Ateísmo y desgracias humanas
Según el ateísmo teórico, Dios no existe. O, según el ateísmo práctico, si Dios existe no se interesaría por los hombres, no intervendría para nada en los asuntos humanos.
En esta óptica, ¿cómo afrontar el dolor de un enfermo, la rabia de las víctimas, la angustia de quien ha perdido a un ser querido, la frustración de quienes no consiguen aquello que soñaban?
El ateísmo puede afrontar estas y otras situaciones bajo una visión de tipo determinístico: existen fuerzas cósmicas y leyes psicológicas férreas que provocan terremotos, huracanes, destrucción, asesinatos y muerte. En otras palabras, el “mal” sería parte de una existencia que no tiene ni un origen en Dios ni un valor para lo eterno.
Otros ateos, con un altruismo profundo y sincero, buscan ayudar a los enfermos, vengar a las víctimas de injusticias asesinas, animar a los fracasados y deprimidos, ofrecer esperanzas a los que no encuentran un sentido para sus vidas.
Pero el altruismo más hermoso y más efectivo no llega a todos los hogares, ni calma miles de corazones abatidos, ni puede sostener en su lenta marcha hacia la muerte a los enfermos.
Sin un horizonte que vaya más allá de lo terreno, sin la mirada del corazón hacia un Dios que pueda curar heridas y consolar penas, millones de existencias humanas vivirían sin esperanza, sin consuelo, sin abrirse a algo grande, maravilloso, bueno y justo que existiría más allá de la frontera de la tumba.
El ateísmo no puede ofrecer una esperanza verdadera ante miles de dramas humanos. Sólo si nos abrimos a los horizontes del espíritu, donde el alma no termina con la muerte y donde es posible el encuentro con un Dios que es justicia y misericordia, es posible afrontar las pruebas y heridas de la vida con un bálsamo suave, que llega a lo más profundo de nuestros corazones anhelantes de una caricia sanadora y eterna...■
Padre Roberto Mena, S.T.