EL SECRETO DEL CRISTIANISMO
Fr. Eusebio Gómez Navarro O.C.D
En la novela “¿Quo vadis?” de Henrik Sienkiewicz, hay una frase referida a una bella muchacha de alta alcurnia que dice: “Lo tiene todo, menos la sonrisa”.
“Me sentiría feliz, escribe Mons. Helder Cámara, si consiguieras aprender a conservar siempre: una sonrisa de alegría ante la bondad; una sonrisa de comprensión ante la debilidad”.
El valor de una sonrisa es inmenso. El poeta persa Hafiz había dicho: “No dejes caer la sonrisa de tus labios, aunque tu corazón sangre”. También hay un adagio brasileño que dice: “Sonríe, aunque tu sonrisa sea triste. Porque aún más triste -que tu sonrisa triste- sería la tristeza de no saber sonreír”.
Los beneficios de la alegría y la sonrisa son inmensos. La sonrisa lo puede todo. Una sonrisa puede levantar un ánimo caído, remontar las horas más amargas y abrir nuevos horizontes. Una sonrisa nos ilumina la vida, nos aligera los sufrimientos, nos ayuda a sanar las heridas, a ser generosos y amables, a acercarnos a Dios y a los otros. Por eso el poeta Hafiz aconseja: “No dejes caer la sonrisa de tus labios, aunque tu corazón sangre”. Un adagio brasileño dice: “Sonríe, aunque tu sonrisa sea triste. Porque aún más triste -que tu sonrisa triste- sería la tristeza de no saber sonreír”. Y todo el mundo, aunque haya sufrido mucho, todavía le queda una sonrisa para repartir.
Una sonrisa acarrea grandes beneficios a quien la da y a quien la recibe, pone alas en el cuerpo y en el alma. Quien sonríe, vive y hace vivir la vida. La sonrisa nos ayuda a ir por la vida con la sabiduría de la aceptación de lo inevitable, a convertir los males en bienes. “Todos los fisiólogos conocen los beneficios de una sonrisa, pues la sonrisa desciende tan profundamente como el bostezo y va liberando poco a poco la garganta, los pulmones y el corazón… Por lo demás, el que quiere hacerse el despreocupado no ignora que debe alzarse de hombros, cosa que, mirándola bien contribuye a ventilar los pulmones y a tranquilizar el corazón, en todos los sentidos de la palabra” (Alain).
“La alegría… se convierte en el gigantesco secreto del cristiano.” (Chesterton).
Unos matrimonios pidieron a Madre Teresa antes de marcharse que les diera un consejo. Ella dijo: - Es muy sencillo y muy importante: “Sonrían siempre”. Sonreír siempre, en todo momento y circunstancia, en las buenas y en las malas.
Cuentan que un piadoso peregrino pasaba por un bosque de cocoteros. En lo alto de uno de ellos estaba subido un gran mono que arrojó un coco, que dio en la cabeza del pacífico caminante. El peregrino, hombre sabio, una vez repuesto del golpe y del primer dolor, recogió el coco y se sentó en el suelo. Con cuidado rompió el coco, bebió su dulce jugo y comió placenteramente la pulpa. Con la cáscara del coco se hizo un tazón-escudilla que le prestó buenos servicios durante el peregrinaje.
No es fácil la alegría. La alegría sigue siendo para muchos un misterio. Los maestros espirituales dicen que una persona sin alegría interior:
-hará pocas cosas de provecho en la vida;
-complicará su existencia y amargará la de los demás, y
-jamás dará ejemplo, ni testimonio de paz y felicidad a los que andan tristes y desesperanzados por la vida.
La alegría nace: de la paz interior, del seguimiento a Jesucristo, de una conciencia limpia, de la total confianza en Dios.
La espléndida y perenne sonrisa de Sor Inés del Niño Jesús revelaba elocuentemente su intensa felicidad interior. Irradiaba plenitud por cada uno de sus poros, satisfacción de existir y profundo reconocimiento por todo cuanto la vida le brindaba. La razón de su constante gozo quizás la hallemos en esta recomendación, que invariablemente brotaba de sus labios, con indecible espontaneidad y dulzura, cuando alguien le pedía un consejo sobre cómo sobrellevar mejor las múltiples, y en ocasiones críticas, contrariedades que la existencia le deparaba:
Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, los que descubren el valor de la sonrisa...
“Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque tendrán diversión para rato.
Bienaventurados los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes.
Bienaventurados los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas, llegarán a ser sabios.
Bienaventurados los que saben escuchar y callar, aprenderán cosas nuevas.
Bienaventurados los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio, serán apreciados por quienes los rodean.
Bienaventurados los que están atentos a las necesidades de los demás sin sentirse indispensables, serán fuente de alegría.
Bienaventurados los que saben mirar sabiamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las importantes, llegarán lejos en la vida.
Bienaventurados los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desaire, su camino estará lleno de luz.
Bienaventurados los que saben interpretar benévolamente a los demás, aun en contra de las apariencias, serán tomados por ingenuos, pero éste es el precio de la caridad.
Bienaventurados los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, evitarán muchas tonterías.
Bienaventurados los que saben reconocer a Dios en todos los hombres, habrán encontrado la verdadera luz y la auténtica sabiduría (Santo Tomás Moro).
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