Carta de Jesús para los niños que recibirán a nuestro Señor en su primera Comunión.
Queridos niños:
Deseo comenzar esta carta que os dirijo dándoos las gracias por los dos años que habéis querido compartir conmigo, con vuestros catequistas y con vuestro sacerdote, aprendiendo la Palabra de nuestro Padre común.
Hoy es el día para el que os habéis preparado convenientemente durante dos años, pues al fin os ha llegado el momento de recibirme en vuestros corazones, de manera que, a partir de este día, seréis hijos activos de la Santa Iglesia.
Permitidme que os cuente una de mis experiencias del tiempo en que evangelicé a los habitantes de Palestina.
Cierto día, fui con mis Apóstoles a un lugar en el que me seguía mucha gente que se admiraba de mi poder para curar a los enfermos. Yo subí con mis Apóstoles a un monte y me senté con ellos.
Yo sabía que muchos de los que nos seguían a mis amigos y a mí llevaban varios días sin comer, y que, si los despedía sin comer, ellos corrían peligro de caer enfermos, porque no tenían la posibilidad de comprar comida.
En el momento en que me compadecí de aquella gente pobre que estaba tan perdida como lo están las ovejas que no tienen pastor que las cuide, le pregunté a mi amigo Felipe:
-Felipe, ¿cómo podríamos conseguir pan para alimentar a esta gente que nos sigue desde hace varios días?
Felipe me dijo:
-Me dejas perplejo, porque ni con 120 euros aproximadamente que gana un trabajador de clase baja durante dos meses podríamos obtener el pan que necesitamos para alimentar a toda esa gente.
Yo interrogué a Felipe para ver si él confiaba en mí, porque yo sabía lo que iba a hacer. Vosotros os preocupáis cuando estáis enfermos, os entristecéis cuando tenéis problemas, y quizá no os acordáis de que vuestro hermano Jesús puede ayudaros a superar vuestra tristeza y a hacer lo que tenéis que hacer bien hecho.
Andrés, el hermano de mi amigo Pedro, intervino en la conversación que mantuvimos Felipe y yo diciendo:
-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces pequeños, pero, con tan poca comida, es imposible alimentar a varios miles de personas.
A veces creéis que sois muy débiles para superar enfermedades y otros problemas, pero, aunque no podéis curaros de vuestras enfermedades ni podéis hacer que vuestros familiares y amigos dejen de estar tristes, quiero que no olvidéis nunca que vuestras oraciones y vuestro empeño por hacer el bien son muy importantes para nuestro Padre y Dios.
A pesar de que me entristecí al ver que ninguno de mis amigos me dijo que yo tenía poder para alimentar a nuestros miles de seguidores, yo les dije a mis compañeros peregrinos:
-Decidles a todos nuestros seguidores que se recuesten en la hierba en grupos.
Cuando la gente se recostó en la hierva, mis compañeros calcularon que habría entre la multitud unos 5000 hombres, sin contar a las mujeres ni a los niños que los acompañaban.
Yo cogí los panes y los peces, le di gracias a Dios porque nos dio el alimento que necesitábamos aquel día, bendije el pan con una breve oración para que nadie pasara hambre, se lo repartí a mis amigos, y ellos se lo repartieron a la multitud.
Cuando la gente terminó de comer, muchos componentes de la multitud quisieron que yo me convirtiera en su Rey, ya que les había alimentado sin que ellos hicieran nada. Imaginad que vosotros me decís cuando oráis: Jesús, queremos muchos juguetes, y que yo os los envío misteriosamente, como si hiciera magia.
Mucha gente dice: Si Dios existiera, en el mundo nadie estaría enfermo, y ninguna persona pasaría hambre. Me gustaría que todos dijerais:
"Mientras en el mundo haya cristianos, no permitiremos que ningún enfermo esté solo y triste, y no dejaremos que nadie pase hambre ni necesidades de ningún tipo"
Queridos niños:
Muchos de vosotros habéis venido a encontraros conmigo luciendo unos trajes muy bellos que vuestros padres os han comprado u os han prestado algunos de vuestros familiares o amigos para esta ocasión tan especial, y otros os habéis acercado a mí con vuestra mejor ropa, aunque sois pobres. Yo os amo a todos, a los ricos y a los pobres, y quiero pediros que no cedáis a la tentación de utilizarme como aquellos a quienes alimenté para que pudieran volver a sus casas sin enfermarse, aunque ellos creyeron que tenían sobre mí el derecho de hacer que yo les sirviera siempre. Un día después de que aconteciera el hecho que os he narrado, les dije a mis oyentes:
-Vosotros no me habéis buscado por causa de las buenas obras que he hecho para ayudar a los enfermos, sino porque ayer tuvisteis la oportunidad de comer hasta saciaros.
Quiero terminar esta carta pidiéndoos que no olvidéis que soy vuestro hermano y vuestro amigo, y deseándoos que disfrutéis de la compañía de vuestros familiares y amigos, y de los regalos que vais a recibir. También quiero pediros que, al celebrar vuestra primera Comunión, no os olvidéis de mí, vuestro alimento espiritual.
Recibid un fuerte abrazo de vuestro hermano y amigo
Jesús.
(Adaptación de JN. 6, 1-15. 26).