DIOS VIVE EN TI
Martín Descalzo contaba una de las mejores enseñanzas que había recibido de su madre.
Cuando era niño, su madre le llevaba a las iglesias y catedrales, y le decía: “Mira, aquí está Dios”. Y él buscaba a Dios en los altares, vidrieras… Y ella añadía: “No lo busques fuera: cierra los ojos, oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral”.
Con él podemos hablar, está al alcance de la mano, él es nuestro Padre. Dios se nos revela como un Dios cercano, quiere ser amigo. “En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla con los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2). “Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios por su bondad, nos ha permitido hablar con él ” ( San J. B. M. Vianney ).
Dios está presente en el ser humano y en cada cosa. Dios no entra y sale porque el alma esté en gracia o en pecado. Hay que verlo y reconocerlo. El místico anhela ver la imagen viva de Dios, por ella pena y suspira. “Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados” (san Juan de la Cruz).
Dios está en la fuente y en el río, pero sobre todo, en lo más profundo de la persona. “El centro del alma es Dios, al cual cuando el alma hubiere llegado según toda la capacidad de su ser, y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda y ame y goce a Dios…”(san Juan de la Cruz). El ser humano es un ser inacabado, con capacidad para conocer y amar a su Creador. “Por su interioridad es superior al universo entero. A estas profundidades (de sí mismo) retorna cuando encuentra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones y donde él, personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino”(GS 14).
El amor y la fe son los ojos que Dios nos ha dado para descubrirle y habitar en él. “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,13).
Para hablar con él tenemos que abrirnos a él y dejarle entrar en nuestro ser. “ La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios” (K. Rahner). Este Dios vive en lo más profundo del ser humano y vive escondido. “le está al alma escondido, y le conviene siempre al alma... tenerle por escondido” (C 1, 3).
Por la fe podemos ver a Dios que está dentro. Esto mismo es lo que afirma Pablo VI:“En el punto de encuentro esencial con el misterio religioso, con Dios, está dentro de nosotros mismos; está en la celda interior de nuestro espíritu, en aquella actividad personal que llamamos oración”.
Una de nuestras grandes tragedias es el no haber descubierto la interioridad, las riquezas que llevamos escondidas dentro. “Gran parte del sufrimiento que padece mucha gente puede ser atribuido, en no pequeña medida, al hecho de que vivimos exiliados de nuestra tierra natal… del mundo interior” (A. Maslow). Lagrimas de sangre derramó Agustín cuando descubrió el sin sentido de la vida que llevaba.: “Te buscaba fuera y tú estabas dentro”.
Es importante encontrar el camino que conduce al interior, tener hambre de luz y de verdad. El peligro no está en el mundo, en lo exterior, sino en centrarse en lo que nos da vida. “Lo importante no es abandonar materialmente el mundo, pues el mundo está en uno mismo y la reforma del ego es más rigurosa que el retiro en una región solitaria, un ashram o un monasterio” (M.M. Daby). La oración tiene que ser un espacio abierto donde entren los otros y Dios, donde se avance en conocimiento propio.
Es necesario ver cual es el camino que se lleva y el que conviene llevar, si es que se pretende llegar a la cumbre. “Llegar a ser un hombre de oración requiere un peregrinaje largo… Al final de este viaje encuentra el hombre con total sencillez su verdadera naturaleza, pues… su verdadera naturaleza es oración” (J.C. Barreau). Es necesario, pues, orar como K. Rahner: “Ten misericordia de mí, Dios mío. Cuando huyo de la oración no quiero huir de ti, sino de mí, de mi superficialidad. No quiero escaparme de tu infinitud y santidad sino de la desolación del mercado vacío de mi alma… no puedo penetrar en el verdadero santuario de mi interior en el cual Tú sólo deberías encontrarte y ser adorado”.
Así como el sol madruga para entrar en tu casa, si le abres la ventana, así Dios te despierta cada mañana para que lo adores en tu interior, para que hables con él, para que vivas plenamente.
Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD