9. MIRA HACIA EL CIELO -Muchacho, ¿sabes encaramarte? -preguntó el capitán de un barco a un pequeño grumete.
-Sí, mi capitán; en mi pueblo subía a los árboles más altos.
Con agilidad comenzó a trepar mástil arriba. Ya se acercaba a la punta cuando miró hacia abajo y el vértigo se apoderó de él.
-Que me mareo, que me caigo... -gritaba con angustia. El capitán, que estaba siguiendo la maniobra, se apresuró a decirle.
-Mira hacia arriba, siempre hacia arriba.
El grumete obedeció, miró hacia lo alto, se le pasó el peligroso vértigo y ya no temió más.
En todo lo que hacemos en nuestra vida, en nuestro día, no hemos de perder la visión general, cuál es el fin de nuestra existencia para ver si las cosas concretas que hacemos tienen realmente sentido y no tener que arrepentirnos después. Tenemos la facilidad de centrarnos en lo concreto y verlo como si fuera tan importante que podemos olvidar el planteamiento general. Por eso en las tentaciones lo que uno aprecia es que puede ser feliz en ese momento, en esos instantes pasajeros y puede dejarse llevar por la tentación. El diablo nos conoce muy bien y no nos presenta el mal en cuanto mal, porque eso no lo queremos, sino que disfraza el pecado con la apariencia de bien. Si uno se deja engañar y comete el pecado, enseguida descubre el engaño, comprueba que la felicidad no está ahí.
Como la felicidad no es algo que se consiga en un instante, sino que es algo que llena el alma por el planteamiento de toda la vida -y en cada acto- cara a Dios, es importante que tengamos presente siempre, y especialmente a la hora de la tentación en que a uno le parece que le da el mareo y va a caer, unas verdades eternas que nos vengan a la memoria especialmente en esos momentos de dificultad. En la catedral de Segovia hay un cuadro que representa el árbol de la vida. En la copa del árbol unas personas están dándose un banquete. A la derecha del tronco del árbol está Nuestro Señor tocando una campanilla. En el otro, un esqueleto que representa la muerte, termina de cortar el árbol con una guadaña. Junto a la muerte, un diablillo tira de una soga para que el árbol caiga hacia su lado. Encima del árbol reza una inscripción:
Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te vas a morir, mira que no sabes cuándo.
Las tentaciones en sí mismas no son ni buenas ni malas, no son trampas para que uno caiga, sino pruebas de las que uno se puede servir para demostrar que ama a Dios. ¿Qué hacer ante la tentación? Mirar a la eternidad, mirar al Cielo; saber que Dios nos está mirando y que espera que acudamos a Él. Precisamente las contrariedades, las tentaciones, el dolor etc., son oportunidades que nos pueden acercar a Dios. Entonces, paradójicamente, la tentación preparada arteramente por el enemigo, deja al mismo diablo confundido: porque en vez de llevarnos al mal, nos hace más humildes y nos pone a rezar. ¿Que vienen diez tentaciones al día? Pues diez veces que uno se pone a rezar. Y el diablo, o cambia de táctica, o a uno le hace santo. Pero en la tentación es preciso levantar la mirada, hay que mirar a Dios: hay que rezar.
10. LUCHA PARA VENCER Sí, hay que rezar. Y además hay que poner esfuerzo. Dios conoce todo. Sabe de nuestras tentaciones, de nuestras circunstancias concretas, de la gracia que tenemos, de que nunca somos tentados por encima de nuestras fuerzas. Sabe que podemos vencer siempre, pero uno ha de querer vencer, y para eso hace falta luchar. El premio del Cielo sólo se concederá a quienes han puesto los medios de verdad para conseguirlo.
¿Y si la tentación es fuerte o se repite una y otra vez? Te diré que mientras hay esa lucha por hacer el bien ya se está venciendo. Cuentan que dos ranas viajaban alrededor del mundo y un día cayeron en un gran jarro de nata. ¡Qué susto! Una de ellas, de espíritu apocado, se encogió desesperada: "Debe ser agua envenenada... Nada me salvará...". Se acurrucó y se ahogó. La otra, más valiente, no quiso rendirse tan fácilmente y empezó a dar golpes con las patas, intentando salir... No lo lograba, pero seguía remando... aunque en vano. Sus fuerzas ya se habían agotado, sus patas ya no podían moverse... cuando sintió que el suelo era algo más sólido... al tiempo que una bola de mantequilla se levantaba para servirle de apoyo. Mediante su esfuerzo había batido la nata convirtiéndola en mantequilla y se salvó del peligro.
No hemos de perder de vista que Dios es un espectador de nuestra lucha y que no nos abandona nunca. Si se comete el mal es por culpa propia, porque se deja de luchar. Por eso, "Si dijeses basta has perecido. Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te detengas en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes" (San Agustín, Sermón 169).
¿Y si uno tiene una equivocación? ¿Qué hacer? Rectificar. "La lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo" (San Josemaría Escrivá, Forja 169).
No olvides que las guerras no las ganaron quienes no perdieron nunca una batalla; que los santos que hoy veneramos en los altares también tuvieron sus tentaciones, pero luchaban, y a veces tuvieron errores, pero tuvieron la humildad y la fortaleza de rectificar, volviendo a la lucha. Quien de verdad está perdido es quien tira la toalla, quien se ve a sí mismo ya como derrotado. No olvides que de lo que se trata es de ir al Cielo, que merece la pena dejarse la piel en el esfuerzo o, si uno se ha equivocado, rectificar.
11. FRECUENTA LOS SACRAMENTOS Muchas veces se ha comparado nuestro paso por la tierra hasta llegar al Cielo con el automóvil que recorre las carreteras hasta llegar al lugar de destino: los mandamientos son como las normas de circulación, la dirección espiritual como el plano de carreteras que orienta bien para llegar al lugar previsto, que los pecados son como accidentes de tráfico y, que del mismo modo que hay que llevar el coche al taller de reparación, es preciso ir a la confesión, etc. Ahora me quería fijar en dos detalles que hay que tener en cuenta de vez en cuando al conducir un automóvil, porque si uno se olvida, corre riesgo de pararse: limpiar los cristales y echar frecuentemente gasolina. Me refiero a dos sacramentos que, aunque la Iglesia manda que se reciban al menos una vez al año, será muy bueno recibirlos frecuentemente: el sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía.
La confesión de los pecados no sirve sólo para arreglar el alma después de un pecado mortal, también hace la función de limpiar los cristales. Nos ha de interesar mucho el tener buena visibilidad al conducir (en la carretera, la vista es la vida, que decía el anuncio); es decir, nos ha de interesar tener claras las ideas y limpio el corazón. Como lo normal para los cristianos corrientes es vivir en el mundo -en la calle, en la carretera, en casa, en el trabajo-, no hay que sorprenderse de que a uno se le peguen motas de polvo -de ideas equivocadas, de faltas y pecados veniales-, y eso es lo que hace la confesión frecuente: ir quitando ese polvo. Si no, a base de no limpiar los cristales, puede llegar a no ver nada. Como uno está en medio de un mundo donde puede que falten planteamientos cristianos, sin darse cuenta se puede acostumbrar a modos de vivir y de pensar que no concuerden con el Evangelio.
Por eso, el Santo Padre, dirigiéndose a gente joven, decía: "Si vosotros, muchachos y muchachas que me escucháis... Si alguna vez el rostro de Jesús se difumina en vuestra vida: si alguna vez os asalta incluso la idea de que Dios no existe, preguntaos seriamente si estáis cumpliendo los mandamientos. No olvidéis que con frecuencia, la pérdida de la fe no es un problema intelectual sino más bien una cuestión de comportamiento. Y recordad que el primer paso para recuperar una fe aparentemente perdida, puede ser acudir al sacramento de la penitencia. (Juan Pablo II, Discurso en Asunción, 18-V-1988 ).
La Eucaristía es el otro sacramento que podemos recibir muchas veces al año, siempre que se haga cumpliendo las condiciones previstas. Pero si uno está en gracia de Dios, sabe a Quién recibe y guarda el ayuno eucarístico, ¿por qué retrasar el ir a comulgar? ¿Por la pereza, por el qué van a decir,...? También al que va en el coche y observa que debería poner gasolina se le pueden ocurrir razones para no detenerse en la gasolinera -que está lloviendo, que puede apurar un poco más...-, aunque sabe que debería hacerlo. Sin combustible, el coche se para, y sin la recepción frecuente de la Eucaristía también la vida espiritual languidece.
Sin ese alimento espiritual no es de extrañar que uno esté flojo a la hora de la lucha para superar la tentación. Además, recibir a Cristo en la Eucaristía produce en nosotros, aparte de otros bienes, uno muy importante: el conocimiento por connaturalidad. Nosotros aprendemos cosas porque las comprobamos o porque nos las cuentan -es decir, por fe-, pero hay otro modo de aprender y es a base de convivir con otra persona: con el tiempo a uno se le pegan modos de decir y de actuar (así es como, por ejemplo, se aprenden bien los idiomas). Pues bien, el estar unidos de vez en cuando a Jesús sacramentado, hace que veamos las cosas como Dios las ve, este sacramento purifica mucho nuestra mirada.
12. ACUDE A LA VIRGEN "Para conservar la castidad no basta ni la vigilancia, ni el pudor. Hace falta además, recurrir a los medios sobrenaturales: a la oración, a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a una devoción ardiente hacia la Santísima Madre de Dios" (Pío XII, Sacra virginitas, 25-III-1954). Hemos ido viendo estos medios que aconseja la doctrina cristiana. Sólo nos queda comentar la devoción a la Virgen.
Aquel día en que Adán y Eva cometieron el pecado en el paraíso se desordenó nuestra naturaleza humana, y desde entonces tiende a veces a llevarnos al mal. Pero aquel mismo día y a esa misma hora Dios dijo a la serpiente: "pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu raza y la descendencia suya: ella quebrantará tu cabeza" (Gen 3,15). La Iglesia ha visto siempre en esa mujer a la Santísima Virgen. Hay una lucha entre la Luz y las tinieblas, entre María y sus hijos -Cristo y los cristianos- y el diablo y sus secuaces. Por eso, quines quieren de verdad vivir como cristianos luchando contra el pecado, es preciso que acudan muchas veces a María. Tenemos como un estandarte, un punto de referencia claro, una torre con luz -Torre de David la llamamos- : la Inmaculada Concepción. "Apareció en el cielo una señal: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas" (Apoc. 12,1).
Los cristianos contamos con la protección de Aquella contra quien el diablo no pudo nada -es sin pecado concebida-, Aquella que le aplastará la cabeza. Ella nos está mirando siempre, pero hace falta que nosotros la Miremos a Ella, que crucemos nuestra mirada con la suya; que nos demos cuenta que no estamos nunca solos -esa es la sensación que puede intentar el diablo-, porque tenemos esa Señal que nos mira. ¡Qué bueno será llevar sobre el pecho el Santo Escapulario del Carmen! ¡Qué bueno será tener una imagen de la Señora en la habitación y donde trabajamos para mirarla y que nos recuerde que Ella nos está mirando! Y si la tentación arrecia, de tal modo que uno tiene la sensación de que se cierran ante sí como una especie de puertas y presiente que quedará atrapado, hay una oración que es como la palabra mágica del cuento: ¡Ábrete, Sésamo!, y es la oración Bendita sea tu pureza. Esta oración, dicha despacio, hará que se disipe siempre la tentación:
Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A Ti celestial Princesa,
Virgen Sagrada, María,
te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
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