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 Orar desde la enfermedad

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MariCruz
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Fecha de inscripción : 08/04/2007

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MensajeTema: Orar desde la enfermedad   Orar desde la enfermedad EmptyMar Sep 04, 2007 1:55 am




ORAR DESDE LA ENFERMEDAD



El periódico Alfa y Omega de Madrid publicó un testimonio impresionante de una persona que se identificó en la COPE con el nombre de Anunciación. Dice así:


“He sido operada 45 veces, tengo 52 años. Nací con una malformación congénita y mi vida ha sido un sufrimiento continuo. Además, desde hace ocho años, debido a un error médico, me he quedado ciega, con los ojos totalmente abiertos y sin lágrimas. Padezco unos dolores terribles... También he perdido el oído, aunque llevo una prótesis que me permite oír algo.


Padezco más enfermedades y una depresión lógica por todas estas cosas. A pesar de todo, creo que la vida merece la pena. Creo que Dios nos quiere y por medio de la enfermedad nos marca una pauta.


Nadie quería vivir conmigo, porque tengo que vivir a oscuras, ya que la luz me hace daño y no puedo salir a la calle; no me puede dar nada de luz. Quien viva conmigo tiene que estar con una linterna en casa. Es una vida mediatizada por completo; hasta el hablar me hace daño. Una vez tuve que decir a la señorita que me estaba atendiendo: Oiga, ¿a qué me está induciendo?, ¿a que me suicide? Pues, mire, me voy a quedar sola en mi casa, porque nadie se quiere quedar conmigo mientras operan a mi marido. Me podré caer, como muchas veces me ha pasado, me podré dar un golpe, pero voy a vivir, voy a vivir porque así lo quiere Dios”.


Tengo mucha fe y desde luego que hablo con Dios como Marcelino Pan y Vino, así de sencillo, y Dios me ayuda, y la Virgen santísima también. Pienso que Dios habrá hecho esto conmigo por algo, porque a lo largo de tantas enfermedades como he tenido se me ha manifestado de muchas formas. En mi casa hay mucha paz. No puedo más que darle gracias a Dios. Deseo que todo el mundo pueda seguir viviendo, a pesar del sufrimiento. Dios nos ayuda, la vida merece vivirse”.


Por donde pasaba Jesús iba haciendo y el bien y luchando contra el mal. "... al anochecer cuando se puso el sol... curó a muchos enfermos (Mc 1, 32). De madrugada... se puso a orar (Mc 1, 35). Jesús se nos presenta expulsando a los demonios, curando a los enfermos, predicando el Reino, retirándose a orar en soledad. Jesús viene en búsqueda de los pecadores, de los enfermos. Dice san Ambrosio: "no son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". Pero, ¿acaso he venido a llamarlos para que perseveren en su estado? ¿O más bien para una conversión que los haga salir de su precedente condición, que constituía una enfermedad gravísima y llena de pecados.


La predicación, la sanación de los enfermos, los momentos de la pasión todo lo acompaña Jesús con la oración. Jesús, muy de mañana se retira a orar a un lugar desierto. Jesús ora con frecuencia y que lo hace a solas en lugar desierto. En el encuentro con el Padre encuentra Jesús la fuerza para luchar, para perseverar en el camino.


Sí, Dios nos ayuda. La vida merece la pena. Este testimonio puede levantar el ánimo cuando estamos atormentados por pequeñas contrariedades. Generalmente, cuando alguien pierde la vista, el oído, tiene problemas en la comunicación, se ve limitado, se siente inclinado a creer que se le ha arruinado la vida y que está condenado a la mediocridad o nulidad


La enfermedad es, a veces, como un parásito que roba, “chupa”, energías, ilusiones, amigos y vida. La mayoría de las veces acarrea cansancio, incomprensión de los otros, soledad. Ante cualquier problema, enfermedad o dolor, el ser humano, sobre todo el que no tiene fe, se siente desconcertado y se hace muchas preguntas. Pero “Cristo no responde directamente ni en abstracto a estas preguntas humanas… El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en participe de los sufrimientos de Cristo” (SD 26). “A medida que el hombre toma su cruz uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. En Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera de su Evangelio, nos aplasta” (GS 22). Cristo se ha comprometido con el sufrimiento. Con él hay esperanza y victoria segura.
Si tiene mérito el que sufre, también lo tienen quienes acompañan en el sufrimiento ayudando, consolando, sirviendo. Si dar un vaso de agua en el nombre del Señor no quedará sin recompensa, tendrán gran premio aquellos que ayudan a creer, a esperar y a amar en el corazón de los enfermos. Si “recoger un alfiler por amor puede convertir un alma”, decía santa Teresita, cuántas almas no convertirá el ofrecer tantas noches y días interminables... El heroísmo silencioso de llevar la cruz cada día no luce y con frecuencia es ingrato. Sólo Dios puede medir el grado de amor y de sufrimiento. Dios nos ayuda. La vida merece vivirse. Pero, para tener la actitud de Anunciación, es preciso creer en Dios, tener esperanza y descubrir el valor del sacrificio.


Los enfermos se enterarán un día en el cielo de cuánto hicieron por los sanos, dijo hace años Pío XII. Ellos son como un aviso que nos invita a revalorar lo que realmente importa en la vida.


Martín Descalzo, atrapado por la enfermedad, en los últimos días de su vida, nos dejó estos versos:


“Nunca podrás dolor, acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia el llanto,
secar mi lengua, amordazar mi canto,
secar mi corazón y desguazarme...
pero nunca me podrás acobardar.


Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD
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