Alas para volar
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Hace ya más de 2.500 años, Confucio caracterizó las relaciones de amistad como las únicas que no estaban sometidas a ningún tipo de jerarquía. La amistad lo iguala todo: cultura, profesión.
La amistad es una de tantas palabras devaluadas por el lenguaje y por la vida de los seres humanos. Llamamos amigo a cualquier persona que se cruza en el camino. La verdadera amistad, escribió Voltaire, “es un contrato tácito entre dos personas sensibles y virtuosas…ya que los malvados sólo tienen cómplices; los sensuales, compañeros de juerga; los codiciosos, asociados; y los políticos reúnen a su alrededor a sus partidarios”. La verdadera amistad supone una confianza total para compartir los secretos más recónditos, los ideales más inalcanzables, las soledades del alma…los amigos verdaderos se alegran con las mismas alegrías, se entristecen en las mismas penas y comparten los mismos sueños.
Para Cicerón el peor flagelo de la amistad era el halago y la adulación. El verdadero amigo debe ayudar a descubrir el verdadero rostro, y lo hace amablemente, con suavidad y comprensión.
Existen rupturas por palabras torpes e inoportunas. Paul Cézanne, por ejemplo, cuya obra pictórica sólo fue reconocida después de su muerte, nunca pude perdonar a su amigo Emile Zola que lo reflejase en una de sus novelas como un pintor fracasado. A partir de ese momento quedaron hechos añicos más de 30 años de fecunda amistad, que habían abierto nuevos horizontes en el campo de la literatura y de la pintura.
La pérdida de una amistad, como cualquier valor de la vida, siempre es dolorosa. Dicen que no hay peor enemigo que el ex amigo herido. Es preciso, pues, restañar las heridas, perdonar, y si esto no fuera posible, al menos olvidar.
Algunas amistades son nubes pasajeras de verano, fruto del momento. Los amigos verdaderos son como árboles firmemente enraizados que ni el tiempo ni las dificultades son capaces de separar. Jesús fue el amigo verdadero que amó hasta el final. “No ama de verdad el que no ama siempre”, decía Aristóteles.
Como escribió el poeta místico libanés Kalil Gibran, la más elevada finalidad de la amistad es la maduración del espíritu…la revelación del misterio del amor, sin fronteras ni límites, que empieza a hacerse visible en los amigos más cercanos.
Gabriel Marcel pone en boca de uno de sus personajes esta afirmación “Amar a un ser es decir; tú no morirás”. Efectivamente, el amigo nos mantiene vivos y nos cambia sin darnos cuenta. “A nadie te pareces desde que yo te amo”, dice un verso de Neruda. El amigo verdadero no avasalla, deja libre a la persona para que sea ella misma y crezca a su aire. Cada amigo pone gozo en el corazón, da alas al otro para que pueda volar, para que viva en plenitud.