El sacramento del perdón
Fuente: Catholic.net
Autor: Pbro. Miguel Rivilla San Martín
La Cuaresma es tiempo de conversión, de vuelta a Dios. La celebración del sacramento del perdón, desde siempre, ha sido una de las prácticas más recomendadas por la Iglesia católica para prepararse a la fiesta más importante del calendario cristiano, la Pascua de Resurrección. Este sacramento, instituido por Cristo (Jo. 20,22-24), ha recibido diversos nombres: penitencia, confesión, sacramento de la reconciliación, del perdón...La Iglesia quiere que todos sus hijos, al menos una vez al año, accedan a este sacramento. “Confesar los pecados mortales, al menos una vez al año, y en peligro de muerte y si se ha de comulgar” (2º Mandamiento).
Las personas mayores recordamos las colas interminables que antaño se formaban en las iglesias para confesarse y “comulgar por Pascua de Resurrección” (3ª Mandamiento).
Hoy se puede afirmar que este sacramento está devaluado en muchas partes. Es fácil constatar lo siguiente: El número de personas que se acercan a comulgar, no sólo no ha disminuido, sino que ha aumentado. Lo cierto es que en todas partes se comulga más, pero se confiesa menos.
¿A qué es debido este fenómeno?
Nadie piense que haya disminuido el pecado -(opción libre y voluntaria en materia grave contra los mandamientos de Dios)-. Todo lo contrario. Sí, quizás, que se haya perdido, en muchos, por falta de instrucción o formación, la conciencia de pecado. Tampoco, que sea, por falta de fe y obediencia de los católicos. Las causas son muchas más, más complejas y profundas, que requieren, por parte de todos, un serio análisis, y por consiguiente una renovación y actualización de la praxis de este sacramento. Algo se inició tras el Concilio Vaticano II, pero, en modo alguno podemos decir, satisfactoriamente. La realidad no agrada a casi nadie, a pesar de los parches.
Naturalmente, los primeros que tenían que estar seriamente preocupados, dada la trascendencia del caso, es la propia Jerarquía de la Iglesia. Bien en algún Sínodo episcopal, en alguna Encíclica papal o en un estudio profundo de las Conferencias Episcopales nacionales, se debería abordar, sin miedos, este gravísimo problema que afecta a lo más íntimo de la vida de la Iglesia católica. El esperar un nuevo Concilio, es, hoy por hoy, una utopía y el remedio llegaría tarde.
Una cosa es el sacramento de la reconciliación o del perdón, o de la confesión o de la penitencia –todos nombres aptos para designar idéntica realidad - y otra cosa es el perdón de los pecados. Éste, según enseña el Credo en uno de sus artículos de fe, es una gozosa realidad en la Iglesia, que se obtiene gracias a al fe y al conversión. El sacramento es la expresión simbólica y celebrativa del perdón de los pecados y de la conversión.
A lo largo de los siglos la Iglesia ha ido adoptando diversas formas cambiantes en la administración y celebración de este sacramento. Así durante siglos el sacramento de la penitencia fue considerado como un medio extraordinario del perdón de los pecados, cuando se concedía una vez en la vida y en peligro inminente de muerte. Es decir las formas externas del sacramento han cambiado en el pasado y con toda seguridad cambiarán en el futuro.
Por efecto de una catequesis o praxis defectuosa, muchos fieles hacían consistir este sacramento en una detallada acusación de todos sus pecados (confesión autoacusadora o autojustificativa), que para muchos era un verdadero tormento, descuidando otros ritos esenciales, como la conversión del corazón y el arrepentimiento. La confesión de los pecados sin más no tiene una consistencia sacramental.
Gracias cumplidas tendríamos que dar todos los creyentes a Dios por la tabla de salvación y santificación que nos brinda en este sacramento, no siempre debidamente apreciado.
Hoy en día, cuando vemos las consultas de los sicólogos y siquiatras abarrotadas y hasta los platós de televisión llenos de gente necesitada de volcar su alma, su interioridad, fuera, pagando por ello o desnudándose sin ningún pudor ante una audiencia siempre ávida de morbos, los creyentes no deberíamos tener ningún reparo en acudir a los ministros de la Iglesia-sobre todo en el tiempo de Cuaresma-tiempo de purificación y conversión por excelencia-para reconciliarnos con nuestro Padre Dios.
El, hoy como ayer y siempre, El nos sigue esperando con sus brazos abiertos para brindarnos generosamente una y mil veces su paz y misericordia.