de ella?, ¿cómo la vamos a cuidar?, es que no se puede mover por si sola, ¿va a caminar?, ¿podrá hablar?, tiene problemas con su corazón, con sus pulmones ¿qué voy a hacer? estas eran las preguntas que ambos nos hacíamos y son las que se hacen los padres y quienes rodean a una persona con este síndrome, preguntas que con el tiempo se van respondiendo por si solas, pues ese, sólo era el comienzo de un largo proceso de aprendizaje, aprendizaje que hasta hoy sigue vigente. Recuerdo que en aquel momento afuera de los cuneros, mi mamá me abrazo y ambos lloramos, había tristeza, una tristeza que nunca habíamos experimentado, pero que era parte de un duelo que en esos casos vives y tienes derecho a vivirlo, pero a lo que no tienes derecho, es a quedarte anclado a él toda tu vida y mucho menos, a negarte y negarle la oportunidad a ese nuevo ser de conocerlo y convivir con él al pie del cañón.
Los primeros meses de vida de mi hermana, mi mamá los dedicó a buscar un lugar donde la atendieran, después de mucho andar de un lado a otro y de preguntar aquí y allá, terminamos acudiendo al DIF, ahí empezaron nuestros primeros pasos de cuidados especiales con Tania y al mismo tiempo, comenzamos a darnos cuenta de muchas cosas que no imaginábamos.
Cuando tienes un niño digamos “normal”, es obvio que disfrutas cada avance que tiene, cada diente que le sale, le aplaudes cuando empieza a gatear, sonríes cada vez que trata de balbucear un “mamá” “papá”, cada uno de estos detalles lo disfrutas al máximo, pero cuando se trata de un niño como mi hermana, te das cuenta de que cada intento por gatear, que cada logro como decir mamá o papá implicó un mayor esfuerzo, que cada paso que dio al caminar significó más tiempo, mas paciencia, te vas dando cuenta que tu niño, considerado “anormal” puede hacer muchas cosas, que si bien es diferente, tiene mucho que darte, tiene mucho que enseñarte.
Si, estos niños tienen una inteligencia diferente, pero créeme, han venido a darte lo mejor de ellos, pues a cada momento su entrega es total, sin ataduras, sin cuestionarse el que dirán si dan un beso, un abrazo o cualquier muestra de cariño.
Que difícil! Que difícil es para los seres humanos entender esto, darnos cuenta de que el amor, la ternura, son emociones tan normales como la ira o la tristeza, pero somos a veces tan duros con nosotros mismos, que los sentimientos nobles los escondemos y no dejamos que aflore lo mejor de nosotros mismos.
Tania, mi hermana, cada día nos demuestra esos sentimientos, sin miedo, sin preocuparse. Son niños y niñas diferentes, son realmente especiales y en mi caso, me ha enseñado que el amor que da es auténtico, no lo condiciona, sé que no me va a cuestionar nada, simplemente me va a demostrar su cariño.
Son niños que pueden tener problemas cardíacos y su corazoncito les falla, es común en estos niños, pero para lo que nunca les va a fallar es para demostrarte cuanto saben amar. Podrán ser más lentos para aprender, pero son realmente ágiles para encariñarse, para demostrar que desde su ser, dan todo, te enseñan como se debe amar y como Dios nos ama a través de ellos.
La vida nos dio un regalo que nunca hubiéramos imaginado, Dios ha sido y es sabio, pues a través de Tania supo romper nuestro egoísmo, a mi en lo particular me cambió la vida, es una niña que ha tocado en mi fibras que de otra manera nadie hubiese podido tocar, me enseña que el amor no se condiciona, simplemente se da, que la vida puede ser maravillosa cuando dejamos de preocuparnos, cuando amamos y nos dejamos amar, que la ternura es un sentimiento noble, del que no debo avergonzarme, porque es parte de la vida.
De Tania he recibido mucho, creo me ha enseñado a ser mejor ser humano, a no ver raro al que es diferente a mi, a dejar que sentimientos como el amor y la ternura afloren, cada día me enseña cómo debo dejarme amar.
Ahora, a 19 años de distancia, veo las cosas que tengo y me digo a mi mismo: no importa cuantos títulos universitarios obtenga, no importa cuanto dinero pueda ganar en mi trabajo, ni cuantas cosas pueda comprar con él, eso en mi vida es añadidura, creo que por el simple hecho de ser hermano de una niña especial, hoy puedo decir que ha valido la pena vivir y no me avergüenza decirlo, soy afortunado, tengo una hermana especial, y hoy, quiero decir a Dios y a la vida: Gracias.
Esto es parte de mi vida, y creanme que no la cambio por nada, pues Tania ha hecho una diferencia en mi familia y en mi persona, una diferencia que sólo Dios sabía como podía lograrla en mi. Por último, un consejo: sólo tienes que dejarte amar.
Sinceramente
Alex