Por Cristo y por todos: SACERDOTE
LA vida es un don de Dios. Es un don maravilloso que nos permite realizar durante años y años pequeñas y grandes maravillas. Las capacidades que nos ofrece la vida que hemos recibido de Dios son muchísimas. El Señor llama a los jóvenes a que dediquen el don de la vida a ideales nobles y grandes. Él concede a cada persona su propia vocación.
Hay una vocación maravillosa: la vocación sacerdotal. Dios llama a jóvenes a ser sacerdotes. Es una llamada radical y exigente, fruto de un amor predilecto del Señor. Y los jóvenes, por las características de su edad, son los que pueden escuchar mejor esta llamada y dar a ella una respuesta muy generosa.
Jesús pasa cerca de los jóvenes, como hizo con aquellos pescadores de Galilea, y les dijo: «Ven y sígueme..., te haré pescador de hombres». La vocación sacerdotal es una llamada de Dios para «estar con Él», para seguir más de cerca al Señor. Es amar a Jesús y querer estar siempre con Él, amando a todos los hermanos. El lema del Día del Seminario de este año es precisamente éste: «Por Cristo y por todos: sacerdote.»
Para que un joven escuche la llamada de Jesús para ser sacerdote conviene que se acerque a Él, esté con Él y mantenga unos momentos silenciosos y generosos de oración. Dios habla en el silencio y en el diálogo con Él.
El Señor llama a los futuros sacerdotes para enviarlos a llevar la Buena Noticia de su amor y de su salvación a todos. La vida es un don de Dios y el sacerdote la pone plenamente al servicio de la Iglesia y del mundo. Está totalmente disponible para ser enviado al servicio de las comunidades parroquiales y de los movimientos, y también para ejercer los diversos ministerios sacerdotales. Porque se ha entregado por Cristo y por todos.
El amor del sacerdote es un amor fecundo, ya que no se limita una familia de carne y sangre, sino que se entrega a la numerosísima familia de los hijos de Dios. Es sacerdote de todos y para todos. Es signo y vínculo de unidad en la comunidad cristiana. Es padre en especial de los pequeños, los pobres y los marginados. Es signo de trascendencia y de esperanza para los hombres y las mujeres de nuestro mundo, aunque en muchas ocasiones sea «una voz que clama en el desierto».
Hoy como siempre hay jóvenes que escuchan la llamada de Jesús para ser sacerdotes y dejan lo que tienen, como hicieron los Apóstoles. Hoy hay en la juventud una capacidad de donación generosa, ilusión por unos ideales nobles y seriedad para asumir un compromiso para toda la vida. Los jóvenes que sienten la llamada de Jesús para ser sacerdotes experimentan que vale la pena dar la vida para servir a los hermanos como sacerdote.
¿Cómo llama el Señor? El joven que ama a Jesús y a los hermanos puede muy bien escuchar la llamada al contemplar las parroquias y los movimientos eclesiales con pocos sacerdotes. Fácilmente recordará aquella escena evangélica: «Jesús recorría todos los pueblos proclamando el mensaje gozoso del Reino. Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban cansadas y abatidas como ovejas sin pastor».
Ante esta escena evangélica, hoy muy actual, Jesús dijo a los discípulos: «La mies es abundante, pero los segadores son pocos; rogad, pues, al amo de los sembrados que envíe segadores a su mies». Las comunidades cristianas han de pedir que Dios conceda el don de la vocación sacerdotal a muchos jóvenes. Los padres cristianos han de considerar como una especial bendición de Dios la vocación sacerdotal de un hijo suyo.
LLUÍS MARTÍNEZ SISTACH Arzobispo de Barcelona