Templos de Dios
Recuerdo que mi madre me decía: “Mira, aquí está Dios”. Tenía temblor su voz cuando lo mencionaba. Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: “No lo busques fuera. Cierra los ojos y oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral (Martín Descalzo).
Dios habita en nosotros siempre y en todas partes. ¿Por qué no enseñar esta verdad fundamental a todos? Dios, Creador y Padre, está presente en cada uno de sus hijos, está atento a todos sus pensamientos, proyectos y actividades. No se extraña de nada. Nada le altera. Es lento a la ira, rico en paciencia y bondad.
Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Y no nos ha abandonado; sigue cuidándonos y alimentándonos. Vela por nosotros...
Tal bondad no depende de nuestro comportamiento. Él hace salir el sol sobre buenos y malos... Y si viste de belleza a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, ¿qué no hará por nosotros, sus hijos (Mt 6,26-30), infinitamente superiores a las flores y animales?
Dios está presente en cualquier ser humano. Lo sienten cercano y amigo todos aquellos que creen en Él. Por medio de su Espíritu nos ofrece sus dones: amor, paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio propio (Gá 5,22)... Sólo hace falta creer en Él y dejarle libertad para darnos un “corazón de hijo” rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gá 3,26).
ANÉCDOTAS Y TESTIMONIOS
RECOGIDAS Y REDACTADAS POR Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD