Si comprendiéramos todo lo que dice a nuestros corazones, se nos harían suaves nuestros sufrimientos
San Felipe Benicio en su lecho de muerte exclamaba:”¡Denme mi libro!...”
Los que estaban en su habitación le daban uno tras otro pero él seguía diciendo:”¡Denme mi libro!”.
Notando que fijaba sus ojos en el crucifijo se lo dieron:
”Este sí es mi libro-exclamó-; en él he leído muchas veces y con él quiero terminar mi vida”.
"Tenemos un medio de dulcificar nuestras penas: es un crucifijo. Si comprendiéramos todo lo que dice a nuestros corazones, se nos harían suaves nuestros sufrimientos; de los pies del Crucificado siempre nos levantamos consolados".( Santa Sofía Barat).
Todo el que sufre necesita poner los ojos fijos en Aquel que con sus sufrimientos da valor, energía, consuelo y paz. El mira con amor al que muere y al que ha perdido algún ser querido.
Muchas veces la muerte nos sacude la fe. Aunque ésta no nos protege contra el dolor, sin embargo nos da fuerzas para aceptar los golpes. Es la confianza en Dios Padre, quien está siempre presente en todos los momentos de nuestra existencia, la que nos da fuerzas para encontrar paz y fortaleza. Cuando vemos que un ser querido ha partido a la casa del Padre, su espíritu, su vida, su presencia se hace más fuerte que cuando estaba físicamente con nosotros. En nuestro interior escuchamos sus palabras que nos alientan y reaniman a ser menos egoístas, más comprensivos y a gastar y desgastar nuestra vida, por la causa del Reino.
La tribulación no tiene que destruirnos, sino hacernos mejores; el dolor no tiene que hacernos duros y solitarios, sino tiene que transformarnos en personas solidarias para lanzarnos a ayudar a los menesterosos. La conciencia de sentirnos útiles tiene que devolvernos el sentido y valor auténtico de la vida.
"Algo se muere en el alma cuando un amigo se va", canta una sevillana. Mucho queda en nosotros del ser querido que partió. Cada amigo que adquiere la residencia eterna, podría recomendarnos como el poeta Ricki:" Sé paciente con todo lo que queda sin resolver en tu corazón. Trata de amar tus mismas preguntas. No busques las respuestas que no se pueden dar, porque no serás capaz de vivirlas. Vive tus preguntas porque tal vez, sin notarlo, estás elaborando gradualmente las respuestas".
"Padre nuestro que sufres y lloras con los que sueñan y mueren en sus sueños.
Padre nuestro que estás en la tierra con los que seguimos, fatigados, tus senderos.
Padre nuestro que amas la vida y alimentas con bondad a los pequeñuelos.
Danos tu fuerza que transforme la tierra.
¡Embríaganos con tu vino nuevo!”.
Padre Roberto Mena, ST
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