Oído y lengua
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Una fábula antigua narra que Júpiter puso dos alforjas sobre los hombros de los seres humanos. En la alforja de adelante van los defectos de los demás; por eso continuamente los estamos criticando. En la alforja de la espalda llevamos los defectos propios; por eso casi no los vemos.
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Cuentan que Alejandro Magno solía taparse un oído con la mano cuando le traían quejas contra otra persona, pues el otro lo dejaba para escuchar al acusado.
Santa Teresa de Jesús jamás hablaba mal de los demás, las otras personas tenían las espaldas bien guardadas con ella.
“La lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas” (St .3,6). Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición” (St , 6, 9-11). Nos sirve para elogiar, decir la verdad, anunciar buenas noticias, y gracias a ella podemos entendernos; sin embargo, con la lengua también mentimos ofendemos e injuriamos.
Nunca nos percataremos lo suficiente del daño que podemos hacer al ser ligeros al hablar. La crítica y murmuración acarrean enemistades entre amigos, conflictos y separaciones en los hogares. “Las malas lenguas siempre tienen veneno con que emponzoñar, y no hay nada que pueda librarse de ellas” (Moliere).
“Debes meterte en la cabeza”, dice Don Quijote a Sancho “todo el conocimiento que es menester para ser mi escudero. ¿Qué sabes tú de la lengua?” Debemos meternos bien en la cabeza que la lengua no sólo sirve “para pedir de comer e insultar a pícaros y ladrones”, como decía Sancho. Con la lengua podemos bendecir o maldecir, dar vida o matar.