Cristo se deja llevar por el Espíritu Santo.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fintan Kelly
“Nos encontramos en la obra de Jesucristo al Espíritu Santo como guía y artífice de la misma. Lo encontramos en el umbral mismo de la vida de Jesucristo: en la encarnación como hacedor de la misma; y nos lo volvemos a encontrar al final, sellando la obra redentora de Cristo, el día de Pentecostés. Está presente a lo largo de toda su vida: lo conduce al desierto, lo unge en el Jordán, y se establece entre los dos una perfecta unión de tal manera que el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo.”
Salta a la vista en seguida que Cristo es un hombre espiritual. Ciertamente Él no es contrario al cuerpo, pero sí exige la mortificación del mismo. En Él impera el espíritu. Nos da la impresión de que su alma dirige su cuerpo, que es su maestra y señora.
Cristo también es espiritual en un sentido más profundo de la palabra: Él se deja llevar por el Espíritu Santo. Es lógico que las cosas sean así, pues Él es la segunda persona de la Santísima Trinidad que se deja guiar como hombre por la tercera persona, que es el Espíritu Santo.
Tal vez nunca vemos tan explícitamente que Cristo se deja llevar por el Espíritu Santo como en el caso de su estancia en el desierto. Después de su bautismo fue “empujado por el Espíritu Santo al desierto” para orar y sacrificarse. Al encontrarse de frente con el espíritu maligno, no se dejó engañar porque tenía la costumbre de siempre dejarse llevar por el Espíritu Santo.
Vemos aquí dos signos claros de la presencia del Espíritu Santo en su vida: Él oraba y se sacrificaba. Recordemos lo que dijo una vez sobre el método de echar fuera a los demonios: dijo que se echan “por medio de la oración y el sacrificio.”
Aquí estamos tocando algo esencial o nuclear en la vida cristiana: el cristiano debe dejarse llevar por el Espíritu Santo. Es como la tarjeta de identidad de un auténtico cristiano. El punto de referencia de la bondad o maldad de una acción para un cristiano siempre debe ser lo que dice el Espíritu Santo. Pero el Espíritu actúa a través de sus representantes, comenzando con el Santo Padre. Cuando el Papa aclara la doctrina cristiana muchas veces exige de los cristianos una humilde y sacrificada sumisión de su inteligencia y voluntad al Magisterio de la Iglesia.
Hay muchos casos en los cuales los cristianos tienen que dejarse guiar por el Espíritu Santo. Son bien conocidos los reclamos de los ambientes secularistas de permitir el aborto y eutanasia directos como “conquistas” del hombre moderno.
El Magisterio papal ha aclarado en diversas ocasiones la posición de la Iglesia sobre estos temas vitales. Esta posición no ha tenido una acogida demasiado favorable en ciertas partes del mundo. En el fondo constatamos que hay una lucha entre el Espíritu Santo y el espíritu de este mundo.
El Espíritu Santo llevó a Cristo a Jerusalén, a sacrificarse sobre el altar de la cruz para redimir a los hombres. El camino del Espíritu Santo nunca es fácil, como tampoco lo es el de Cristo. La vida cristiana es una lucha, es como nadar contra la corriente, es oponerse al espíritu de este mundo.
“Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, en los que es fácil sucumbir, aun sin darse cuenta; tiempos en que el Espíritu Santo actúa más intensamente que nunca, si cabe hablar de modo humano, para iluminar, apoyar, fortalecer, dar eficacia, arrojo y valentía a cuantos quieren ser apasionadamente fieles a Cristo nuestro Señor.”