Hermanos y hermanas: Ya hemos oído la buena noticia. Mejor dicho, la mejor noticia: "¡Cristo está vivo! Ha resucitado y se ha aparecido a sus discípulos". ¡Felices pascuas para todos! La tristeza que invadió nuestro corazón por la pasión y muerte de Cristo deja su lugar a la alegría incontenible que provoca su resurrección.
No es fácil creer en la resurrección de Jesús. Los discípulos tuvieron que experimentar la noche oscura del alma después del viernes santo. Junto al trauma de la muerte violenta de Jesús, tuvieron que sufrir el silencio de muchas incógnitas. ¿Y ahora que va a pasar? Entenderemos su angustia si la comparamos con lo que nos ocurre a nosotros cuando esperamos a alguien que no acaba de llegar. Nos anuncian que mamá viene de viaje, pero no llega cuando esperamos. ¿Qué habrá pasado? El alma se me encoge, me paso películas. Así estaban los discípulos con un nudo en la garganta.
Jesús se aparece, resucitado, a Pedro, a María Magdalena, y a Tomás, precisamente a ellos porque dudaban. Estaban más muertos que vivos. Y a los discípulos de Emaús porque ya habían perdido la esperanza. A todos les trae nuevos motivos para vivir.
La resurrección de Cristo cambió al mundo. La muerte fue vencida cuando Cristo aceptó morir; el dolor fue superado cuando Cristo aceptó libremente sufrir; el pecado fue destruido cuando Cristo lo cargó sobre sus hombros. Todo esto es verdad a pesar de que la muerte, el sufrimiento y el pecado siguen acompañándonos en nuestra existencia. Pero ya no son insuperables.
Debemos ser hombres de esperanza. No podemos andar por el mundo profetizando calamidades; debemos perseverar en un optimismo insobornable, hecho a prueba de amor y de muerte, muy realista pero lleno de buen humor. Hay una nueva bienaventuranza destinada a nosotros: "Bienaventurados los que sin ver creyeron".
Cada domingo es una pequeña Pascua que se actualiza en la eucaristía. Es como si fuera el día en que puedo cobrar en el banco de la misericordia ese cheque de vida, de alegría, de perdón que Cristo me entregó hace dos mil años, el día de su resurrección. No viene "al portador"; está a mi nombre y nadie lo puede cobrar por mí. Mañana podría ser demasiado tarde. Es una invitación para que vivamos "como resucitados".
San Pablo nos invita a "buscar los bienes de arriba; no los de la tierra". Haz un propósito práctico: Dedica un tiempo a leer en el Evangelio la narración de todo lo que ocurrió después de la resurrección. Te llenará de alegría y paz. ¡Cuánto las necesitamos después de enterarnos de las malas noticias que oímos en la radio o en la TV sobre catástrofes, muertes, abusos! Busquemos las buenas noticias que son signos de la presencia de Dios. ¡Seamos hombres de esperanza!
En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.