NACER AL AMOR
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida.
Él les dijo:
“¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos!
“Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, egolatría,
competencia, superioridad.
“El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía, verdad, compasión y fe.
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra.
Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo:
“¿Y cuál de los lobos crees que ganará?”
El viejo cacique respondió, simplemente... “El que alimentes.” (Ramón Mitre).
La Navidad es el tiempo en que todos siente en su corazón el amor. Navidad es clavar en el corazón del ser humano la inquietud por su propia identidad: Quién soy.
Celebrar la Navidad es encarnarse en esta sociedad real que nos toca vivir, tal como lo hizo Jesús con la sociedad de su tiempo. Seremos nosotros mismos en la medida en que seamos con-los-otros, en los otros, para los otros, de los otros... Navidad nos señala una tarea que es el objetivo inevitable de toda nuestra vida: ser nosotros mismos, ser hombres, ser cristianos que tienen un lugar propio y específico en la historia.
La crisis de identidad parte de la falta de encarnación en la historia humana.
Cada persona está sujeta a tal cúmulo de presiones paternas.... que llega un momento en que uno se pregunta en qué medida soy yo mismo. Se llega al punto de que el yo de uno no es sino el conjunto de otros-yo que me fueron conformando.
A partir de la adolescencia comienza un proceso por encontrarse con uno mismo, en ser y sentirse un yo maduro que se le caracteriza con tres elementos básicos: identidad, autonomía y creatividad.
La persona de fe necesita nacer a un yo que desde dentro de sí mismo descubra a Dios, se comprometa con el Evangelio, asuma su existencia en tensión trascendente y, encuentre que su vida tiene sentido porque ese sentido es la dirección que él mismo se ha señalado.
Los evangelios, nos señalan las alternativas de este largo nacimiento que sólo tuvo, en Jesús, su epílogo en la soledad de la cruz y el florecer definitivo de la resurrección.
Yo tengo que preguntarme por mi propio sentido desde el hecho de Cristo.
Jesús es el espejo en que cada hombre debe mirarse: en lo que es y en lo que debe ser, en su presente y en su futuro. Jesús es el que me da identidad, es el modelo ejemplar de la existencia humana. Él es la nueva humanidad que atraviesa el desierto de la vida, que lucha contra situaciones adversas, que se siente solo y abandonado, que comparte en su interior la desesperanza de la opresión... pero que, al fin y al cabo, asumiendo toda la situación humana, logra remontarse con ella más allá de esta orilla, de esta tierra, de este modo de vivir.
Es cierto que tengo que mirar hacia atrás para encontrar un punto concreto de mi historia, pero lo fundamental es que mire dentro de mí mismo, que ponga los ojos en Jesús para poder llegar a la meta.
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