Jesús ruega por sus discípulos
Autor: Misael Cisneros | Fuente: Catholic.net
Juan 17, 11-19. Pascua. La santidad es un reto para todo bautizado a través de la oración.
Juan 17, 11-19.
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
Reflexión
Cristo continúa orando con su Padre, y así como pidió para que nosotros seamos uno, ahora pide al Padre que seamos santificados en la verdad. Y la verdad se encuentra en las palabras de vida que del Padre hemos recibido. Es decir, todas aquellas virtudes que nos ha enseñado y que nos pide imitar. Caridad, fe, abnegación y también santidad, que es el culmen de todas las virtudes.
Los cristianos de este siglo debemos aceptar que la santidad ya no es algo tan lejano y reservado únicamente a unas cuantas almas místicas. Prueba de ello son las numerosas beatificaciones y santificaciones que el Papa realizó en el siglo pasado y en el nuevo milenio.
La santidad, por tanto, es un reto que atañe a todo bautizado. Por el bautismo recibimos las ayudas para ser santos, sólo que a lo largo de nuestra vida esa blancura de nuestra alma se ha ido manchando y, por consiguiente, nos hemos alejado de la santidad. Hemos preferido adorarnos a nosotros mismo en lugar de Dios. Sin embargo, no por ello todo está perdido. Al contrario, la santidad es un reto que Cristo, a través de su Vicario en la tierra (el Papa) nos invita a conquistar. Un reto difícil y costoso porque nuestra naturaleza humana nos arrastra a las cosas de la tierra. Pero es un reto que cuando se ha tomado en serio, llena de profunda y verdadera felicidad. Porque se experimenta la dicha de vivir con la ilusión de agradar sólo a nuestro creador. De tenerlo en nuestro corazón y de rechazar todo lo que nos pueda alejar de Él. “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts 4, 3).