LA ORACIÓN CRISTIANA
Objetivo: Propiciar un mayor acercamiento a Dios a través de la oración, ya que ella fortalece nuestra fe, sostiene nuestra vida y nos permite descubrir su voluntad.
HECHO DE VIDA:
Un humilde campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche, descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.
Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: “He cometido una verdadera estupidez, Señor; he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y Tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar”.
Y el Señor dijo a sus ángeles: “De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido sin duda alguna la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero”.
Preguntas para compartir:
1. ¿Qué crees que es lo más importante en la oración?
2. ¿Te has sentido alguna vez “corto” para orar porque piensas que no sabes rezar?
CONTENIDO DOCTRINAL:
El hombre es el único ser sobre la tierra que puede dirigirse a aquel que es su origen y su última razón de ser. Las aves se contentan con buscar su comida y cebar a sus crías; la vaca pasta la hierba, duerme, pare novillos, nos da leche y muere sin que piense jamás en su criador; el hombre, sin embargo, puede arrodillarse en adoración ante el misterio de su origen. La adoración entraña la admiración de Dios, la contemplación de sus beneficios, la acción de gracias por ellos, el reconocimiento de su poderío y de su Ser Absoluto.
De allí que, a lo largo de la historia de la humanidad, en las diferentes religiones, a través de lugares especiales, posturas diversas (de pie, de rodillas o sentado), pensamientos e imaginaciones, etc., el hombre ha tratado de captar la presencia de Dios.
Ahora bien, en sociedad como la nuestra cada vez más secularizada y mecanizada, en donde la técnica y la ciencia han comenzado a dominar los abismos del mar y los espacios siderales sin acudir a Dios; en un mundo en el que es posible predecir y prevenir una serie de desastres naturales sin necesidad de rogativas; en una época en la que la presencia de Dios no se echa de menos, ¿es posible y debemos orar?.
1. ¿Qué es la oración?
“La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría” (Santa Teresa del Niño Jesús)
“La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno)
En general, podemos decir que la oración es ponerse en comunicación reverente y filial con Dios; es establecer un diálogo amoroso con Él, para escucharle, alabarle, darle gracias y suplicarle.
Decía Santa Teresa de Jesús: “la oración es tratar de amor con quien sabe de amor”. Luego, la experiencia esencial de la oración cristiana es el amor. El amor que Dios me tiene, el amor que yo pongo. “Orar no es pensar mucho, sino amar mucho”, dirá ella, “pues no todos saben razonar o reflexionar, pero todos pueden amar”.
El fundamento de la oración es el gesto absolutamente libre por el que Dios sale de alguna manera fuera de sí mismo y viene a nuestro encuentro para ofrecernos su amor, la comunidad de vida con Él. Y este amor no encuentra su fin más que en nuestro amor recíproco. Por eso, la oración cristiana, no consiste tanto en intentar hablar con Dios. Orar es, ante todo, escuchar a Dios. Quien cree en Dios, tal como se revela en la Biblia, percibe enseguida que Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, Dios llama a cada persona al encuentro personal con Él.
Para el creyente, la oración es el sustento y el alimento de esa vida divina que ha brotado del encuentro del yo humano con el Tú divino. Sin esta intercomunicación esa vida que debe ir creciendo cada día hasta alcanzar la plenitud de Cristo, morirá.
Así como la amistad se practica y crece compartiendo tiempo y momentos con el amigo, de lo contrario decae y puede llegar a extinguirse, de modo semejante, la oración que es camino de amistad, requiere compartir momentos exclusivos con el Amigo. Si no hacemos tiempo para estar a solas con Dios, es imposible profundizar en su intimidad y amistad.
En la amistad, lo esencial es la actitud permanente hacia el amigo, más que el número de veces que nos encontramos con él. Y más importante es la calidad del encuentro y del trato, que su cantidad. Así, también, es más importante el espíritu de oración, la actitud orante a través de la vida, que las prácticas de oración. Y es más importante la calidad de los tiempos de oración, que su cantidad; la determinación de entregarse a la voluntad de Dios, que el mero cumplimiento de tiempos de oración.
Con la oración sucede lo que con la amistad. Cuanto más tratamos al amigo y conversamos con él, más surgen temas de conversación; cuanto menos tratamos con él, tanto menos lo echamos de menos y tanto menos tenemos de que conversar. En la oración, cuanto más oramos, tanto más necesitamos orar y tanto más le encontramos sentido a la oración; cuanto menos oramos, tanto menos sentimos su necesidad, menos le hallamos sentido y más difícil se nos hace orar.
2. ¿Por qué orar?
Hay quienes, aun siendo creyentes, afirman que la oración o es una estupidez, o una inutilidad, o una cosa nociva. Y lo razonan así: Si lo que pedimos no depende del hombre, sino que depende de las leyes fijas de la naturaleza puestas por Dios, ¿para qué orar?. Dios puso estas leyes y es natural que produzcan sus efectos. Si lo que pedimos depende del hombre, ¿por qué orar?, ¿no valdrá más realizar esas cosas en vez de orar para que se realicen?, ¿no será mejor luchar por la paz que pedir por la paz?, ¿tomar las medidas de higiene para impedir la propagación de una enfermedad en vez de orar para que no se propague?, ¿no será la oración un medio de irresponsabilizar o alienar al hombre, de querer endosar a Dios lo que es incumbencia nuestra, de querer que Dios solucione problemas que Él dejó a la solución de los humanos?.
Una cosa es evidente: el hombre no puede orar si no cree en el valor de la oración. Es, pues, necesario tener ideas claras sobre el particular. Respondamos a la pregunta: ¿por qué orar?
1. Porque somos criaturas. El hombre es criatura de Dios, a Él le debe su existencia y su ser-así. Por tanto, está marcado por una radical dependencia de Dios. Reconocer esta dependencia es comprender su condición de criatura y su imposibilidad de querer ser como Dios. En tal sentido, el acto fundamental de su vida ha de ser un acto de agradecimiento y de confianza en Dios, el Ser Absoluto, sin el cual nada sería. “Coronado de gloria y esplendor” (Sal 8,6), el hombre es capaz de reconocer “¡Qué glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra”! (Sal 8,2). Por otro lado, el hombre, después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, sigue siendo imagen de su Creador. Por tanto, conserva el deseo de Aquel que le llama a la existencia. Y si, en cierto sentido, también los animales alaban el misterio de su existencia por el mero hecho de vivir, el hombre es el único ser que puede oír y responder a Dios. Sólo nosotros comparecemos ante Dios con la mente y el corazón, pues hacia Él se orienta lo más hondo de nuestro ser.
2. Porque somos hijos de Dios. En el Bautismo hay una regeneración, una criatura nueva; del agua y del Espíritu nace un hijo de Dios. Desde ese momento el hombre no sólo podrá llamar a Dios Creador; con toda razón le podrá llamar “Padre”. Porque lo es de verdad; y así las relaciones entre Dios y el hombre cobran un sentido de intimidad insospechado. Un hijo que ama a sus padres siente una necesidad vital de comunicarse continuamente con ellos. Si se ausenta, desde otra ciudad o nación, les enviará una tarjeta, una carta, o hablará por teléfono con ellos; y es que el amor busca la presencia y la comunicación. Por eso, el que se siente hijo de Dios y, además, amado por Él tendrá una necesidad vital de ponerse delante de Dios, mirarle frente a frente a la cara, escuchar su voz y comunicarse con Él.
3. Porque somos radicalmente indigentes. No hay duda alguna, necesitamos de Dios. El hombre acude a Dios en demanda de ayuda y auxilio en las diferentes necesidades temporales de su vida. Muchos cristianos, después de haber acudido a los especialistas sin el resultado apetecido, acuden a Dios como a un superespecialista o como a un “tapahuecos” que lo va a remediar todo. Y si bien no podemos entender jamás la manera de obrar de Dios, porque está por encima de nuestros alcances, tenemos que atenernos a las perspectivas que nos proporcionan la fe en Dios y la experiencia de los santos, especialmente la de Jesucristo, que supieron abandonarse incondicionalmente a Él
4. Porque Jesucristo oró y nos mandó orar. Los Evangelios nos presentan muchísimas veces a Jesús en oración. Su actividad diaria estaba tan unida a la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la madrugada.
Jesús oró en todos los momentos más importantes y decisivos de su revelación y de su misión: en el Bautismo (Lc 3,21) y en la Transfiguración (Lc 9,28 ), en Getsemaní (Mt 26,36-44) y en la cruz (Lc 23,34.46), antes de elegir a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo (Lc 9,18 ), antes de hacer los milagros (Mc 6,41; 7,34; 8,6-7; Jn 11, 41-42), en la Cena antes de la pasión (Jn 17,1-26).
También tomó parte en las oraciones públicas tanto en las sinagogas, donde entró en sábado, “como era su costumbre” (Lc 4,16), como en el Templo, al que llamó “Casa de Oración” (Mt 21,13), y en las oraciones privadas que los israelitas piadosos acostumbraban a recitar diariamente. Además, al comer dirigía a Dios las tradicionales bendiciones, como expresamente se narra en la multiplicación de los panes (Mt 14,19; 15,13), en la última Cena (Mt 26,26), en la comida de Emaús (Lc 24,30).
Así, pues, hasta el final de su vida, Jesús mostró que la oración era lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual.
Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó hacer también a nosotros. Muchas veces dijo: “Orad”, “pedid” (Mt 5,47; 7,7; 26,41; Mc 13,33; 14,38; Lc 6,28; 10,2), “en mi nombre” (Jn 14,13s; 15,16; 16,23s); incluso nos proporcionó una fórmula de plegaria en la llamada oración dominical (Mt 6,9-13; Lc 11,2-4), y advirtió que la oración es necesaria (Lc 18,1) y que debe ser humilde (Lc 18,9-14), atenta (Lc 21,36; Mc 13,33), perseverante y confiada en la bondad del Padre (Lc 11,5-13; 18,1-8; Jn 14,13; 16,23), pura de intención y concorde con lo que Dios es (Mt 6,5-8; 23,14; Lc 20,47; Jn 4,23).
3. ¿Cómo orar?
1. Estando en paz con los hermanos. Sin amor, imposible orar. Cristo llega a decir que si uno está ya delante del altar para ofrecer un sacrificio a Dios y se acuerda entonces de que su hermano tiene algo contra él, deje allí su ofrenda ante el altar y vaya a reconciliarse primero con su hermano (cf. Mt 5,23).
2. Con humildad. El imán que arrastra de una manera irresistible a Dios hacia el hombre es la humildad. ¿Desde dónde hablamos cuando oramos?, ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130,14) de un corazón humilde y contrito? El ejemplo del publicano y del fariseo pone de manifiesto que la humildad es la base de la oración: el publicano volvió a su casa amistado con Dios; el fariseo, alejado (cf. Lc 18, 9-14). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26).
3. Con confianza constante. Es necesario orar siempre, con insistencia, sin cansarse, como el amigo importuno de la parábola (Lc 11, 5-13), o como la mujer ante el juez inicuo (Lc 18, 2-8 ), recordando siempre que Dios es Padre y si el hijo pide pan no le da una piedra y mucho menos una serpiente (Lc 11, 11-13).
4. En nombre de Jesús. La eficacia de la oración la vincula Jesús a “orar en su nombre”; y es que Dios no puede negar nada a su Hijo, en quien tiene todas sus complacencias, ni a sus hijos adoptivos cuando piden en nombre de Jesús, uniendo sus voces a las suyas, pues forman con Él un solo cuerpo y una sola voz, siempre grata a Dios.
5. Con oración litúrgica, comunitaria, individual, con oración en la asamblea cristiana, en comunidad de amigos, en la vida familiar, y en la soledad y en la intimidad de un tú a tú con Dios.
4. ¿Cuándo orar?
1. En todo tiempo. Jesús decía: conviene orar siempre y no desfallecer. No debe pasar en nuestra vida un día sin haber enviado un saludo filial al Señor.
2. En los momentos importantes de tu vida. Debes contar siempre con Dios, pero sobre todo en los momentos decisivos: al tomar una decisión importante, al escoger una profesión o un estado de vida, al emprender un viaje; en las necesidades personales, familiares, eclesiales, mundiales, etc.
3. En los momentos de alegría. Frecuentemente nos acordamos de Dios en la enfermedad, en los problemas y en las diferentes necesidades que experimentamos en nuestra vida; pero nos olvidamos de Él en los éxitos, en los triunfos y en las alegrías. Compartamos también con Él nuestras alegrías.
5. Formas de oración
La bendición: Es la respuesta del hombre a los dones recibidos de Dios: Porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.
La adoración: Es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (Sal 95,1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libra del mal. La oración de petición: Mediante esta oración mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición es ya un retorno hacia Él. Este tipo de oración tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.
La oración de intercesión: Consiste en una petición en favor de otro. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2,4). No conoce fronteras: se ruega por todos los hombres, por los que tienen autoridad, por los perseguidores, incluso, por los que nos hacen el mal (cf. Lc 23,28.34; Hch 7,60).
La oración de acción de gracias: Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1Tes 5,18 ).
La oración de alabanza: Es la forma de orar más desinteresada porque reconoce, de la manera más directa, que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es.