MIÉRCOLES DE CENIZA
De la Carta de San Clemente I, papa, a los Corintios
Convertíos
GLOSA
En este día singular, es muy oportuno recordarlo: estamos necesitados de misericordia. Pero la misericordia de Dios y nuestra penitencia han de entenderse rectamente. Para Dios, la misericordia equivale a amarnos ocupándose de nosotros más allá de toda ley, es decir, con su amor. Para nosotros, penitencia es reconocer que somos amados, a la vez que descubrimos cuán leíos nos hallamos de su amor. Los trabajos cuaresmales que hoy nos disponemos a iniciar suponen un descubrir el amor de Dios y aprender a querer como él nos quiere.
Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos del Dios y Padre suyo, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la conversión.
Recorramos todas las etapas de la historia y veremos cómo en cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentirse a todos los que han querido convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que le hicieron caso se salvaron. Jonás anunció la destrucción a los ninivitas, pero ellos, haciendo penítencía de sus pecados, aplacaron la ira de Dios con sus plegarias y alcanzaron la salvación, a pesar de que no pertenecían al pueblo de Dios.
Los ministros de la gracia divina, inspirados por el Espíritu Santo, hablaron acerca de la conversión. El mismo Señor de todas las cosas habló también de la conversión, avalando sus palabras con juramento: Por mi vida dice el Señor, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta,añadiendo además aquellas palabras tan conocidas: Cesad de obrar inal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como la grana y rojos conio escarlata, si os convertís a mí de lodo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mi pueblo santo que sois.»
Queriendo, pues, que todos los que él ama se beneficien de la conversión, confirmó aquella sentencia con su voluntad omnipotente.
Sometámonos, pues, a su espléndida y gloriosa voluntad, e, implorando humildemente su misericordia y benignidad, refugiémonos en su clemencia, abandonando las obras vanas, las riñas Y la envidia, cosas que llevan a la muerte. Seamos, pues, hermanos, humildes de espíritu; abandonemos toda soberbia y altanería, toda insensatez, y pongamos por obra lo que está escrito, pues dice el Espíritu Santo: No se glorie el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su foirtaleza, no se glorie el rico de su riqueza, quien se glorie, que se glorie en el Señor, buscándolo a él y obrando el derecho y la justícia, recordando sobre todo las palabras del Señor Jesús, con las que enseña la equidad y la bondad.
En efecto, él dijo: Sed misericordiosos y alcanzaréis misericordia; perdonad y seréis perdonados, como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad y se os dará; no juzguéis y no seréis juzgados;en la medida en que seáis benignos,experimentaréis la benignidad; con la medida con que midáis se os medirá a vosotros.
Ajustemos nuestra conducta a estos mandatos y así, obedeciendo a sus palabras, comportémonos siempre con toda humildad. Dice, en efecto, la palabra de Dios: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.
De este modo, imitando las obras de tantos otros, grandes e ilustres, corramos de nuevo hacia la meta que se nos ha propuesto desde el principio y que es la paz; no perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece.