ORAR DESDE EL SUFRIMIENTO
Aquella mujer estaba en un banco de la iglesia hecha un mar de lágrimas. Al verla Manuela se acercó a ella y le dijo: “¿puedo ayudarte en algo?” Estoy muy triste, respondió María llorando, pues he ofendido a Dios. He venido a pedirle perdón, pues me he quejado de su voluntad. Llevó 30 años sufriendo dolores fuertes y hoy le dije: “Ya no puedo más”. A ti te fue muy fácil porque sólo sufriste tres horas y eras Dios, pero yo llevo toda una vida crucificada y ya no tengo fuerzas.
Manuela le abrazó fuertemente y el río de lágrimas se hizo aún más grande, pues también ella tenía dolores en su cuerpo y en su alma y estaba a apunto de explotar.
El Señor, al ver aquella escena, se compadeció de ellas, pues él también sabía de dolores, extendió su manto sobre estas buenas mujeres, enjugó aquel llanto y consoló aquellas almas. Y aunque el dolor no se fue, sí recobraron las fuerzas para seguir sufriendo y esperando.
El ser humano sufre. ¿Cuál es la actitud que existe frente al dolor? ¿Cómo aceptar la imagen de un Dios padre que permite el sufrimiento de sus hijos? ¿ Qué habré hecho, dicen algunos, para que me haya sucedido esta desgracia? ¿Por qué a mí?
“Si el sufrimiento existe y Dios ha sufrido…
¿Qué sentido le habrá dado al sufrimiento?” Decía Paúl Claudel.
El sufrimiento, el dolor, todo lo que llamamos cruz, en determinadas ocasiones nubla y oscurece la fe. En el sufrimiento sentimos el silencio y el abandono de Dios. Cuesta descubrir la sabiduría de la cruz.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 8, 34).
Negarse a sí mismo, ir dejando todo aquello que impide caminar, renunciar a las ambiciones de riqueza y poder, vender todo para encontrar el tesoro escondido. Renunciar y vender con alegría, porque se ha encontrado la perla, la razón de vivir y existir.
Tomar la cruz, estar dispuesto a la contradicción, persecución, a vivir desde la fe. Tomar la cruz significa vivir en actitudes de disponibilidad, paciencia, misericordia, comunión.
Cristo sufrió y desde su vida nos enseñó a aceptar la cruz. “Rigurosamente hablando, no es la “cantidad” del sufrimiento de Cristo, ni siquiera su muerte, sino su “manera de morir”, lo que nos salva, el acto de libertad amorosa y el don de sí mismo con el que Jesús vivió hasta el fondo el don de su muerte ( B. Sesboüe ).
La cruz recoge todo el pecado del mundo, allí quedó clavada la mentira, la envidia y el odio. Pero la cruz es, sobre todo, signo de amor. Pablo cree en el Cristo de la cruz y en la cruz de su Cristo. Para él…La cruz es sabiduría de Dios (1 Cor 1, 25 ). “Decidí ignorarlo todo, excepto a Jesús crucificado” (1 Cor 2, 2 ).
La Cruz es gracia, no desgracia. Azotando y lleno de heridas recuerda a sus hermanos de Filipos que ellos, y él “han recibido la gracia, no sólo de creer, sino de sufrir por él” (Flp 1, 29). La cruz es garantía de paz y salvación. La cruz es su marca, es la esencia de su vida. “Estoy crucificado con Cristo, y… vivo; pero no yo, es Cristo quien vive en mí” ( Gal 2, 20). Igual que las raíces de los grandes árboles hacen posible el vigor del tronco, el verdor de las hojas y el fruto, es posible que la vida plena que gozan algunos tenga su origen en tanto sufrimiento oculto a los ojos de los otros.
Pablo comparte su cruz con el Crucificado: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” ( Col 1, 24 ).
San Juan de la Cruz, también conoció la cruz a secas, la saboreó y a ella se abrazó. “Estando un día en oración, cuenta el mismo santo, delante (del Crucificado) él me dijo: Fray Juan… pídeme lo que quisieres que yo te lo concederé por este servicio que me has hecho. Yo dije: Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos y que yo sea menospreciado y tenido en poco”.
El mundo sigue sufriendo. Millones de personas pueden repetir con el salmista: “Las lágrimas son mi pan día y noche” (Sal 42,4). El sufrimiento, sobre todo el injusto, sigue siendo un gran mal. Y es más inaguantable cuando nos faltan la fe y el amor. Es éste el que nos salva. Es el amor el que da valor al sufrimiento. “La extrema grandeza del cristianismo proviene del hecho de que no busca un remedio sobrenatural contra el sufrimiento, sino que hace un uso sobrenatural del mismo” (Simone Weil).
Dios no quiere que suframos, pero tampoco ha venido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera ha venido a explicarlo. Ha venido a llenarlo con su presencia. A Dios no podemos echarle en cara: “Tú no sabes lo que es sufrir” (Paúl Claudel).
San Juan de la Cruz habla sobre el valor de la cruz. En sus cartas da sabios consejos para que la persona se decida a aceptar la cruz.
“Cuando se le ofreciere algún sinsabor y disgusto, acuérdese de Cristo crucificado, y calle. Viva en fe y esperanza, aunque sea a oscuras, que en esas tinieblas ampara Dios al alma” ( Ep 20 ).
“Entreténgase ejercitando las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena” ( Ep 25 (.
“Bástele Cristo crucificado, y con él pene y descanse; y por esto aniquilarse en todas las cosas exteriores e interiores” ( Dichos 91).
“No busque a Cristo sin Cruz” ( Ep 24 ).
No es el sufrimiento el que da valor a la cruz, sino el amor con el que se sufre.
El sufrimiento nos purifica, nos revela nuestra fragilidad, nos hace más sensibles ante los problemas de los otros. Bien llevado nos sirve para acercarnos más a Dios y a los otros. Sin Dios no hay respuesta al dolor humano.
Cuando uno está a punto de arrojar la toalla, porque ya no puede más con la cruz, conviene tener en cuenta el consejo de Juan. “Poned los ojos en el Crucificado y todo se os hará poco”. ( Mt 4, 8 ).
No nos ha de faltar cruz en esta vida si somos del bando del Crucificado ( Ep179 ).
“Dios mío, te ofrezco mi dolor…
¡Es todo lo que puedo yo ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor.
¡Un gran amor!
Me lo robó la muerte
…y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
es todo lo que puedo ya ofrecerte!” (Amado Nervo).
Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD
ORAR DESDE EL SUFRIMIENTO
Aquella mujer estaba en un banco de la iglesia hecha un mar de lágrimas. Al verla Manuela se acercó a ella y le dijo: “¿puedo ayudarte en algo?” Estoy muy triste, respondió María llorando, pues he ofendido a Dios. He venido a pedirle perdón, pues me he quejado de su voluntad. Llevó 30 años sufriendo dolores fuertes y hoy le dije: “Ya no puedo más”. A ti te fue muy fácil porque sólo sufriste tres horas y eras Dios, pero yo llevo toda una vida crucificada y ya no tengo fuerzas.
Manuela le abrazó fuertemente y el río de lágrimas se hizo aún más grande, pues también ella tenía dolores en su cuerpo y en su alma y estaba a apunto de explotar.
El Señor, al ver aquella escena, se compadeció de ellas, pues él también sabía de dolores, extendió su manto sobre estas buenas mujeres, enjugó aquel llanto y consoló aquellas almas. Y aunque el dolor no se fue, sí recobraron las fuerzas para seguir sufriendo y esperando.
El ser humano sufre. ¿Cuál es la actitud que existe frente al dolor? ¿Cómo aceptar la imagen de un Dios padre que permite el sufrimiento de sus hijos? ¿ Qué habré hecho, dicen algunos, para que me haya sucedido esta desgracia? ¿Por qué a mí?
“Si el sufrimiento existe y Dios ha sufrido…
¿Qué sentido le habrá dado al sufrimiento?” Decía Paúl Claudel.
El sufrimiento, el dolor, todo lo que llamamos cruz, en determinadas ocasiones nubla y oscurece la fe. En el sufrimiento sentimos el silencio y el abandono de Dios. Cuesta descubrir la sabiduría de la cruz.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 8, 34).
Negarse a sí mismo, ir dejando todo aquello que impide caminar, renunciar a las ambiciones de riqueza y poder, vender todo para encontrar el tesoro escondido. Renunciar y vender con alegría, porque se ha encontrado la perla, la razón de vivir y existir.
Tomar la cruz, estar dispuesto a la contradicción, persecución, a vivir desde la fe. Tomar la cruz significa vivir en actitudes de disponibilidad, paciencia, misericordia, comunión.
Cristo sufrió y desde su vida nos enseñó a aceptar la cruz. “Rigurosamente hablando, no es la “cantidad” del sufrimiento de Cristo, ni siquiera su muerte, sino su “manera de morir”, lo que nos salva, el acto de libertad amorosa y el don de sí mismo con el que Jesús vivió hasta el fondo el don de su muerte ( B. Sesboüe ).
La cruz recoge todo el pecado del mundo, allí quedó clavada la mentira, la envidia y el odio. Pero la cruz es, sobre todo, signo de amor. Pablo cree en el Cristo de la cruz y en la cruz de su Cristo. Para él…La cruz es sabiduría de Dios (1 Cor 1, 25 ). “Decidí ignorarlo todo, excepto a Jesús crucificado” (1 Cor 2, 2 ).
La Cruz es gracia, no desgracia. Azotando y lleno de heridas recuerda a sus hermanos de Filipos que ellos, y él “han recibido la gracia, no sólo de creer, sino de sufrir por él” (Flp 1, 29). La cruz es garantía de paz y salvación. La cruz es su marca, es la esencia de su vida. “Estoy crucificado con Cristo, y… vivo; pero no yo, es Cristo quien vive en mí” ( Gal 2, 20). Igual que las raíces de los grandes árboles hacen posible el vigor del tronco, el verdor de las hojas y el fruto, es posible que la vida plena que gozan algunos tenga su origen en tanto sufrimiento oculto a los ojos de los otros.
Pablo comparte su cruz con el Crucificado: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” ( Col 1, 24 ).
San Juan de la Cruz, también conoció la cruz a secas, la saboreó y a ella se abrazó. “Estando un día en oración, cuenta el mismo santo, delante (del Crucificado) él me dijo: Fray Juan… pídeme lo que quisieres que yo te lo concederé por este servicio que me has hecho. Yo dije: Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos y que yo sea menospreciado y tenido en poco”.
El mundo sigue sufriendo. Millones de personas pueden repetir con el salmista: “Las lágrimas son mi pan día y noche” (Sal 42,4). El sufrimiento, sobre todo el injusto, sigue siendo un gran mal. Y es más inaguantable cuando nos faltan la fe y el amor. Es éste el que nos salva. Es el amor el que da valor al sufrimiento. “La extrema grandeza del cristianismo proviene del hecho de que no busca un remedio sobrenatural contra el sufrimiento, sino que hace un uso sobrenatural del mismo” (Simone Weil).
Dios no quiere que suframos, pero tampoco ha venido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera ha venido a explicarlo. Ha venido a llenarlo con su presencia. A Dios no podemos echarle en cara: “Tú no sabes lo que es sufrir” (Paúl Claudel).
San Juan de la Cruz habla sobre el valor de la cruz. En sus cartas da sabios consejos para que la persona se decida a aceptar la cruz.
“Cuando se le ofreciere algún sinsabor y disgusto, acuérdese de Cristo crucificado, y calle. Viva en fe y esperanza, aunque sea a oscuras, que en esas tinieblas ampara Dios al alma” ( Ep 20 ).
“Entreténgase ejercitando las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena” ( Ep 25 (.
“Bástele Cristo crucificado, y con él pene y descanse; y por esto aniquilarse en todas las cosas exteriores e interiores” ( Dichos 91).
“No busque a Cristo sin Cruz” ( Ep 24 ).
No es el sufrimiento el que da valor a la cruz, sino el amor con el que se sufre.
El sufrimiento nos purifica, nos revela nuestra fragilidad, nos hace más sensibles ante los problemas de los otros. Bien llevado nos sirve para acercarnos más a Dios y a los otros. Sin Dios no hay respuesta al dolor humano.
Cuando uno está a punto de arrojar la toalla, porque ya no puede más con la cruz, conviene tener en cuenta el consejo de Juan. “Poned los ojos en el Crucificado y todo se os hará poco”. ( Mt 4, 8 ).
No nos ha de faltar cruz en esta vida si somos del bando del Crucificado ( Ep179 ).
“Dios mío, te ofrezco mi dolor…
¡Es todo lo que puedo yo ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor.
¡Un gran amor!
Me lo robó la muerte
…y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
es todo lo que puedo ya ofrecerte!” (Amado Nervo).
Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD