el regreso del hijo pródigo" Rembrandt

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....Mi reacción profunda al abrazo del padre a su hijo me hizo ver que estaba buscando desesperadamente ese lugar interior donde yo también pudiera ser abrazado como el joven del cuadro. Al mismo tiempo, no podía prever lo que iba a suponer el acercarme más y más a ese lugar. Estoy muy agradecido por no haber sabido de antemano lo que Dios me tenía preparado. Y también agradezco el nuevo lugar que se me ha abierto a través de todo el sufrimiento interior.

Tengo que arrodillarme ante el Padre, apoyar mi oído en su pecho y escuchar sin interrupción los latidos de su corazón. Entonces, y sólo entonces, puedo decir con sumo cuidado y muy amablemente lo que oigo. Ahora sé que debo hablar desde la eternidad al tiempo real, desde la alegría duradera a las realidades pasajeras de nuestra corta existencia en este mundo, desde la morada del amor a las moradas del miedo, desde la casa de Dios a las casas de los seres humanos

Estoy llamado a entrar en mi propio santuario interior donde Dios ha elegido hacer su morada. La única forma de llegar a ese lugar es rezando, rezando constantemente. El dolor y las luchas pueden aclarar el camino, pero estoy seguro de que es únicamente la oración continua la que me permite entrar allí.

, dejar el hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un lugar y a un momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mi ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.

El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: —la misma voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán; la misma voz que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo oscuro, haciendo que permanezcan en la luz. Yo he oído esa voz. Me habló en el pasado y continúa hablándome ahora. Es la voz del amor que no deja de llamar, que habla desde la eternidad y que da vida y amor dondequiera que es escuchada. Cuando la oigo, sé que estoy en casa con Dios y que no tengo que tener miedo a nada.

H. Nouwen

Inspiradoras palabras con que H. Nouwen se refiere al amor del Padre. Una de las referencias que me impresionó bastante, en una primera lectura de su lbro, fue la que gira en torno a las manos del padre (en la pintura de Rembrandt). Nouwen llama nuestra atención sobre los detalles, mostrando como una de las manos del padre es femenina, mientras la otra es masculina.

Al resaltar estos rasgos, Nouwen recurre a citas de la Biblia intentando ampliar nuestra perspectiva del amor divino. Así, entre estas citas, toma del evangelio de Mateo una bella metáfora donde Jesús se refiere a sí mismo de la siguiente manera: "¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus pollitos..." (Mt. 23:37 -DHH)

Con esa reflexión, Nouwen va a cuestionar la percepción que tenemos del amor de Dios. Con frecuencia percibimos fácilmente aspectos de Él, tales como su su justicia, su fuerza, su poder, su ira, incluso. No obstante, hay otros aspectos como la ternura, la compasión, la preocupación y el sufrimiento (de Él por nosotros), propios de una madre, que viniendo de Dios no son siempre tan claros para muchos de nosotros. Esto, quizás debido a la matriz cultural que se interpone en nuestra comprensión del mundo y de l@s otr@s. Así, Nouwen da un paso más allá y nos recuerda aspectos tan sencillos pero a la vez tan importantes, que si dejamos fuera tendrán un efecto. Dios es Padre y Madre a la vez, dice Nouwen, apelando a estas categorías humanas para transmitirnos una verdad ante la cual las palabras se detienen y caen por sí solas...

Hasta la próxima...