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 2 La teología según Juan Luis Segundo (extracto).

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Georges42
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MensajeTema: 2 La teología según Juan Luis Segundo (extracto).   2 La teología según Juan Luis Segundo (extracto). EmptyDom Abr 01, 2007 5:10 pm

2 La teología según Juan Luis Segundo: interpretación o traducción de la fe
He aquí, ahora, después de lo dicho acerca de la naturaleza de la teología, algunas afirmaciones de Juan Luis Segundo acerca de lo que él entiende por teología:

1) La teología es la «interpretación de la fe cuando se vuelve metódica y explícita» (10).

2) «Una realidad humana con características propias no debe carecer de teología, es decir, de una traducción del mensaje cristiano a la propia realidad. Y sin embargo es lo que está sucediendo en América Latina» (11).

3) «La teología tiene un oficio radical (que precede y funda todo su desarrollo), que es el de traducir el mensaje de Cristo en los lenguajes que van apareciendo entre los hombres» (12).

4) «Si para algo sirve la teología es, tal vez, para captar esos signos [de cambio], cuantitativamente minúsculos quizá, pero que apuntan todos en una dirección de cambio y progreso» (13).

5) «Desde el comienzo de mi quehacer teológico, el contexto humano de mi trabajo me hizo eludir los dos escollos a mi juicio más peligrosos y tentadores de mucha teología académica y aún pastoral: el tener que enseñar o proponer una parte (o ‘tratado’) de un sistema teológico preestablecido en un programa y (por ende) sin conexión probable con los intereses y preguntas de los oyentes o interlocutores» (14).

6) «La teología, fuera de los círculos académicos, no tiene un estatuto propiamente científico. Más que una ciencia, deberíamos convenir en que es un arte (15). O, por lo menos, que responde a un designio humano que es distinto del que impulsa meramente a conocer la realidad (16) [...] Es obvio que, en tal contexto natural, la teología, el saber sobre Dios, se inscribe dentro de una búsqueda de sentido para la existencia humana. El diálogo que desemboca en una problemática teológica lleva siempre dentro de sí un elemento de crisis existencial. O sea, una cierta dificultad en darle sentido satisfactorio a la vida y a sus actividades de cara a la historia. De que se perciba esa relación como satisfactoria dependerá que la teología interese. Esto es, de que cuadre con el único criterio de verificabilidad que puede caber a un enunciado teológico, [...] cómo ayudar al hombre a ser hombre hablándole significativamente de Dios» (17).

7) «Voy a cometer una voluntaria infracción al código filosófico en un punto importante [...] me refiero a la distinción radical entre filosofía y teología y sus respectivas historias [...] En principio la distinción entre ambas es clara. En la teología, el criterio que decide de lo plausible de una afirmación es la conformidad con una (supuesta) (18 ) revelación divina. En la filosofía, la misma función la tiene la argumentación racional o, lo que es lo mismo, en el lenguaje preferido de la teología, la ‘razón natural’. Pero lo que es claro en principio, no lo es tanto en la práctica» (19).

Hay que decir que Segundo, en este como en muchos otros temas, reconoce en teoría la verdad católica, pero luego se aparta de ella en la práctica. Y de hecho incurre habitualmente en la reducción de la teología a una filosofía o a un pretendido «pensamiento cristiano». Esta reducción de la teología a filosofía, como se recordará, es una característica definitoria de las gnosis contemporáneas, según Del Noce y, como lo advertía san Pío X, «pensar su fe» es expresión típica de los modernistas.

Juan Luis Segundo ofrece varios argumentos en favor de su propuesta de no distinguir teología y filosofía. Entre esos argumentos hay uno sorprendente, que reposa sobre una extraña definición del hecho de la Revelación, -reducida a tradición-, y que subordina la verdad de la Revelación -que ya ha relativizado calificándola de «supuesta»- al hecho de su aceptación: «Si bien es cierto que el cristiano tiene la sabiduría que se le comunica por tradición como ‘revelada’ o guiada por Dios, nada en la historia de las ideas religiosas lleva sello alguno que lo acredite como procedente de Dios, si no es que el hombre, mediante la experiencia y la razón [...] se persuade de la calidad íntima de las verdades que se le transmiten. Creer por una obligación impuesta meramente por autoridad extrínseca no sería fe, sino un fideísmo que la tradición de fe cristiana rechaza» (20).

Esta argumentación de Juan Luis Segundo reclama nuevos distingos pues expresa el principio inmanentista propio del modernismo y que san Pío X señala en la encíclica Pascendi. La fe es, por definición, aceptación de la autoridad del Dios que se revela, y aceptar esa autoridad no puede llamarse fideísmo. Dios se ha revelado por hechos y palabras intrínsecamente vinculados que se nos han trasmitido por la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica. Creer al testimonio externo de la predicación de la Iglesia tampoco puede llamarse fideísmo. Por otro lado no hay «sello» ni «signo» que sea reconocible o legible sin fe. La fe es un don divino que permite reconocer los signos y el sello de Dios que se revela. Juan Luis Segundo afirma que el hombre llega a la aceptación de fe mediante la experiencia y la razón. Es cierto que ellas anteceden el acto de fe, pero no bastan para suscitarlo, ni son su fundamento. Es evidente que no son su causa eficiente, puesto que serían insuficientes para suscitarla por sí solos, sin una Revelación histórica exterior y sin la gracia interior. Lo que falta en el razonamiento de Juan Luis Segundo es, precisamente, tomar en consideración la Revelación exterior y la gracia interior necesaria para asentir a ella.

Como se ve, predomina en el pensamiento de Juan Luis Segundo la definición modernista de teología como traducción o interpretación, unas veces de la fe, y otras veces del dogma. Bien poco cuentan los contenidos de la fe como principios de la ciencia teológica, si para que resulten «inteligibles» se exige que sean interpretados y explicados por los principios de otras ciencias: «El dogma, como cualquier otro mensaje vehiculado por hombres, debe ser bien interpretado. Lo cual supone no sólo traducción correcta cuando se trata de lenguas diferentes, sino todo el trabajo histórico necesario para viajar desde la letra muerta del mensaje a la significación viva, hoy, de lo que con él se pretendía trasmitir ayer. Como se comprenderá fácilmente, esto requiere un importante trabajo de interpretación (=hermenéutica) histórica. Habrá que reconocer, entre otras cosas, cuál era el problema que se debatía o la crisis que se sufría cuando tal mensaje fue elaborado como respuesta» (21).

Juan Luis Segundo ha querido ahorrar a su público los tecnicismos de la «teología-ciencia de especialistas», pero lo confronta ahora con tecnicismos de especialistas en filosofía y en historia y con un pensamiento hermético para el común de los creyentes. ¿Por qué no emplear ese tiempo, energía y neuronas, -de los que se suponía no disponían los laicos a los cuales, por eso mismo no se les podía hacer una exposición teológica más completa-, en presentar el misterio trinitario y la cristología? El lenguaje del dogma no es comprendido las más de las veces, no porque sea «una letra muerta», sino por la ignorancia de los que no lo comprenden y la de los que debieran enseñar y explicar la doctrina. Se comienza ahorrando tiempo de exposición teológica y se termina derrochando tiempo en exponer largamente otras disciplinas quizás más «académicas» aún: filosofía, historia, sociología y ciencias naturales.

Se recordará cómo el pensamiento modernista y gnóstico se presenta como una reinterpretación de los datos de la fe para hacerlos más aceptables y comprensibles al hombre moderno, pero que termina en una hetero-interpretación de la fe a la luz de las ciencias humanas.

También en tiempos de san Ireneo, la gnosis antigua se presentaba como una «hermenéutica» es decir como una interpretación de la fe. «Lo que caracteriza al principio hermenéutico del dogma católico, según san Ireneo, es que en él la economía trinitaria, la confesión apostólica y el orden eclesiástico constituyen un solo y único ‘esquema’ que es el criterio mismo de la verdad revelada» (22). Dicho con otras palabras: el lugar hermenéutico es la comunión en el único Nosotros Divino-apostólico-eclesial. Sólo entiende el que pertenece. Misterio y Koinonía se retroalimentan. La Comunión, por la fe, permite conocer a las personas que integran el Nosotros, entenderlas, entender lo que dicen y entenderse entre ellas. El acto hermenéutico, es un fruto de gracia del Espíritu Santo, es decir un don de la comunión y no un acto de conocimiento solipsista, entendido, de manera naturalista, como «meramente natural»; o como la inmanencia vital y la experiencia inmanente modernista.


Tomado de:
http://www.feyrazon.org/Revista/Bojorge-Capitulo9.htm
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http://georges42.livelog.com
 
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