Interpretación cristiana de la fiesta
En la liturgia hay celebración porque se expresa el acontecimiento de la acción de Dios en la vida de la comunidad o de uno de sus miembros. Sobre todo se celebran los momentos transicionales de la existencia (nacer, crecer, enfermar) como una gracia recibida, que se quiere reconocer y agradecer explicitando a la vez aquello que les da sentido: el misterio pascual de Cristo. De ahí la memoria-narración del acontecimiento de Cristo.
Los hechos que se valoran en las liturgias sacramentales son los kairoi o coyunturas existenciales-históricas. La necesidad salvífica de los sacramentos no viene de que sin ellos Dios no se pueda autocomunicar al ser humano. De hecho Dios puede comunicarse a los hombres mediante su gracia fuera de la celebración de los sacramentos.
Hay siempre una indudable gracia presacramental. Esta gracia se comunica ya en la fe explícita del catecúmeno y en la fe implícita de sus actos de caridad. Pero los sacramentos son necesarios como celebración explícita de la gratuidad del don de Dios en Cristo, que el Espíritu hace presente en toda obra buena realizada por cualquier persona. Sin sacramento no hay todavía justificación, pero antes del sacramento hay ya un inicio de justificación.
Los sacramentos suponen una gracia que se manifiesta y se expresa; al manifestarla la intensifican. La celebración supone una gracia ya recibida. Si no se ha recibido la gracia no hay nada que celebrar. La gracia se ha recibido de una forma no litúrgica, pero es sólo al celebrarla litúrgicamente cuando esa gracia alcanza plenitud.
Pongamos dos ejemplos: el bautismo y la penitencia. ¿Está ya “en gracia” el catecúmeno antes de ser bautizado? ¿Es en el momento del sacramento cuando se hace hijo de Dios? Entonces, ¿qué pasa cuando un catecúmeno muere? ¿El bautismo de deseo tiene lugar en la hora de la muerte? ¿O hay que suponer que el catecúmeno muere en gracia, porque ya la tenía antes del momento de su muerte? Pero si ya estaba en gracia, ¿qué le añade el bautismo? La celebración de esa gracia.
El segundo ejemplo es el de la reconciliación. El cristiano que ha vivido en pecado grave, de espaldas a Dios, se arrepiente. Según la doctrina tradicional, un acto de perfecta contrición le devuelve ya a la gracia, aun antes de confesarse. Entonces ¿qué le añade la confesión y absolución sacramental? Es la celebración del perdón concedido. Esta celebración es muy importante. Todas las gracias concedidas son gracias que aguardan su consumación sacramental, su visibilización sacramental. Son momentos de un proceso que sólo culmina en el sacramento que ya anticipan.
El sacramento visibiliza la gracia recibida, y al hacerlo la intensifica y la confirma y le da una dimensión eclesial y social. Dos casados se quieren antes de la boda, pero sólo en el momento en que dicen sí, ese amor queda institucionalizado, confirmado, socializado. Un catecúmeno ya está en gracia de Dios, pero esa vida de gracia sólo se hace visible y se socializa en el momento del sacramento.
Además, en la vida de la gracia, cabe hablar de un proceso, de un más y de un menos. Hay casos en que la gracia recibida es sólo incipiente. En el momento del sacramento y gracias a él, esa gracia adquiere una nueva intensidad. Un ejemplo sería el de la fe imperfecta de muchos de los cristianos que vienen a la Iglesia a celebrar los sacramentos. Si no hay fe, si no hay gracia, no habría nada que celebrar. Pero por otra parte la celebración y su preparación pueden ser el medio por el cual esa gracia, a veces todavía muy rudimentaria, alcanza una plenitud. Esa es precisamente la responsabilidad de que nuestras ceremonias sean verdaderamente significativas.
G. Braulik ha escrito un artículo sobre el culto en el mundo del Deuteronomio. Subraya tres datos: la alegría y la diakonía de la comunidad de hermanos. La fiesta debe reunir a los marginados también. Vosotros fuisteis extranjeros en Egipto. Esta descripción está muy relacionada con el sumario de la Iglesia nacida en Pentecostés: alegría y diakonia, liturgia doméstica y puesta en común de bienes. Un tercer elemento es el memorial de los acontecimientos salvadores de Dios en la historia del pueblo. (Dt 16,1.3). Memoria de un éxodo y una aflicción, pero también de una liberación. Se recita un credo histórico (Dt 26,1-11), o una haggadá narrativa, precedida por la pregunta del niño que quiere saber por qué esa noche es distinta de las demás noches.
También en la Eucaristía la parte central es el relato de la institución, de la autodonación en forma de ágape, de su paso de este mundo al Padre. De aquí su fuerza consecratoria.
El sábado como fiesta es un doble recuerdo: de la creación y de la liberación. Dios descansó y bendijo el sábado, que se dedica a contemplar la belleza de lo que Dios ha hecho. Es una actividad no productivo-instrumental, sino contemplativo-gratuita. El descanso contemplativo de Dios es arquetipo del descanso humano y se transforma en fiesta. Pero además el sábado celebra la liberación de los trabajos pesados de Egipto (Dt 5,12.15).
El domingo es el primer día de la semana. Es recuerdo de la resurrección; ahora el rescate liberador alcanza a la muerte. Cristo es glorificado como Kyrios. En ese día se celebra la Eucaristía. Celebrar es alabar y hacer memoria, es recordar y actualizar la raíz de la historia.
También en la liturgia cristiana es importante la gratuidad. La mentalidad de la Ilustración nos impide captar y vivir esta gratuidad. La razón instrumental está obsesionada por lo utilitario. Parece que ninguna acción descansa sobre sí misma ni tiene valor por sí misma. Los sacramentos no son superfluos. . En una cultura dominada por la razón instrumental, la Iglesia había dado en un utilitarismo sacramental. La nueva teología del sacramento puede ser liberadora. Como dice J. Moltmann, en la experiencia litúrgica la estética debe primar sobre la ética, la gratuidad sobre la eficacia, lo bello sobre lo útil, la fantasía sobre el miedo y el disfrute gozoso de la vida sobre la programación racionalista.
La fiesta cristiana es gratuita, no sólo porque celebra el don gratuito de Dios, sino porque no es un medio para, sino un fin en sí. No es medio para moralizar, catequizar, o buscar ayudas sobrenaturales. No es medio para la salvación, sino presencia de la salvación.
La fiesta cristiana tiene también una dimensión escatológica. La celebración nos acerca a las ultimidades o postrimerías. Maranatha no significa sólo un deseo ‘Ven Señor’, sino una afirmación ‘el Señor viene’. Futurae gloriae nobis pignus datur: se nos da una prenda de la gloria futura. Tras las ultimidades no hay ya nada que venga después. La parusía presente sacramentalmente transparenta en la fiesta litúrgica el final de la existencia y de la historia
Todo lo litúrgico-sacramental acaece como signo, como primicia, si bien la plenitud aún no ha llegado. Tras la fiesta tornamos a la vida cotidiana. Tras el domingo viene el lunes. Tras la celebración hay que volver al trabajo y a la lucha. Pero hay que señalar periódicamente hacia dónde vamos, adónde nos lleva la lucha, sus motivaciones últimas, sus fines definitivos, el telos, el esjaton, el domingo que ya no tendrá un lunes, cuando entraremos definitivamente en su descanso (Hb 4,11). Ante este signo nos llenamos de esperanza. La liturgia no es una evasión de la vida cotidiana, sino una manifestación eficaz de su núcleo más íntimo, que nos devuelve las ganas de seguir viviendo.
P. M. Moreno, SJ