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 Mirada Limpia (Por qué y cómo vivir la pureza) Parte III

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MensajeTema: Mirada Limpia (Por qué y cómo vivir la pureza) Parte III   Mirada Limpia (Por qué y cómo vivir la pureza) Parte III EmptySáb Jun 23, 2007 9:09 pm

6. DIOS AYUDA A LOS HUMILDES
Se cuenta en la Biblia el sueño que tuvo un rey, cuyo significado le explicó el profeta Daniel. Consistía el sueño en una estatua grande y magnífica. Tenía la cabeza de oro finísimo, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre, las piernas de hierro, y los pies eran parte de hierro y parte de barro. Era una estatua imponente. Pero sucedió algo asombroso, se desgajó de lo alto de la montaña una piedra que, rodando, fue a dar contra los pies de la estatua, y como parte eran de barro, se rompió, dando con la estatua en el suelo, la cual rodó por la ladera del monte, rompiéndose en mil trozos. El oro, la plata, el cobre y el hierro quedaron reducidos a polvo que se llevó el viento, y no quedó nada de ellos (Cfr. Dan 2,31-36).

Cada una de las personas valemos mucho, valemos más que todo el oro y la plata del mundo porque el alma es espiritual y, además, si está en gracia, Dios habita en ella. Pero uno ha de saber que tiene los pies de barro, que se puede equivocar y echar a perder ese tesoro con el pecado. Por eso decía San Pablo que llevamos un tesoro en vasos de barro (2 Cor 4,7). Para vivir la virtud de la pureza es preciso ser humilde, es decir, reconocer el tesoro de la gracia en nuestra alma y tener miedo sabiendo que lo podemos perder.

La humildad nos llevará a poner los medios para alejarnos de las tentaciones, a no querer probar de todo porque hay cosas que nos pueden dañar, etc., y lleva, sobre todo, a pedir a Dios su ayuda, como hacía el salmista: Señor no me abandones, no estés lejos de mí, que estoy atribulado; mi enemigo me rodea como una jauría de perros (Cfr. Ps 21), líbrame del hombre inicuo y engañador, porque tú eres, oh Dios, mi fortaleza (Cfr. Ps 42). ¿Y quién es ese enemigo? Es el diablo. Pero Satanás cuenta con la malicia que anida en el fondo del hombre para lanzar sus ataques. Es decir, que el peor enemigo lo llevamos dentro: la soberbia, la sensualidad, la capacidad del desánimo,... San Pablo advertía en su cuerpo el aguijón de la carne, tenía tentaciones y le pidió a Dios no tenerlas, pero recibió como respuesta: "Te basta mi gracia" (2 Cor 12,9). Con la gracia de Dios -que es nuestra fortaleza- podemos vencer todas las tentaciones, porque nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas (Cfr. 1 Cor 10,13).

Dios da su gracia a los humildes, pero a los soberbios les resiste (Cfr. 1 Ped 5,5), les deja solos, abandonados a su egoísta criterio, susceptible de ser engañado por el diablo. Quien no es humilde, después de equivocarse, no quiere reconocerlo. Y en cuestiones de pureza esto se muestra con claridad: porque la lujuria ciega, oscurece la mente para ver la verdad, para ver a Dios. "El hombre animal no puede percibir las cosas del Espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas" (1 Cor 2,14). Y uno puede llegar a pensar que los mandamientos son absurdos, que vivir la castidad es de tontos, que lo importante es hacer lo que a uno le apetece.

Sin embargo, el que así piensa es un ciego, alguien que está en la mentira. Pero, aunque los ciegos no vean, no por eso deja de brillar la luz del sol. Como "la santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad" (San Josemaría Escrivá, Camino 118), hemos de pedir esta virtud como hacía el sabio Salomón: "comprendí que no podía ser casto si Dios no me lo otorgaba, acudí al Señor y se lo pedí con fervor" (Sab 8,21).

Ya tenemos el cuadro completo de lo que es la persona, de cuál es su situación actual: El fin de nuestra vida es ir al cielo, y el camino para lograrlo es cumplir los mandamientos. Pero como hemos nacido en pecado original hay una tendencia al desorden en nuestras apetencias, por lo que hemos de luchar para hacer el bien. Al adversario -que eso significa satanás- le revienta que logremos ser felices en el cielo porque él ya está condenado y no desea que alguien sea feliz; por eso va a tratar de apartarnos de nuestro fin intentando que cometamos algún pecado mortal.

Estaríamos perdidos si tuviéramos que luchar solos cada uno contra el diablo porque él es más poderoso y astuto que nosotros. Pero Dios nos ayuda con su gracia. No estamos solos. La gracia es una realidad sobrenatural y con ella siempre podemos vencer.

Ahora podemos ver qué armas tenemos a nuestro alcance -aparte de la gracia de Dios- para lograr la victoria siempre. Y en primer lugar hemos de saber que, como Dios da su gracia a los humildes, lo que hemos de hacer nosotros es actos de humildad. Y el primero es huir de la tentación porque, como dice la Sagrada Escritura, "Quien ama el peligro perecerá en él" (Ecclo 3, 27).

7. HUYE DE LAS OCASIONES

El Rey David fue uno de los principales personajes del pueblo de Israel. Venció a Goliat salvando al pueblo de los filisteos, fue su rey muchos años, Jerusalén se llama la ciudad de David, y de su estirpe nacería el Mesías. Un hombre escogido por Dios, pero que tuvo que llorar mucho por un gran pecado que cometió, un pecado de lujuria. Un día, mirando por la ventana -la ventana ha sido durante siglos como la televisión ahora-, vio a una mujer bañándose y en vez de cerrar la ventana y marcharse, se quedó mirándola, la deseó, cometió un pecado y mandó después matar a su marido. Arrepentido, mucho tuvo que llorar por esa falta. Y todo, por no haberse ido a tiempo de la ventana.

¡Cuántos problemas se ahorra uno si corta a tiempo con la ocasión!: dejando de leer una publicación, cortando con cierto programa de televisión, marchándose de tal ambiente. Hemos de valorar las cosas, porque en cuestiones de pureza no hay cosas pequeñas. San Pablo, por ejemplo, mandaba a los cristianos de la primera hora que de las cosas impuras ni se hablara entre ellos (Ef 5,3) porque es materia pegajosa que ensucia más de lo que puede parecer a primera vista. No hemos de olvidar que la malicia anida en el corazón humano, que tenemos la inclinación al mal, y basta que se den unas circunstancias favorables para que surja la tentación.

Un capítulo importante es el cuidado de la vista. El lamentable suceso de David empezó por ahí. Sería ingenuo pensar que al "mirar" -mirar es distinto de ver, porque es ver calibrando los detalles- no pasa nada. Aparte de que mirar maliciosamente a una persona de otro sexo ya es pecado (Mt 5,28 ) , habría un error en ese planteamiento. "Se piensa quizá que, ya que no se puede calmar totalmente el hambre, es imprescindible permitirse de vez en cuando unos aperitivos. Pero ahí está el error: porque esas compensaciones son realmente aperitivos, en toda la extensión de la palabra. En lugar de calmar el apetito, lo aumentan, en vez de dejar tranquila la concupiscencia, la exaltan; pensando encontrar la saciedad, se llega a la desazón" (J.L. Soria, Amar y vivir la castidad). Es importante cuidar los detalles: cuidar la vista, el modo de vestir, el modo de tratar con los demás, los lugares que uno frecuenta, etc. Quizá parezcan detalles sin importancia, pero no lo son, y si no se quita con decisión la ocasión, puede uno lamentarlo porque cuesta cada vez más luchar.

Dice la leyenda que cuando Arturo fue hecho rey, Merlín le dijo un día: Mañana encontrarás un enano que te desafiará a combatir. Entonces mátalo. Así sucedió, venció al enano, pero éste le pidió merced y Arturo le dejó en libertad. Al día siguiente Merlín le advirtió: Si no matas al enano, él te destruirá a ti. Al día siguiente volvió a encontrar al enano, que había crecido dos pulgadas. Lo volvió a vencer y volvió a perdonarle la vida. Diez veces se repitió el encuentro y en este tiempo el enano fue creciendo hasta convertirse en una persona normal. El undécimo día el enemigo era ya un gigante temible que se abalanzó sobre él desde un árbol, mató a su caballo y a punto estuvo de acabar con Arturo, pero éste, de un certero golpe de espada, le partió el cráneo. Pasó por allí Merlín que encontró al rey lleno de sangre, arrepentido de haber sido decidido en un principio.


8. LA TEMPLANZA


La templanza es una virtud cardinal que inclina a quien la posee a ordenar el apetito sensible, es decir a gozar del placer según el orden que indica la recta razón. La templanza abarca a la sobriedad en el comer, a la comodidad en las posturas, etc., y también a la castidad.
Como la persona es una unidad y no facetas sueltas, es evidente que quien se esfuerza en vivir la templanza en todos sus aspectos está en mejores condiciones para vivir la castidad que quien no la vive. Como dice un autor espiritual, "quien no es perfectamente mortificado en sí mismo, pronto es tentado en cosas bajas y viles" (Imitación de Cristo, I,6,1); es decir, que quien le da al cuerpo todo lo que pide, que no se queje después de tener tentaciones. La mortificación, el contrariar los gustos es algo necesario porque ese deseo de placer, que en sí es bueno, puede desordenarse.

Es preciso vivir la mortificación en el comer, en el beber, en las posturas al sentarse, en la distribución del ocio, etc. Estar ocioso, en concreto, crea un embotamiento que insensibiliza el espíritu. Estar ocioso es ver programas de televisión o leer revistas insustanciales, es no saber qué hacer y perder el tiempo. Nosotros somos alma y cuerpo, y en la medida en que el espíritu no tira del cuerpo para arriba, el cuerpo tira para abajo del alma. Y uno acaba haciendo cosas de las que luego se arrepiente.

Lisímaco, general de Alejandro Magno, en una batalla en la que le sonreía la victoria, se vio atormentado por una gran sed. No encontrando nada de beber entre sus soldados y habiéndole ofrecido un vaso de agua los enemigos, lo aceptó, yendo al campamento de ellos. Pero apenas lo hubo bebido, conociendo su necedad, lanzó el vaso lleno de cólera, exclamando: ¡Pobre de mí, qué he hecho! ¡Por tan poca cosa he perdido mi vida! Por eso, no hemos de olvidar este consejo: "Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición" (San Josemaría Escrivá, Camino, 196).
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