Tierra...(I)
¡Qué hermosa eres, Tierra, y qué sublime!
¡Qué perfecta es tu obediencia a la luz
y qué noble tu sumisión al sol!
¡Qué adorable eres, velada en la sombra,
y qué encantador es tu rostro,
cubierto por la oscuridad!
¡Qué reconfortante es el cántico de tu amanecer,
y qué ásperas las loas de tu atardecer!
¡Qué perfecta eres, Tierra, y qué majestuosa!
Caminé por tus praderas y trepé tus montañas
pedregosas..
Descendí a tus valles y entré a tus cavernas.
En las praderas encontré tu sueño,
en la montaña tu orgullo,
en el valle fui testigo de tu tranquilidad,
en las rocas, de tu resolución,
en las cavernas, de tu secreto...
Eres débil y poderosa, humilde y arrogante,
eres flexible y rígida, diáfana y secreta.
Surqué tus mares, exploré tus ríos y seguí tus arroyos.
Oí a la Eternidad hablar en los flujos y reflujos
de tus aguas,
y a los tiempos repetir tus cantos entre las colinas.
Oí a la Vida llamando a la vida
en tus pasos montañosos
y lo largo de tus laderas.
Eres boca y labios de la Eternidad,
nervio y dedos del Tiempo,
Misterio y solución de la Vida.
Tu primavera me despertó y me llevó a los campos,
donde tu aliento perfumado se expande como incienso.
Vi los frutos de tu tarea veraniega,
y en otoño,
vi tu sangre fluir como vino en los viñedos.
El invierno me condujo a tu cama,
en la que la nieve da testimonio de tu pureza.
En tu primavera eres esencia aormática,
en tu verano generoso;
en otoño fuente de abundancia.
Una noche calma y clara
abrí las puertas y ventanas de mi alma:
salí a verte,
tenso el corazón de deseo y anhelos.
Y te vi con la vista clavada en las estrellas que te sonreían,
y tiré mis cadenas
porque encontré que la vivienda del alma es tu espacio.
Sus deseos crecen con tus deseos,
su paz se encuentra en tu paz,
y la felicicidad
en el dorado polvo que las estrellas esparcen
sobre tu cuerpo.
Una noche, cuando las estrellas se volvían grises,
y mi alma estaba cansada y ansiosa,
salí hacia ti.
Y te me apareciste como un gigante,
armada con furiosas tempestades,
combatiendo el pasado con el presente,
remplazando lo viejo con lo nuevo,
y dejando que el fuerte dispersara al débil.
Entonces aprendí que la Ley del pueblo es nuestra ley.
Aprendí que quien no rompe sus ramas secas con tu tempestad,
morirá aburrido,
para despojarse de sus hojas secas,
perecerá lentamente....
J. Gibrán