LA ENCARNACIÓN
Objetivo: Saber que Dios nos ama tanto que se hizo hombre, como nosotros, para salvarnos de nuestros pecados.
HECHO DE VIDA:
En una ciudad de los Estados Unidos, vivía Robert con su esposa e hijos. Era invierno y nevaba mucho. La noche del 24 de diciembre su familia se alistaba para asistir a la misa de Navidad (Misa de Gallo). Irónicamente, él increpaba a su familia diciéndoles que no tenía sentido todo ello, que aquello que creían no era cierto; no podía comprender cómo un Dios tan grande y poderoso se había hecho hombre para salvar a la humanidad. ¨ ¡Es un absurdo!, ¡eso no va conmigo! ¨, decía. Al quedarse solo en casa, encendió la estufa y cogió un libro. De pronto, sintió como si sobre el techo cayesen grandes piedras. Al salir a la calle, para ver lo que pasaba, vio que muchas palomas volaban sobre su casa en busca de refugio y que, por el frío de la nieve, iban cayendo precipitosamente. Preocupado, abrió las ventanas y encendió todas las luces para que las palomas pudiesen entrar y salvarse, pero éstas no podían ver a causa de la nevada. Abrió el garaje, y tampoco dio resultado. Intentó hacerles señas con las manos y gritó ¨ vengan, por aquí ¨ , mas también fue inútil. Lleno de tristeza al ver que varias de ellas seguían cayendo, se dijo a sí mismo: ¨ Si sólo por un instante me convirtiese en paloma, yo les enseñaría el camino para que ellas pudiesen encontrar el camino de su salvación ¨. Al decir esto, escuchó las campanas anunciando la medianoche: en ese momento, reconoció, por vez primera, el misterio de la Encarnación, Dios se hizo hombre para enseñarnos el camino de la salvación. En medio de su inmensa alegría y con lágrimas en los ojos, Robert dio gracias a Dios por este magnífico don.
Preguntas para compartir:
¿Cuáles crees que son las dificultades que encuentran algunas personas para aceptar el misterio de la Encarnación?
¿Qué haces tú para que los demás encuentren y sigan el camino de la salvación?
¿Cómo se manifiesta en tu vida el misterio de la Encarnación?
CONTENIDO DOCTRINAL:
1. La historicidad de Jesús:
Los documentos que con mayor claridad y firmeza testifican la existencia histórica de Jesús son los Evangelios. Estos escritos son unas biografías fragmentarias de Jesús. Su finalidad es religiosa y pastoral: buscan la difusión de la fe en Jesús para que los creyentes alcancen la salvación. Se interesan, por tanto, más en la realización histórica del plan de Dios, que en los personajes y el contexto históricos en los que se fundan. Sin embargo, esa finalidad salvífica se fundamenta en la existencia histórica de Jesús de Nazareth, con sus enseñanzas y los hechos de su vida, hasta el punto que si Él no hubiera existido, carecería totalmente de sentido la fe cristiana.
La figura histórica de Jesús aparece proyectada en una época claramente determinada y bastante conocida por los historiadores romanos. No hay duda de que Jesucristo vivió en los tres primeros decenios de nuestra era en Palestina, entre los años 6 - 7 a.C. y 30 d.C. Con toda seguridad podemos decir que Jesús nació en tiempo del emperador Augusto (63 a.C-14 d.C) (cf. Lc 2,1), actuó durante el régimen del emperador Tiberio (14 - 37 d.C.), que Herodes, al que llama “zorro” (cf. Lc 13,32), era tetrarca de Galilea (4 a.C. - 39 d.C.)(cf. Lc 3,1), y que murió bajo el procurador Poncio Pilato (Mc 15,1).
San Mateo y San Lucas citan su genealogía, el lugar donde nació y vivió la mayor parte de su vida, sus parientes y vecinos. Además, en los relatos evangélicos aparece el trasfondo histórico de la sociedad en la que vivió Jesús. Esto ha sido contrastado con los datos que nos ofrecen los escritos judíos y los historiadores romanos.
2. ¿Qué es la Encarnación?
La Iglesia llama “Encarnación” al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido nuestra naturaleza humana para llevar a cabo, por ella, nuestra salvación.
El prólogo del Evangelio de San Juan nos descubre el misterio de Cristo como misterio del Verbo encarnado:
“Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Único, lleno de gracia y verdad.” (Jn 1,14)
Esta afirmación contiene la idea de la encarnación, de la humanización de Dios, que desde los días de la Iglesia primitiva pertenece a las afirmaciones esenciales de la fe cristiana. El que la Palabra eterna de Dios asuma nuestra naturaleza y que llegue a identificarse con un hombre determinado, constituye la cima de la revelación de Dios en la historia. Por ello, desde el comienzo del cristianismo, se puso el acento en la humanidad real de Jesús, el Hijo de Dios, en contra de las doctrinas gnósticas heréticas que la negaban.
“Podréis conocer en esto al Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que ése es del Anticristo, del cual habéis oído decir que iba a venir, pues bien, ya está en el mundo.”
(1Jn 4,2-3)
3. ¿Por qué el Verbo se hizo carne?
Jesucristo, el Verbo encarnado, asumió nuestra condición humana para salvarnos de la esclavitud del pecado y reconciliarnos con Dios:
“Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
El Hijo de Dios se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:
“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Hijo Único para que vivamos por medio de Él” (1Jn 4,9).
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.” ( Jn 3,16 )
Se encarnó para ser modelo de santidad:
“Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso sobre vuestras almas.” (Mt 11, 29)
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.” (Jn 14,6)
El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4).
“El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios” (San Atanasio).
4. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre:
El acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios, único y totalmente singular dentro de la historia de la humanidad, no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios.
La encarnación es, por tanto, el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona del Verbo. La Iglesia confiesa así que Jesucristo, el Verbo encarnado, es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. Él es, en efecto, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor.
El Concilio de Calcedonia (año 451) definió dogmáticamente la doctrina de las dos naturalezas de Cristo:
“Siguiendo a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15), engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el símbolo de los Padres.
Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni siquiera sentirla, ni enseñarla a los demás.” (Dz 148)