4. ACLARA TU CONCIENCIA Un señor compró un coche que tenía muchos adelantos técnicos. Una voz metálica le avisaba si no tenía puesto el cinturón de seguridad, si se pasaba en la media de gasolina, etc. Un domingo por la tarde, al disponerse a volver del campo a la ciudad se le estropeó un indicador que, una vez sentado, empezó a decirle: "Lleva mal cerrada la puerta". Cerró bien la puerta y se disponía a arrancar cuando la misma voz le repitió: "Lleva mal cerrada la puerta". Se había estropeado ese indicador y ¿qué podía hacer allí en medio del campo? Aguantarse. El viaje duró tres horas, y cada quince segundos escuchaba la misma cantinela: "Lleva mal cerrada la puerta". "¡Ya lo sé!", le contestaba airado. Al llegar al destino lo primero que hizo fue avisar a su mecánico. Pensaba decirle que destruyera definitivamente el indicador, pero por fin le dijo que arreglara aquel maldito mecanismo que todavía seguía repitiendo: "Lleva mal cerrada la puerta".
Si uno tiene duda en el alma, si tiene una especie de run-run que no le deja tranquilo, lo que debe hacer es ir al sacerdote para aclarar la conciencia, porque puede ser una de estas dos cosas: que haya un pecado que no se desea reconocer, y lo que hay que hacer es extirparlo, o puede que no sea nada. Ir a la luz, a Dios, para aclarar la conciencia. Lo que no debemos es quedarnos con esa herida dentro porque si no uno se complica, sufre y hasta se le puede ocurrir que lo mejor es atrofiar la conciencia.
Para aclararnos ahora un poco vamos a ver algunas cuestiones. ¿Besarse es pecado? Se entiende que es entre hombre y mujer, no casados, y no un beso en la mano como los saludos que se hacen al llegar a una representación de la Opera. Hay que decir que, en principio, el beso no es pecado. Recuerdo unas imágenes por televisión en las que el presidente de Rusia bajó de un avión y estampó en la boca del primer ministro de otro país un beso, y a nadie se le ocurrió esbozar la mínima sonrisa. Sin embargo, en esta parte del hemisferio norte, darse un beso en los labios conlleva algo distinto. Y ese algo distinto es lo que tenemos que valorar. Si a uno le afecta a la sensualidad o puede ser ocasión de que a otro le afecte, ya se da uno cuenta que, junto a lo que puede ser muestra de cariño, se mezcla una carga de egoísmo personal. Y en esa medida en que uno busca ese placer hay pecado.
¿Y bailar? Pues tampoco es pecado; porque si bailar una jota es pecado vamos apañados, igual que bailar sueltos. Otra cosa es bailar agarrados en plan tango. La misma razón que para el beso se puede decir para esto. En la medida en que a uno se le pone el cuerpo bravo o puede incitar a otro, hay que evitarlo. Para no caer en la casuística, puede servirnos como norma el tener en cuenta lo siguiente. ¿Si estuviera en la presencia de mis padres bailaría así? Te repito que, de suyo, el bailar no es algo malo, pero puede cambiar la moralidad de una situación en cuestión de segundos. Hemos de ser sinceros. ¿Por qué en la discoteca se apagan las luces y se pone una música dulce...? ¿A qué va uno allí? Y aunque uno no vaya con malicia, ¿es lugar apropiado para estar en presencia de Dios? Es importante no engañarnos.
¿Qué pasa con la minifalda? Pues que quien lleva la falda muy corta, al igual que quien lleva la ropa muy ceñida al cuerpo o que se trasparenta va vestida de mujer fatal; a lo mejor no lo es, y entonces es tonta, porque se viste de lo que no es. La cuestión es, como decíamos antes, que desde Adán y Eva las personas tenemos que cubrir el cuerpo con decoro para que los demás nos miren a la cara y vean en nosotros personas. En la medida en que uno se malviste y provoca la mirada procaz en los demás, efectivamente es mirado por los otros, pero ya no como una persona, sino como algo, como un objeto de placer. No vivir el pudor y la modestia en el vestir y en las posturas es un engaño y puede ser ocasión de pecado para los demás. Y quien escandaliza a los otros, no lo olvidemos, se carga con los pecados ajenos. Pensamientos impuros. Podemos imaginarlos como moscardones negros y peludos que van volando y que quieren aterrizar en la cabeza. ¿Qué hacer? Pues como se hace en el tenis: agarrar la raqueta y soltar un buen golpe de bolea. El moscardón cae al suelo y si todavía se mueve, se le remata. Lo importante en los pensamientos impuros -al igual que los pensamientos contra la fe o la caridad- es rechazarlos enseguida para que no aniden en el corazón. Los pensamientos y los deseos impuros se deben evitar, y provocarlos voluntariamente o no rechazarlos si son involuntarios es pecado grave.
Hay que distinguir entre sentir y consentir. A uno se le puede ocurrir todo tipo de tonterías porque nuestra cabeza -hablando en comparación- es como un ordenador personal en el que se pueden cruzar los cables y aparecer en la pantalla imágenes que no deseamos. Lo que se ha de hacer es pensar en otra cosa y ya está. Lo mejor es tener una reacción sobrenatural, es decir, rezar algo, aunque también será bueno ponerse a leer o despistarse de otra manera. Si la imagen se repite pero no se quiere -es decir, que se procura rechazar- no hay pecado. Porque para que haya un pecado grave hace falta que concurran materia grave, plena advertencia y pleno consentimiento.
En cuestiones de pureza la materia siempre es grave -bien por sí misma, bien porque lleve directamente a la lujuria-; si la advertencia no es plena, por ejemplo, porque uno está adormilado, o si el consentimiento no es pleno, no hay pecado. Ahora bien, puede suceder que uno no corte con rapidez, que tarde en rechazarlo, o bien que se repitan las escenas en la imaginación porque se corta pero con un quiero y no quiero. Si entra la duda, convendrá aclarar la conciencia hablando en la dirección espiritual para no complicarse.
Sensaciones corporales. Como el uso de la facultad generativa fuera del orden establecido por Dios es siempre grave, provocar voluntariamente la excitación placentera sin esa finalidad , siempre es pecado grave. La razón es que Dios ha puesto el placer venéreo para facilitar el fin del matrimonio, y aprovechar ese placer sin ese fin es un desorden intrínsecamente perverso. Sin embargo, puede ser que involuntariamente se desencadene el placer de la carne; mientras no se consiente no hay que inquietarse. Pero hay que tener en cuenta que este no quererlo ha de ser procurando evitarlo, es decir, que habrá que procurar salir de esa situación - cambiando de postura, dejando de leer, etc.-. Si puestos los medios para evitarlo, no se logra salir de ella, no hay que inquietarse, porque más que admitir la tentación, se padece.
El problema de la duda surge normalmente por no saber hasta qué punto uno ha admitido la tentación. Por eso es muy importante rechazar de plano las tentaciones, para evitar complicaciones, obsesiones y para que la tentación no tome cuerpo. Hemos de tener en cuenta, además, que cuando se encienden las pasiones -la ira o la sensualidad- es como cuando se enciende una cerilla que se tiene entre los dedos; si no se procura apagar, uno se acaba quemando. Una cerilla es fácilmente controlable, pero si se enciende la hierba y luego el bosque...¡vaya usted a apagarlo! Es decir, que las pasiones de los instintos si no se cortan de raíz, tienden a más y uno acaba haciendo lo que no deseaba en un principio.
Vistos algunos temas concretos, uno tiene que examinarse y ver si hay algo que no está claro en su alma. Lo que no debemos hacer cuando la conciencia nos recrimina algo es querer tapar, como si no hubiera pasado nada, porque sería tan absurdo como aquel que se hace una herida y la oculta con un papel, porque las heridas mal curadas se infectan, duelen y si no se terminan por curar bien acaban por arruinar a la persona. En cuestiones de pureza, si hay algo que escuece y no se desea reconocer se pierde en primer lugar la alegría, se tienen malos modales, se agria el carácter, uno se vuelve más egoísta,... No intentemos autoconvencernos pensando que no pasa nada cuando en realidad sí ha pasado, porque a Dios nadie le engaña.
"Lleva mal cerrada la puerta"... Dios nos ha puesto la conciencia para que nos avise. La tenemos precisamente para eso, para que apruebe el bien que hacemos o que repruebe las equivocaciones. La solución es reconocer con humildad que nos hemos equivocado e ir, también con humildad, a quien nos puede curar la herida.
5. EL VERDADERO MOTIVO ¿Por qué hemos de vivir la virtud de la pureza? Podemos señalar unas razones humanas: para demostrar nuestro dominio sobre nosotros mismos, para ser decentes cara a los demás, para no padecer enfermedades dolorosas que se derivan de la impureza, para formar en el futuro un hogar donde no anide el egoísmo,... Todo eso es verdad: que quien se deja llevar por los instintos puede padecer males físicos o psicológicos, y que si queremos construir un mundo donde no haya egoísmos sino amor es necesario que la gente sea verdaderamente buena. Todo eso es verdad, pero ¿cuál es el motivo más profundo, la razón de mayor peso por la que, ante la tentación, vamos a estar dispuestos a luchar decididamente para vivir esta virtud? La razón más importante es el valor de nuestra alma en gracia.
Las personas tenemos una relación real con Dios. Estamos siempre bajo su mirada amorosa. Además, estando en gracia, nuestro ser goza de una perfección sobrenatural. Quien sabe esto procura vivir siempre como Dios manda, procura hacer Su voluntad y, por eso, evita la impureza, que es algo que nos separa de Dios.
Desde hace más de dos mil años los hombres han ido a buscar a la isla de Ceilán las perlas preciosas. En esta isla, durante los meses de febrero, marzo y abril, salen a alta mar unos botes en su búsqueda. Al llegar al lugar donde se espera encontrarlas, unos hombres con grandes pesas en los pies se hunden rápidamente hasta llegar hasta los bancos de ostras. Cogen algunas de ellas, las meten en seguida en una canasta, y en unos sesenta segundos están de nuevo arriba. Son valiosísimas. Nadie podría poseerlas si no fuese por los trabajos y riesgos de estos hombres que exponen su vida por ellas.
Dios sabe lo mucho que vale nuestra alma en gracia. Después del pecado original, tuvo tanto amor por los hombres para que viviéramos la vida de la gracia, perdida por el pecado, que envió a su Hijo unigénito. Con su Pasión y Muerte en la Cruz, Jesucristo nos redimió haciendo posible que vivamos de su Vida. Lo que hace falta es que nosotros también valoremos lo que vale nuestra alma en gracia y que hagamos todo lo que sea necesario para conservar esta perla preciosa. No ha de ser el temor al infierno lo que ha de movernos a ser buenos, aunque si el amor de Dios no nos mueve, será bueno saber que el infierno es una realidad y que sólo se muere una vez, y que quien muere en pecado mortal ha echado a perder su vida eterna. No ha de ser el temor, sino el amor de Dios el gran motor de nuestra existencia, y por eso, el gran motivo para vivir todas las virtudes.
Dios nos ha amado primero y nos ha amado mucho: ha creado nuestra alma espiritual, nos ha redimido de los pecados y nos da la gracia. Podemos irnos al cielo. El derramó su Sangre en la Cruz por nosotros, pagó el precio de nuestro rescate. ¿Y qué supone la impureza? Supone algo semejante a lo que cuenta un escritor:
Estaba el poeta triste porque amaba a una mujer y no sabía cómo hacer para que ella le correspondiera. El agua de la fuente le dijo que a ella le gustaban las rosas rojas; si le llevaba un ramo de esas flores conquistaría su amor. Pero el poeta no encontraba rosas rojas. Un ruiseñor que lo supo voló por todo el país de un lado a otro buscándolas pero sólo encontraba rosas blancas. ¿Qué hacer para que el poeta pudiera lograr su deseo? Se enteró por el agua de la fuente que las rosas blancas se tornarían rojas únicamente si un rosal era regado con la sangre de un ruiseñor. El ruiseñor lo pensó y por fin se lanzó a un rosal y se apretó contra una espina. Su sangre bajaba por la rama hasta el suelo. Cuando no le quedaba más sangre pudo ver cómo las rosas de aquel rosal cambiaban de color, y murió. El poeta recogió las flores y las llevó a su amada. Pero, ¿qué sucedió? La niña se había enamorado de un comerciante que podía llenarle de tesoros. Y ante su sorpresa, tiró el ramo al suelo, al barro, y lo pisó.
¿Qué supone el pecado de impureza? Supone, como todos los pecados mortales, preferir un placer, una cosa creada a cambio de la vida sobrenatural. Es despreciar el esfuerzo redentor de Cristo por nosotros. "El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer -que nada vale-, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y tesoro de tu eternidad" (San Josemaría Escrivá, Camino, 708 ).
Hemos de darnos cuenta de que Dios nos ha ofrecido su amistad, y darnos cuenta de lo que supone un pecado: apartarnos de la amistad con Dios. Entonces uno se esfuerza, cueste lo que cueste, por cumplir los mandamientos, porque cumpliéndolos ama a Dios, y no cumpliéndolos pierde lo más valioso que puede poseer. "El que me ama guardará mis mandamientos -dice el Señor- y mi Padre y yo vendremos a él" (Jn 14,20).
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