RECONOCER SU ROSTRO
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
En la obra de Oscar Wilde, el retrato de Dorian Grey, se cuenta la historia de un hombre ciertamente con éxito en todos los ambientes, y lleno de inocencia en el alma. Es entonces cuando alguien le hace un retrato que refleja a las claras lo que es. Pero aquel hombre quiere conservar aquello a costa de lo que sea, y vende su alma al diablo. A partir de ese momento, lo que ocurre es que mientras para él parece detenerse el tiempo, el cuadro será el que refleje el transcurso de los días y el estado de su alma. Mientras él sigue asombrando a todos con su “imagen”, aquella pintura maravillosa empieza a mostrar un rostro diferente. Se está convirtiendo en una conciencia demasiado cruda para que hable todos los días, así que acaba por dejar aquella pintura arrinconada en un desván. Pasa el tiempo, hasta que en un determinado momento se da cuenta de quién es, en quién se ha convertido. Allí en el desván ve su alma, deformada, mientras él sigue, aparentemente, dando la imagen de la inocencia. Y no lo aguanta. Termina destruyendo el cuadro que es la triste imagen de su interior.
El cristiano es imagen de Dios. Cuando se da cuenta de ello, trata de parecerse a él, a Jesús.
A. Schweitzer, Premio Nobel de la Paz, escribe sobre Jesús: "Todas las épocas sucesivas de la teología han ido encontrando en Jesús sus propias ideas y sólo de esa manera conseguían darle vida. Y no eran sólo las épocas las que aparecían reflejadas en él: también cada persona lo creaba a imagen de su propia personalidad. No hay, en realidad, una empresa más personal que escribir una vida de Jesús".
Se ha escrito según la experiencia que se ha tenido de Jesús. Los primeros cristianos creían en el resucitado y vivían con gozo su fe. Este mismo gozo lo tenían los mártires quienes ofrecían la vida por el Señor. San Ignacio dirá "quiero ser cuanto antes trigo molido por los dientes de los leones para ser pan de Cristo".
Luego aparecerán el Pantocrator, el "caballero ideal", el Gran Rey, el Cristo pobre y pequeño de los belenes de Navidad, de Francisco de Asís, el gran revolucionario, Cristo Superestrella.... Renan nos dice que es el "hombre perfecto, dulce idealista, revolucionario pacífico". Harnack: "el hombre que lo único que hizo fue devolver al mundo la revelación del sentimiento filial hacia Dios Padre; la segunda corriente sólo se fija en el Cristo de los humildes y ofendidos, como precursor de una especie de socialismo evangélico".
Cristo es el mismo, el de ayer, el de hoy y el de siempre el que se encarnó en el seno de Santa María, el que nació en Belén, el que aprendió a obedecer en amor, el que predicó la Buena Nueva, el que "destruyendo en sí mismo la enemistad, muro de separación entre los hombres, reconcilió a todos por medio de la Cruz” (Cfr. Ef 2, 14-16).
Nos toca a todos reconocerlo y seguir sus pasos. El nos compromete a eliminar cualquier causa de odio y venganza". Él es luz, camino, vida, maestro, pero es necesario reconocerlo.
En uno de los muros de la catedral alemana de Nuestra Señora del Lübeck hay escritas unas lamentaciones que Jesús hace a sus seguidores:
«Me llaman luz y no me creen.
Me llaman camino y no me recorren.
Me llaman vida y no me desean.
Me llaman maestro y no me siguen.
Me llaman Señor y no me sirven.
Dicen que soy justo y no me temen.
Dicen que soy misericordioso y no confían en mí».
Con razón decía San Ambrosio:
«Todo lo tenemos en Cristo. Todo es Cristo para nosotros:
Si quieres curar tus heridas, él es médico.
Si estás ardiendo de fiebre, él es manantial.
Si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia.
Si tienes necesidad de ayuda, él es fuerza.
Si temes la muerte, él es vida.
Si deseas el cielo, él es el camino.
Si refugio de las tinieblas, él es luz.
Si buscas manjar, él es alimento.»