MariCruz Admin
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| Tema: Fijos los ojos en El Miér Ago 08, 2007 1:30 am | |
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FIJOS LOS OJOS EN ÉL Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Al oír el Obispo que iba mucha gente a escuchar al Cura de Ars, envió a un visitador para que averiguara los sermones.
El prelado le pregunta al visitador:
–– “¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney?
–– Sí, Monseñor, tienen tres defectos: 1° Son muy largos, 2° Son muy duros y fuertes, 3° Siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo.
–– Y ¿tienen también alguna cualidad esos sermones? –pregunta Monseñor.
–– “Sí, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que estaban llevando antes”.
La conversión es fundamental para toda persona humana. Dios está llamando continuamente a la conversión, a dejar los ídolos, a volver a él, a reconocerse pecador.
La conversión no es un conjunto de prácticas ascéticas: ayuno, ver menos televisión, orar, más… Ni el esfuerzo por corregir algún defecto. Es el cambio de la mente y el corazón, es un volver a nacer, un empezar de nuevo, con mirada distinta, es cambiar el corazón de piedra por uno de carne. Es morir para resucitar.
El Señor regala la conversión. Él es el único que puede curar nuestra ceguera. El empeño no está en convertirse, sino en pedirle al Señor que nos convierta y aceptar esa conversión.
El ambiente, la vida, a veces nos endurece el corazón. Entonces cierro mis ojos y todo mi ser a los demás. Sólo El puede hacerme un trasplante, cambiarme el corazón de piedra por uno más sensible y compasivo, capaz de sentir y darse del todo. El puede saciar mi ansia de tener. La codicia la puede transformar en generosidad.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos habla acertadamente de la conversión. Somos llamados a acercarnos a Dios ya que según afirma el 1425 del Catecismo: "Han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1Jn 1,. Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
Jesús nos llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
Tenemos que estar convencidos que el esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (Jn 6,44) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1Jn 4,10). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que nos cambia nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (Jn 19,37).
La conversión nos exige mirarle siempre, tener los ojos bien fijos en Él. | |
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