HABLÓ CON EL CORAZÓN
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Dostoievski, en su novela El idiota, hace una pregunta por labios del ateo Hippolit al príncipe Myskin.
“¿Es verdad, príncipe, que dijisteis un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores-gritó fuerte dirigiéndose a todos-, el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza...
¿Qué belleza salvará al mundo?
El mundo será salvado por la belleza de Dios, “belleza tan antigua y tan nueva de Agustín. Lo que salvará al mundo será el amor, el amor de Dios que amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito (Jn 3,16), el amor del Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11), el amor desinteresado del hermano.
Dios es amor y fuente de amor. Quien se abre a él, quien lo acoge, tendrá vida y será capaz de abrirse al hermano. Eso es lo que quiere Jesús, que seamos permeables al amor de Dios, para que pueda pasar por nosotros hasta el amor al prójimo.
Lo más grande que hay en la tierra es el amor, o debería ser el amor. No se puede amar mientras no hemos sido amados. De alguna forma todos somos un poco disminuidos. Lo dice bellamente Jean Vanier: “De niños, todos hemos sido heridos. Nuestra experiencia dolorosa tuvo lugar el día en que, siendo pequeños, comprendimos que no éramos totalmente bien recibidos por nuestros padres, que éstos eran malos con nosotros, porque no respondíamos a sus planes o no hacíamos exactamente lo que ellos querían...
A veces, cuando los niños se sienten heridos, se encierran en sí mismos y se encapsulan, se ocultan detrás de una muda rabia e indignación... Es como si un puñal atravesara un corazón sensible y vulnerable, un corazón que desea ardientemente compañía y protección. Esto genera una terrible soledad y angustia, un profundo sufrimiento interior, sentimientos de culpa y vergüenza”.
Una investigación realizada en la Universidad del Estado de Wayne, con niños de tres y de cuatro años, reveló hechos interesantes.
Se les dieron a los niños diversas órdenes, algunas positivas, como: “Da una palmada”; otras negativas, como: “No te toques los pies”.
Cuando los investigadores hablaban en tono suave, ambos grupos de niños hacían lo que se les mandaba; pero cuando levantaban la voz, los chicos de tres y cuatro años hacían todo lo contrario de lo ordenado.
No hemos sido lo suficientemente amados y nuestro amor se ve truncado y herido. Sabemos que el niño necesita el amor de sus padres desde antes de nacer para poder crecer en confianza y estima de sí mismo y de los demás. Para que una persona pueda valorarse a sí misma y liberarse del miedo a ser rechazada, tiene que haber recibido mucho amor a lo largo de su vida. Desgraciadamente muchos de los jóvenes encarcelados por uso de droga, robo, crímenes... son el resultado de la falta de atención en la niñez.
Me llamó la atención la carta que un joven dirigió al juez en el día del juicio: “Señor juez. Quiero hablarle con el corazón, como si usted fuera mi padre.
Posiblemente las palabras que le voy a decir las haya oído en alguna otra ocasión. Pero quiero que me escuche, por favor unos minutos. Yo soy el resultado de una sociedad que no me ha dado lo que buscaba: amor. Me enseñaron a mentir, a hacer dinero, no importándome el medio que fuera. Por esos caminos anduve. Así, pues, aprendí a no caminar por la vida.
Un día escuché un casette donde se hablaba de la necesidad que el niño tiene de ser amado y de crecer en una civilización del amor. Empecé a creer en la fuerza del amor, a valorarme, a amarme y amar a Dios y a los demás.
Todavía me queda mucho camino por andar, pero soy otro y quiero seguir siendo otro. Quiero vivir, construir una familia y un mundo basado en el amor, quiero abrir caminos de paz y concordia. Sé que con la cárcel y en la cárcel perdería un tiempo precioso de mi vida y no conseguiría nada.
Sr. Juez, ¿qué haría usted si yo fuera verdaderamente su hijo? ¿Qué le gustaría que hicieran con usted si usted mismo estuviera aquí, en mi puesto?”
Al mundo lo salvará solamente el amor, un amor como el de Dios, total y desinteresado como el de Jesús, como el de la madre verdadera. Lo más grande que hay en la tierra es, o debería ser, el amor.