Amigo Moderador
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| Tema: De Fray Fernando Rodríguez Cárdenas Sáb Ene 20, 2007 11:48 am | |
| Disponemos de un documento original de Francisco, que nos revela mucho de lo que la conciencia de la misericordia de Dios obró en él... Difícilmente se puede aplicar lo que en esta carta se trata sin conocer por experiencia propia lo que es el perdón incondicional de Dios. La prepotencia, la humillación, el abuso del poder están completamente fuera de la visión franciscana de la autoridad. Disfruten de este himno a la misericordia.
(Tal vez valga la pena aclarar que San Francisco, no quería que el encargado de la comunidad se llamara "superior", sino "ministro" que significa "servidor")
CARTA A UN MINISTRO (=CtaM)
Al hermano N., ministro: El Señor te bendiga. Te hablo, como mejor puedo, del caso de tu alma: todas las cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga estorbo, se trate de hermanos u otros, aunque lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y cúmplelo por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia.
Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio.
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales. Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así.
Por lo demás, de todos aquellos Capítulos de la Regla que hablan de pecados mortales, con la ayuda de Dios y el consejo de los hermanos, haremos uno solo de este género en el Capítulo de Pentecostés. Si alguno de los hermanos, por instigación del enemigo, peca mortalmente, esté obligado, por obediencia, a recurrir a su guardián. Y ninguno de los hermanos que sepa que ha pecado lo abochorne ni lo critique, sino tenga para con él gran compasión y mantenga muy en secreto el pecado de su hermano, porque no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos (Mt 9,12).
Asimismo, los hermanos están obligados, por obediencia, a remitirlo con un compañero a su custodio. Y el custodio mismo provea con misericordia, como querría que se hiciera con él en caso semejante. Y si el hermano cae en otro pecado, venial, confiéselo a un hermano suyo sacerdote. Y, si no hay allí sacerdote, confiéselo a un hermano suyo, hasta que tenga sacerdote que lo absuelva canónicamente, como está dicho. Y estos hermanos no tengan en absoluto potestad de imponer ninguna otra penitencia que ésta: Vete y no vuelvas a pecar (cf. Jn 8,11).
Este escrito, para que mejor se guarde, tenlo contigo hasta Pentecostés; allí estarás con tus hermanos. Y estas cosas, y todas las otras que se echan de menos en la Regla, las procuraréis completar con la ayuda del Señor Dios.
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