Parroquia Cristo Hermano
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 LA IGLESIA 1

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Erick
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MensajeTema: LA IGLESIA 1   LA IGLESIA 1 EmptySáb Jun 16, 2007 9:20 pm

LA IGLESIA

Objetivo: Clarificar qué significa formar parte de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, para que vivamos nuestra fe “no a nuestra manera”, sino según el sentir y querer de ella, asumiendo nuestro compromiso y tarea de cristianos.

HECHO DE VIDA:

En un puerto hay varios barcos que van a salir rumbo al mar. Unos saldrán y, como no saben el rumbo fijo, se extraviarán y naufragarán de seguro. Sólo uno conoce el camino, tiene un magnífico piloto y seguramente llegará a puerto. El dueño de aquellos barcos para que los viajeros no se llamen a engaño, pone unas señales especiales en el barco salvador. Los viajeros vienen. Unos prudentes ven las señales y suben en él para navegar. Otros se suben a lo loco en el primer barco que encuentran y se pierden.

Muchas religiones hay y, también, muchos barcos en los que podemos navegar. Pero sólo hay uno que tiene las señales de Dios. Una bandera que dice: Una, Santa, Católica y Apostólica. Es nuestra Iglesia. Sólo los que se suben y navegan en este barco se salvarán.

Preguntas:

1. ¿Por qué todas las sectas y “religiones”, por lo general, atacan a la Iglesia católica?
2. ¿Cómo nos pueden identificar nuestros hermanos, en general, que somos católicos?
3. ¿Por qué somos católicos?


CONTENIDO DOCTRINAL:

1. El nombre:

La palabra Iglesia (en griego = Ekklesia) significa “convocación”, “llamada”; pero también significa el resultado de la llamada: reunión, asamblea, comunidad. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19).
La primera comunidad cristiana se da a sí misma el nombre de Iglesia, porque se reconoce heredera de aquella asamblea . En ella, Dios “convoca” a su Pueblo desde todos los confines de la tierra.
En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1Cor 11,18; 14,19.28.34.35), sino también la comunidad local (cf. Hch 8,1;14,23; 1Cor 1,2; 16,1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. Mt 16,18; 1Cor 15,9; Gal 1,13; Flp 3,6). Estas tres significaciones son inseparables. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística.

2. Símbolos o imágenes de la Iglesia:

La Sagrada Escritura utiliza diversas imágenes y comparaciones para que podamos comprender y penetrar en el misterio inagotable de la Iglesia. Las imágenes del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del “Pueblo de Dios”. En el Nuevo Testamento (cf. Ef 1,22; Col 1,18), todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser la “Cabeza” de este Pueblo (cf. L.G. 9), el cual es, desde entonces, su Cuerpo. En torno a este centro se agrupan imágenes “tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, , de la construcción, de la familia y del matrimonio” (L.G. 6).
 La Iglesia es, pues, el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo (cf. Jn 10,1-10). Es también el rebaño, cuyo pastor será el mismo Dios, como Él mismo anunció (cf. Is 40,11; Ez 34,11-31). La Iglesia es ese rebaño que es enviado en medio de asaltantes y lobos que intentarán dispersarlo (cf. Hch 20,17.28s) y dañarlo desde dentro, disfrazados de ovejas (cf. Mt 7,15). El mismo Jesús se considera enviado al rebaño de Israel como Pastor que acude en ayuda de las ovejas perdidas (cf. Mt 9,36; Mc 6,34) y que tendrá la función de juzgar a su rebaño al final de los tiempos (cf. Mt 25,32s). Con Jesús el rebaño “tendrá la vida” y en “abundancia” (Jn 10,10), puesto que Él es el Buen Pastor que ama a su rebaño y que da la vida por sus ovejas. Al final se formará “un solo rebaño” bajo “un solo Pastor” (Jn 10,16).
 La Iglesia es labranza o campo de Dios (cf. 1Cor 3,9). En este campo crece el antiguo olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas, en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y gentiles (cf. Rm 11,13-26). El Labrador celestial la plantó como viña elegida (cf. Mt 21,33-43; Is 5,1ss). La verdadera vid es Cristo, que da la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,1-5).
 La Iglesia se llama, también, edificación de Dios (cf. 1Cor 3,9). El mismo Señor se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (cf. Mt 21,41; Hch 4,11; 1Pe 2,7; Sal 118,22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1Cor 3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta construcción se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tim 3,15), en la que habita su “familia”, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19,22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1Pe 2,5). San Juan, en la renovación del mundo, ve bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecida para su esposo (Ap 21,1-2).
 La Iglesia, llamada también “la Jerusalén de arriba” y “madre nuestra” (cf. Gal 4,26; Ap 12,17), se representa como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 19,7; 21,2. 9; 22,17). Cristo “la amó y se entregó por ella para santificarla” (cf. Ef 5,25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, “la alimenta y la cuida” (Ef 5,29) sin cesar.

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MensajeTema: LA IGLESIA 2   LA IGLESIA 1 EmptySáb Jun 16, 2007 9:22 pm

3. Origen y fundación de la Iglesia:

La Iglesia responde a un designio eterno de Dios Padre, por eso, “fue prefigurada ya desde el origen del mundo, preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos.” (cf. L.G. 2)
La Iglesia fue instituida por Cristo Jesús. Él quiso que su misión salvadora continuara en la tierra “hasta la consumación de los siglos” (cf. Mt 28,20). Para esto fundó su Iglesia.
Los Evangelios nos ofrecen una serie de testimonios históricos que señalan a Jesús como único fundador de la Iglesia. Y si bien la fundación de la Iglesia no se realizó en un sólo acto, como si tratara de erigir una sociedad jurídica mediante la firma de un documento constitutivo, sin embargo, el conjunto de actos de la vida de Jesús (la elección de los discípulos, la institución del Primado, la elección de los Apóstoles, la institución de la Eucaristía, su muerte en la Cruz y el envío del Espíritu Santo) hablará de la realidad divino-humana de la Iglesia.
Aquí sólo nos interesa demostrar que Jesús fundó la Iglesia “como una estructura visible”, como una comunidad concreta de fieles y con una determinada estructura esencial: la jerárquica.

3.1. Jesús fundó el Colegio Apostólico:
Entre los numerosos discípulos que reunió en torno a sí, Jesús eligió el grupo de los Doce Apóstoles, a quienes les confirió autoridad y poder sagrados para anunciar el Reino de Dios por todo el mundo.
“Subió al monte y llamó a los que Él quiso, y fueron junto a Él. Y eligió a Doce, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Y eligió a los Doce: a Simón, a quien puso el nombre de Pedro; y a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir hijos del trueno, a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.” (Mt 3,13-19)

En este texto destaca, en primer lugar, la iniciativa de Jesús. En otra ocasión Jesús diría a los Doce: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16). Jesús los eligió como un grupo determinado y concreto, como un colegio o grupo estable. El número doce tiene un profundo significado, pues corresponde a los doce Patriarcas de Israel, y los Apóstoles representan al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia fundada por Jesús; de este modo Jesús puso de manifiesto la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Lo específico de la misión de los Apóstoles es ser continuadores de la misión de Jesús: “Como tú me has enviado al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Jn 17,18). Jesús se identifica con ellos: “El que a vosotros oye, a mí me oye, el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Y el que a mí me desprecia, desprecia al que me envió” (Lc 10,16). Para realizar esa misión divina Jesús les confiere unos poderes sagrados: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18,18). La misión y los poderes sagrados quedarían confirmados y explicitados poco antes de que Jesús suba a los cielos (cf. Mt 28, 16-20).

3.2. Jesús instituyó el Primado Pedro:

La Jerarquía fundada por Jesús sobre los Apóstoles tiene diversidad de grados, en cuya cima está el Primado de Pedro.
Desde las primeras páginas del Evangelio aparece claramente dibujada la intención de Jesús de establecer un primado en la Iglesia. Un primer anuncio lo encontramos en el Evangelio de San Juan: En su primer encuentro con Simón, “Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir Piedra” (Jn 1,42). El cambio de nombre revela un designio determinado de Jesús: Simón, el hijo de Juan, será la piedra fundamental de la estructura de la Iglesia.
A ese anuncio le sigue la promesa que tuvo lugar en la región de Cesárea de Filipo, cuando Jesús preguntó a los Apóstoles qué opinión merecía del pueblo. La respuesta de Pedro es una confesión diáfana de la divinidad de Jesús:

“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos.” (Mt 16,16-19)

Con estas palabras, Jesús declara en su vida histórica que Pedro será un elemento imprescindible en la estructura esencial de la Iglesia y su función quedará delimitada mediante una triple imagen:

 El nuevo nombre Cefas, roca, significa que Pedro será un fundamento vigoroso e inquebrantable de la Iglesia. El fundamento primero de la Iglesia es Jesús, piedra angular, Cabeza invisible de la que deriva la estructura esencial de la Iglesia. El fundamento segundo o visible es Pedro, Vicario de Cristo en la tierra. A Pedro se le da una posición superior a la de los otros apóstoles. En los Hechos, él aparecerá como el representante de la comunidad cristiana.
 Las llaves del Reino de los Cielos hacen alusión al poder de gobierno prometido a Pedro sobre el Reino de Dios en la tierra; la entrega de las llaves significa la entrega del poder, capacidad para decidir la admisión o exclusión de un determinado miembro de la comunidad eclesial.
 El poder de atar y desatar significa la plenitud de gobierno sobre la Iglesia. El Colegio Apostólico también recibió la plenitud de poder, pero Pedro la tiene él solo, independiente de los demás apóstoles, y no sólo como Cabeza del Colegio Apostólico. Se trata de un verdadero poder de jurisdicción en sentido pleno; a Pedro le promete Jesús ser el Pastor supremo de su Iglesia.

Esta promesa será confirmada después de la Resurrección (cf. Jn 21,15-17).

4. La Iglesia continúa la misión de Jesucristo:

La Iglesia fundada por Jesús sobre Pedro y el Colegio de los Apóstoles como una estructura visible y jerárquica, sólo puede ser necesaria para la salvación si participa de la misión divina de Jesús.
Jesús es el único Mediador y, por tanto, el único camino de salvación. La aplicación a los hombres de la acción salvífica de Jesús tiene lugar por la adhesión a la fe y por la recepción de la gracia divina; por eso Jesús afirma la necesidad de la fe y del Bautismo para obtener la salvación. Esto está confirmado por las mismas palabras de Jesús a sus apóstoles: “ Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará” (cf. Mc 16,16).
Estas palabras de Jesús confirman la necesidad de la Iglesia, porque precisamente la misión de la Iglesia consiste en predicar el Evangelio, la palabra de la fe, y comunicar a los hombres la gracia divina por medio de los cauces establecidos por Jesús: los Sacramentos. La necesidad de la fe y del Bautismo para la salvación hacen necesaria a la Iglesia, porque sólo en ella los podemos encontrar.
La Iglesia es en Cristo el sacramento de la salvación, el signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. Ese es su fin principal.
Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo “como instrumento de redención universal” (L.G.1), por medio del cual Cristo “manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre” (G..S.45,1).
La afirmación de la Iglesia de considerarse como “sacramento universal de la salvación”, expresa la fidelidad a las palabras de Jesús. La imposibilidad física del rito bautismal puede suplirse con el martirio, que es llamado “bautismo de sangre”; y también con el esfuerzo amoroso y sincero de buscar a Dios y de llevar una vida recta, con la ayuda de la gracia, lo que es llamado “bautismo de deseo”. Pero los que conociendo que la Iglesia fue instituida por Jesús como sacramento universal de la salvación, es decir, como medio necesario y, sin embargo, se niegan a entrar en ella o la rechazan, no podrán obtener la salvación.

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MensajeTema: LA IGLESIA 3   LA IGLESIA 1 EmptySáb Jun 16, 2007 9:24 pm

5. Notas características de la Iglesia

Cristo fundó una sola Iglesia: “Habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn 10, 16) y, puesto que ella es instrumento de Cristo para la salvación de los hombres, era necesario que Él dotara a su Iglesia de unas notas o señales características, por las cuales se las reconozca de modo claro y se la pueda distinguir de otras como la única verdadera.
El Señor anunció que surgirían falsos cristos y falsos profetas, que empañarían a muchos (Cf. Mt 24,11) y con grandes prodigios podrían inducir al error, si fuera posible a los mismos elegidos (Mt 24, 24).
Para evitar este peligro debemos observar cuales son las propiedades y notas de la Iglesia. Ellas son: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad
 La Iglesia es Una: Tiene un solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza a cuyo término se superarán todas las divisiones.
 La Iglesia es Santa: Dios Santísimo es su Autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es inmaculada, sin mancha.
 La Iglesia es Católica (Universal): Cristo está presente en ella y, por eso, anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación. Además, ha sido enviada por Cristo a la totalidad del género humano: para todos los hombres de cualquier raza o condición y para todos los tiempos .
 La Iglesia es Apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: “los doce apóstoles del Cordero” (Ap 21,14). Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el Colegio de los Obispos. La Iglesia es apostólica en cuanto que es “enviada” al mundo entero para predicar el Evangelio y expandir el Reino de Dios.

6. ¿Quiénes formamos la Iglesia?
El Concilio Vaticano II supera la concepción jerárquica de la Iglesia que estuvo vigente siglos atrás. Pone de manifiesto que la realidad eclesial abarca e incluye a la totalidad de los fieles como Pueblo de Dios, gozando de la misma igualdad en cuanto a la dignidad y en la responsabilidad de participar activamente en la misión de la Iglesia, antes de cualquier diferenciación. El ministerio jerárquico, más que una “dignidad” es un servicio, que hace presente de modo específico al mismo Cristo, Cabeza de su iglesia.
La estructura jerárquica de la Iglesia es la siguiente:
 El Papa, Supremo Pastor de la Iglesia, es el Vicario de Cristo en la tierra y cabeza visible de toda la Iglesia. Tiene potestad plena y universal para que mediante el oficio de su ministerio confirme en la fe y procure la unidad inequívoca de los creyentes en Cristo.
 Los Obispos, sucesores de los apóstoles, tienen la responsabilidad de enseñar, santificar y apacentarlas Iglesias particulares que se les han encomendado (Diócesis) en comunión con el Romano Pontífice .
 Los Presbíteros. Son los colaboradores inmediatos de los obispos y tienen como misión principal administrar los sacramentos, evangelizar y catequizar, predicando y enseñando la Palabra de Dios. Deben estar siempre dispuestos a atender a todos, especialmente a los pobres, enfermos y a los más débiles y necesitados.
 Los Diáconos. Constituyen el grado inferior de la jerarquía; su función es servir al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad.
 Los laicos. Es la parte mayoritaria de la Iglesia. Se entiende como tal al conjunto de todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están es estado religioso reconocido por la Iglesia. Les corresponde iluminar y organizar todas las cosa del mundo, según el querer de Dios.

La Iglesia de los Apóstoles.
El día de Pentecostés, “Pedro, de pie con los Once”, después de haber recibido el Espíritu Santo , predicó el Evangelio a los judíos en Jerusalén. Sus “palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás Apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Arrepentíos, bautizaos confesando que Jesús es el Mesías, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo... Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones” (Hch 2,14.37-42). En estas últimas palabras, nos da San Lucas una perfecta definición descriptiva de la Iglesia, que ahora nosotros iremos comentando.
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MensajeTema: LA IGLESIA 4   LA IGLESIA 1 EmptySáb Jun 16, 2007 9:26 pm

Fe en Jesucristo
“Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.” (1Jn 4,15). Creer en Jesucristo: Ése es el principio de la salvación (Hch 8,35-37). El que cree en Jesús tendrá vida eterna, no sufrirá más sed, no morirá para siempre (Jn 3,36; 6,35.40;11,25-26). El que cree en Jesús será justificado, no se verá confundido, vencerá al mundo, hará obras muy grandes y recibirá de Dios cuanto le pida (Hch 13,39; 10,11; 1Jn 5,5; Jn14,12). Es evidente, pues, que la identidad cristiana se define fundamentalmente por la fe en Cristo, tal como es predicado por la Iglesia de los Apóstoles. Cristianos somos los que hemos creído y sabemos que Jesús es el Santo de Dios y los que estamos dispuestos a confesar esta fe ante los hombres (Mt 10,32-33). Cristianos somos los que estamos convencidos de que “ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Hch 4,12). “Esta afirmación” de San Pedro, dice Juan Pablo II, “asume un valor universal, ya que para todos -judíos y gentiles- la salvación no puede venir más que de Jesucristo” (enc. Redemptoris missio 7-XII-1990,5).
Los hombres sólo pueden hallar su salvación en la verdad, y ésta no pueden encontrarla sino en Jesucristo, que es la Verdad (Jn 14,16). Únicamente en la verdad puede realizar el hombre su plena libertad, es decir, su propio ser. Así pues, para la salvación del hombre no da lo mismo que su pensamiento esté en la luz de la verdad o en las tinieblas del error. Jesucristo es el único Salvador de los hombres, y el quiere que seamos “santificados en la verdad”( Jn17,17).

Fe en la Iglesia
El hombre encuentra a Jesús en la Iglesia. Al Señor se le encuentra si se le busca donde él quiere manifestarse y comunicarse; es decir, si se le busca donde él está. Y “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7a). El hombre carnal pierde el tiempo si busca a Cristo siguiendo sus propios gustos arbitrarios y subjetivos. Es en la Iglesia Católica donde se recibe el auténtico y apostólico “testimonio de Jesucristo” (Ap 1,2).
Y “únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación” .
La espiritualidad cristiana sabe bien que Jesucristo santifica siempre a los hombres con la colaboración de la Iglesia, madre espiritual de los cristianos. Sin ella no hace nada. Así como en su vida mortal Cristo hacía sus curaciones una veces por contacto y otras a distancia, así también su Iglesia unas veces santifica a los hombres por contacto (a los cristianos) y otras a distancia (a los no-cristianos). Pero lo cierto es que “en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia” (SC 7b).
Antes de su muerte y resurrección. Cristo santificaba a los hombres por medio de su corporalidad temporal, que a un tiempo velaba y revelaba la fuerza de su Espíritu (Lc 8,46; Mc 5,30). Ahora ascendido al Padre, Cristo glorioso obra según el Espíritu por medio de su Cuerpo, que es la Iglesia. Y nos convino, sin duda, que volviera al Padre, pues ahora su acción es más poderosamente santificante y más universal (Jn 16,7; +14,12). Así pues, “la Iglesia, a la vez que reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (+1Tim 2,4), profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación (LG 48, GS 43, AG 7.21)” (Redemptoris Missio 9). Ahora bien, “ la universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia”, que para algunos apenas llegará a ser una propuesta inteligible. “Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la Gracia que, aún teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental”. La Iglesia en la eucaristía actualiza diariamente el misterio de la salvación no sólo por nosotros, los fieles, sino “por todos los hombres, para el perdón de los pecados”. Todos los hombres, pues, que se salvan, se salvan por Cristo y por la Iglesia. Y en este sentido la fe católica ha profesado siempre que no hay salvación fuera de la Iglesia. (( Algunos que no creen ni en Jesús ni en su Iglesia alegan que creerían si vieran en la Iglesia signos de Dios más convincentes. Puede haber sin duda, casos en que los hombres no hayan recibido signos suficientemente inteligibles como para suscitar en ellos la fe en Cristo y en su Iglesia. Pero otras veces quienes así alegan no son sino aquellos mismos que en el Calvario meneaban la cabeza ante el Crucificado y decían: “Que baje ahora de la cruz y creeremos en Él”. (Mt 27,42). ¡ Ni a un muerto resucitado que les predicara el Evangelio le creerían éstos ! (Lc 16,31). Jesús muchas veces se negó a realizar señales espectaculares para suscitar la fe en Él: quiso dar como señal definitiva su propia resurrección, considerándola signo suficientemente elocuente (Mt 12,38-42). La Iglesia de Cristo en la historia es un signo suficientemente claro para que los hombres de buena voluntad, al recibir el Evangelio, puedan creer con el auxilio del Espíritu Santo, haciendo la ofrenda de una fe meritoria. Y es un signo suficientemente oscuro como para que los otros viendo no vean y oyendo no oigan ni entiendan (Mt 13,10-17).)).

La Iglesia de la Palabra
Jesús constituyó a los apóstoles “para enviarles a predicar” (Mc 3,14). A ellos les autorizó el Señor como a embajadores suyos ante los hombres: “El que os oye, me oye” (Lc 10,16; + 2Cor 5,20). Y este envío no se limitó, en la intención de Cristo, a los primeros apóstoles, sino a todos los que, como sucesores suyos, iban a hacer permanente en la Iglesia el ministerio apostólico. En efecto, Jesús dio autoridad docente a los apóstoles y a sus sucesores. Y según esto ha de afirmarse que “entre los principales oficios de los Obispos sobresale la predicación del Evangelio” (LG 25a).
Y a esta obligación de los sagrados Pastores corresponde en los fieles cristianos el deber de “perseverar en la escucha de los apóstoles” (Hch 2,42). En efecto, “los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a Él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al Magisterio auténtico del Romano Pontífice, aún cuando no hable ex cathedra” (ib). Así pues, una atención habitual a las principales enseñanzas del Magisterio Apostólico será un elemento integrante de la espiritualidad cristiana.
Pero ya desde el principio la voz de los apóstoles se vio combatida por las ruidosas voces de muchos falsos profetas y teólogos. Los escritos apostólicos reflejan constantemente esta preocupación y este dolor: San Pedro (2Pe 2), Santiago (3,15), San Judas (3-23), San Juan (Ap 2-3; 1Jn 2,18.26; 4,1), todos denuncian una y otra vez el peligro de estos maestros del error. De verdad se cumplió y se cumple la palabra de Jesús: “Saldrán muchos falsos profetas y extraviarán a mucha gente” (Mt 24,11; +7,15-16; 13,18-30.36-39). San Pablo, concretamente, en sus cartas dedica fuertes y frecuentes ataques contra los falsos doctores del evangelio, y los denuncia haciendo de ellos un retrato implacable. “Resisten a la verdad, como hombres de entendimiento corrompido” (2Tim 3,Cool, son “hombres malos y seductores” que “pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no saben lo que dicen ni entienden lo que dogmatizan” (1Tim 1,7; + 6,5-6.21; 2Tim 2,18; 3,1-7; 4,4.15; Tit 1,14-16; 3,11). Y si al menos revolvieran sus dudas en su propia intimidad... Pero todo lo contrario: les apasiona la publicidad. Dominan los medios de comunicación social -que se les abren de par en par-, son “muchos, insubordinados, charlatanes, embaucadores” (Tit 1,10). “Su palabra cunde como gangrena” (2Tim 2,17).
¿Qué buscan estos hombres? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Prestigio?... En unos y otros será distinta la pretensión. Pero lo que ciertamente buscan todos es el éxito personal en este mundo presente (Tit 1,11; 3,9; 1Tim 6,4; 2Tim 2,17-18; 3,6). Éxito que normalmente consiguen. Basta con que se distancien de la Iglesia, para que el mundo les garantice el éxito que desean. Y es que “ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros, quien no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1Jn 4,5-6;+ Jn 15,18-27).
Pues bien ¿será posible que entre tantas voces discordantes y contradictorias, puedan los cristianos permanecer en la Verdad? Será perfectamente posible si “perseveran en escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42), si saben arraigarse “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo” (Ef 2,20), si se agarran con fuerza a “la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3,15), si tienen buen cuidado en discernir la voz del Buen Pastor, que “nos habla desde el cielo” (Heb 12,25) mediante el Magisterio Apostólico “la obediencia de la fe” (Rm 1,5; + 16,26; 2Cor 9,13; 1Pe 1,2.14). Ya dice el Concilio Vaticano II que “a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final (Mt 24,13; 13,24-30.36-43)”(GS 37b). Pues bien estos han librado el buen combate y han guardado la fe (2Tim 4,7; + 2,25; 4,7; 1Tim 2,4; 2Pe 2,20;Heb 10,26). Estos han sabido guardarse de los “falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7,15). Estos han sabido discernir la calidad de los doctores y de sus doctrinas “por sus frutos” ( Mt7,16-20) (( Por el contrario, camino del error siguen aquéllos que “no sufrirán la sana doctrina, sino que, deseosos de novedades, se agenciarán un montón de maestros a la medida de sus propios deseos, se harán sordos a la verdad, y darán oído a las fábulas”(2 Tim 4,3-4). Estos, para recibir el Magisterio Apostólico, presentan unas exigencias críticas casi insuperables, mientras que las novedades conformes a sus gustos se las tragan con una credulidad acrítica próxima a la estupidez. Sordos a la verdad, crédulos para las fábulas. Es el doble crimen de que se queja el Señor: “Dejarme a mí fuente de aguas vivas, para excavarse cisternas agrietadas, incapaces de retener el agua” (Jer 2,13). Así vienen a ser como “niños, zarandeados y a la deriva por cualquier ventolera de doctrina, a merced de individuos tramposos, consumados en las estratagemas del error” (Ef 4,14; + 2 Tes 2,10-12). Al extremo de todo esto, habrá que pensar: El pecado, la infidelidad a la gracia, les ha llevado al error (Jn 3,20). No han sabido guardar la genuina fe en una conciencia pura (1 Tim 1,19) Se les han enfermado los ojos, y todo el cuerpo se les quedó en tinieblas (Mt 6,23). Se les ha podrido la mente, el nous, y ya no pueden volver a estar en Cristo-Luz sin conversión, sin meta-noia (Lc 10,13), sin una profunda “renovación de la mente” (meta-morfoo, ana-kai-nosis tou noos, Rm 12,2;+Ef 4,23). La verdad es principio de todo bien, y el error es principio de todo mal.))
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Erick
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MensajeTema: Re: LA IGLESIA 1   LA IGLESIA 1 EmptySáb Jun 16, 2007 9:27 pm

[color:7a7f=darkblue:7a7f] El Cardenal Jospeh Ratzinger, en una homilía pronunciada cuando era arzobispo de Münich y Freising, hacía notar que al Magisterio eclesiástico “se le confía la tarea de defender la fe de los sencillos contra el poder de los intelectuales” (31-XII-1979). Cuando estos son humildes, y guardan ante la fe de la Iglesia una actitud discipular, iluminan con sus enseñanzas al Pueblo de Dios. Pero cuando son soberbios, y se atreven a juzgar la fe de la Iglesia, poniéndose sobre ella, causan entre los cristianos terribles daños, sobre todo cuando se hacen con el poder en las editoriales y en los medios de comunicación.La Comunión de los Santos
Los que creyeron y se bautizaron deben “perseverar en la comunidad de vida (koinonía)” (Hch 2,42). Para eso dio su vida Jesucristo, “para congregar en unidad a todos los hijos de Dios, que están dispersos” (Jn 11,52). La Iglesia no es un número de ovejas que sigue cada una su camino (Is 53,6), sino un rebaño congregado por el Buen Pastor y por los pastores que le representan. La Iglesia es un Cuerpo, un Pueblo, una Comunión, en la que “la asamblea visible y la comunidad espiritual no deben ser consideradas como dos cosas distintas” (LG 8a). Por tanto, no se puede ser cristiano “por libre”, sin vinculación habitual con los hermanos y con los pastores. La existencia cristiana es una existencia eclesial. Para ser miembro de Cristo, miembro de su Cuerpo, que es la Iglesia, no basta fe y bautismo, hace falta incorporarse de verdad a la sociedad de la Iglesia; y a ella “están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y de la comunión eclesiástica”.(LG 14b).
Quiso Dios que en su Iglesia hubiera un ministerio de la representación de Cristo-id, evangelizad, haced esto en memoria mía, apacentad mis ovejas, perdonad los pecados. En este sentido, el sacerdocio ministerial no es sino el signo visible del amor invisible y de la solicitud constante del Buen Pastor por los hombres. Como afirmó el Sínodo de los Obispos de 1971, “el ministerio sacerdotal del Nuevo Testamento, que continúa el ministerio de Cristo mediador y es distinto del sacerdocio común de los fieles por su esencia y no sólo por grado (LG 10), es el que hace perenne la obra esencial de los apóstoles; en efecto, proclamando eficazmente el Evangelio, reuniendo y guiando la comunidad, perdonando los pecados y sobre todo celebrando la Eucaristía, hace presente a Cristo, cabeza de la comunidad, el ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación de Dios”. Así pues, “el sacerdote hace sacramentalmente presente a Cristo, Salvador de todo el hombre, entre los hermanos, y no sólo en su vida personal, sino también social” ( 1,4).
Los bautizados no-practicantes, aquellos que están alejados habitualmente de la comunidad eclesial difícilmente pueden ser considerados cristianos. Quizá lo fueron, pero, habrá que insistir en ello, la vida cristiana es una vida eclesial, comunitaria. Por otra parte, el problema del alejamiento parece haberse dado en la Iglesia desde el principio, como se ve por ciertas exhortaciones: “Miremos los unos por los otros, no abandonando nuestra asamblea, como es costumbre de algunos” (Heb 10,24-25). “En tu enseñanza, invita y exhorta al pueblo a venir a la asamblea, a no abandonarla, sino a reunirse siempre en ella; abstenerse es disminuirla. Sois miembros de Cristo; no os disperséis, pues, lejos de la Iglesia, negándoos a reuniros; Cristo es vuestra cabeza, según su promesa, siempre presente, que os reúne; no os descuidéis, ni hagáis al Salvador extraño a sus propios miembros, no dividáis su Cuerpo, no lo disperséis”(Didascalia II,59 1-3, en el s. III).
La herejía y el cisma rompen la Comunión eclesial.” La herejía de suyo se opone a la fe, mientras que el cisma se opone a la unidad eclesial de la caridad”.(STh I-II,39,1 ad 3m). La herejía suele conducir al cisma, y el cisma lleva a la herejía. Y es que la fe genuina ha de guardarse en el Templo de la Caridad eclesial. Hay alejados por ignorancia o por pereza, pero el alejamiento consciente y voluntario se parece mucho a la actitud del cismático. En éste, escribe J. Hamer, se da una “negativa a actuar como parte de la Iglesia, sean lo que sean los motivos que conduzcan a tal negativa. Las razones pueden ser diversas, de orden afectivo o de orden intelectual. Son cismáticos todos los que se apartan del camino de la Iglesia, hasta el extremo de no querer comportarse como partes, y los que pretenden obrar como totalidades autónomas y separadas, para enseñar y para ser enseñados, para gobernar y obedecer, para santificar y ser santificados” (La Iglesia es una comunión 174.))
La fe de los antiguos Padres, la fe de siempre, se expresa en estas palabras de Pablo VI: “Del Espíritu de Cristo vive el Cuerpo de Cristo. ¿Quieres tú también vivir del Espíritu de Cristo? Entra en el Cuerpo de Cristo. Nada tiene que temer tanto el cristiano como ser separado del Cuerpo de Cristo. Pues si es separado del Cuerpo de Cristo, ya no es miembro suyo; y si no es miembro, no está alimentado por su Espíritu” (18-V-1966) La acción apostólica nace de esta fe en la Iglesia, y si decae la fe, cesa el apostolado. El apóstol evangeliza para asociar a otros hombres al gozo de la Comunión de los Santos: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que sea completo vuestro gozo” (1Jn1,3-4).
En las Confesiones de San Agustín hallamos una anécdota que da mucha luz sobre la necesidad de la Iglesia para que pueda haber vida cristiana. Simpliciano, “para exhortarme a la humildad de Cristo, escondida a los sabios y revelada a los pequeños, me recordó el caso de Victorino, doctísimo anciano, maestro de muchos nobles senadores, que en premio de su preclaro magisterio había merecido y obtenido una estatua en el Foro romano, cosa que los cuidadanos de este mundo tienen por algo máximo; venerador hasta aquella edad de los ídolos y partícipe de los sagrados sacrilegios a los que se inclinaba entonces casi toda la hinchada nobleza romana”. Este notable personaje comenzó a sentirse atraído por el cristianismo. “Leía -al decir de Simpliciano- la Sagrada Escritura y estudiaba con sumo interés todos los escritos cristianos, y decía a Simpliciano, no en público, sino muy en secreto y familiarmente: “¿Sabes que ya soy cristiano?” A lo cual respondía él: “No lo creeré ni te contaré entre los cristianos mientras no te vea en la Iglesia de Cristo”. A lo que éste replicaba burlándose: “Pues qué, ¿son acaso las paredes las que hacen a los cristianos?”. Y esto de que “ya era cristiano” lo decía muchas veces, contestándole lo mismo otras tantas Simpliciano, oponiéndole siempre aquél “la burla de las paredes”. Y era que temía ofender a sus amigos, soberbios adoradores de los demonios, juzgando que habían de caer sobre él sus terribles enemistades”. Hasta que un día avergonzado ante la verdad, se decidió a recibir “los sacramentos de humildad” del Verbo encarnado, y “de improviso le dijo a Simpliciano, según el mismo contaba: “Vamos a la Iglesia; quiero hacerme cristiano”. Este, no cabiendo en sí de alegría, fuese con él” a inscribir su nombre para el bautismo. Llegó por fin el día y la hora en que había de “hacer la profesión de fe”, en un lugar eminente del templo, y aunque le habían ofrecido “los sacerdotes a Victorino que la recitase en secreto, como solía concederse a los que juzgaban que habían de tropezar por la vergüenza, él prefirió confesar su salud en presencia del pueblo santo. Así que, tan pronto como subió para hacer la profesión, todos murmuraban su nombre con un murmullo de júbilo y un grito reprimido salió de la boca de todos los que con él se alegraban:” Victorino, Victorino” (Confesiones VIII, 2,3-5). Eso, que tanto ayudó a la conversión del prestigioso intelectual Agustín, eso es ser cristiano, y lo demás son cuentos. Tenía razón Simpliciano.

La Iglesia de los Sacramentos
Los creyentes bautizados “perseveraban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). .........
.....Aquí afirmaremos solamente el principio fundamental: “La liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10a). “La liturgia es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” ( 14b). Todos los sacramentos proceden de la Eucaristía, que es la Pasión y Resurrección de Cristo. Y la vida entera, personal y comunitaria, de los cristianos tiene en la Eucaristía su centro permanente. La Iglesia hace la eucaristía, y la Eucaristía hace la Iglesia.

Hijos de la Iglesia
“Si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3). Actitud constitutiva de la espiritualidad cristiana es aceptar la mediación santificante de la Santa Madre Iglesia, dejándose configurar por ella en todos los aspectos. Para ser hermano de Cristo, para ser hijo de Dios, es preciso hacerse niño y recibir como Madre a la Santa Madre Iglesia. Tomándose confiadamente de su fuerte y suave mano. No hay mayor bienaventuranza en este mundo.
(( Algunos no se abren bastante al influjo santificante de la Iglesia. Ante el Magisterio Apostólico, ellos piensan más en discurrir por su cuenta o por cuenta de otros, que en configurarse intelectualmente según la enseñanza de la Iglesia. Ante la vida pastoral ponen más confianza en los modos y métodos propios, que en las normas y orientaciones de la Iglesia, de las que no esperan sino fracasos. Ante los problemas políticos y sociales, no buscan luz en la doctrina de la Iglesia, sino en otras doctrinas diferentes, que ellos estiman más eficazmente liberadoras del hombre. Ante la vida litúrgica, piensan más en inventar signos y ritos nuevos a su gusto, que en estudiar, asimilar , explicar y aplicar con prudencia y creatividad las formas y textos que la Iglesia propone. San Juan de la Cruz diría que son como chicos pequeños: “por el mismo caso que van por obediencia los tales ejercicios, se les quita la gana y devoción de hacerlos” (I Noche 6,2). Ellos quieren moverse por sí mismos, no moverse desde Cristo por la Iglesia. Todo esto frena gravemente la santificación personal. Como el adolescente qué, cerrándose a los mayores, compromete su maduración personal, así el cristiano que mantiene ante la Iglesia una actitud de adulto. Y del mismo modo disminuye grandemente la fecundidad apostólica, por mucha que sea la actividad. ¿Por qué habría de dar fruto el trabajo apostólico de un ministro del Señor que en su vida personal, en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas, en sus predicaciones, está actuando frecuentemente contra la doctrina y disciplina de la Iglesia? Sin Cristo no se puede dar fruto (Jn 15,5). Y el que en su enseñanza y acción se distancia de la Iglesia, se aleja de Cristo, y queda necesariamente sin fruto.))
Todos los santos han tenido un amor profundo y apasionado hacia la Iglesia, siendo ellos, sin duda los testigos más lúcidos de sus miserias y deficiencias. Ese amor intenso es el que los hijos deben tener por la Madre. San Bernardo contempla a la Iglesia como Esposa unida a Cristo Esposo: “La Iglesia habiendo rasgado el velo de la letra, que mata, por la muerte del Verbo crucificado, guiada por el Espíritu de libertad que la ilumina, penetra audaz hasta sus entrañas, siéntese conocida, le agrada, que da hecha Esposa y goza de sus apretados brazos. Y al calor del Espíritu, adherida a Cristo Señor, con el que se une, se ve inundada por Él con el óleo de alegría deliciosa, más que todos sus compartícipes, y dice: “Ungüento derramado es tu nombre [Cristo]”. ¿Y qué de extraño tiene si queda ungida la que abraza al Ungido?”(Cantar 14,4). La Iglesia Esposa es más bella que todas las bellezas del mundo: “¿Cómo podría compararse la belleza de este cielo visible y material, aunque tan hermoso y adornado con tanta variedad de astros rutilantes, con ese conjunto de bellezas espirituales que resplandecen en el manto hermosísimo de santidad con que el Señor ha revestido a su Esposa?” . “Bien te irá ¡ oh madre Iglesia !, bien te irá en el lugar de tu peregrinación; ni de parte del cielo ni de la tierra te faltarán jamás los auxilios necesarios. Los encargados de guardarte no duermen ni dormitan. Tus guardianes son los santos ángeles, y tus centinelas los espíritus bienaventurados y las almas de los justos” .
San Ignacio de Loyola, al final de sus Ejercicios Espirituales, da unas preciosas normas para sentir en todo con la Iglesia, a la que él tanto amaba. En una de ellas dice: “Debemos siempre mantener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas, porque por el mismo Espíritu y Señor Nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia” ( 13ª regla).
Conocido es el amor apasionado de Santa Teresa de Jesús por la santa Iglesia: “Tengo por muy cierto que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que infunde Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viese abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia” (Vida 25,12). “En cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese que yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura, me pondría yo a morir mil muertes” (Vida33,5). Teresa la reformadora, la mujer impetuosa y fuerte, eficaz y creativa, descansaba totalmente en la Iglesia, y en ella hacía fuerza: “Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia” (Vida 31,4).
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