NUESTROS ÍDOLOS DE BARRO
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Tared, el padre de Abraham según el Talmud, era fabricante de ídolos de terracota. Sus estatuillas eran objeto de gran veneración y culto como emanación de los dioses. El Hagadá, que ilustra la ley civil y religiosa del judaísmo cuenta en “El comercio de las cosas sagradas” que un día Tarej le dijo a su hijo: “Ha llegado el día en que debes aprender a ganarte la vida.
Vete al mercado y vende estos ídolos” El pequeño cogió algunas mercancías del almacén, las metió en un cesto y se fue al mercado. “¿Qué es lo que vendes?”, le preguntó un anciano. “¿Dioses?, buen hombre”, contestó Abraham.
“Dame uno que me transmita su fuerza”. Abraham sacó uno del cesto y se lo dio. Se le presentó un joven y le dijo: “Quiero un ídolo poderoso que se parezca a mí y al que quiero parecerme” El hijo de Tarej le vendió uno para que el muchacho lograra sus deseos. “Soy una pobre viuda.
Quiero un ídolo rico y valeroso que me proteja”, le dijo una mujer. Y Abraham se lo vendió. Cuando hubo acabado con todas sus existencias llamó a los compradores y les dijo:
“Desgraciado el anciano que se inclina ante una estatua fabricada ayer. No es justo que un joven se arrodille ante un muñequito de arcilla. No tiene sentido que una mujer adore una estatua de barro.
Aquí tienen su dinero. Vayan y fabríquense sus propios dioses”. Y así fue cómo Abraham terminó por no vender ninguno de sus ídolos de terracota.
Nosotros también buscamos ídolos en el deporte, en la política, en los campos de la fama. Queremos que los ídolos nos transmitan su fuerza, nos contagien su éxito, que nos protejan de los fracasos y nos den la victoria. Y los ídolos, muchas veces no nos pueden dar nada, porque nosotros no somos capaces de descubrir lo que llevamos dentro.
José Luis Rodríguez Zapatero concluía su discurso de investidura con un desiderátum “Un ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes”. Esto, sin atender a quien lo dice, podría tratarse de un compendio del ideario socialista o del pensamiento cristiano, una utopía de toda gente de buena voluntad.
Tomás Moro inventó en el siglo XVI la voz “utopía” para designar un mundo ideal en el que los humanos convivían en paz y orden y eran todos iguales. Así comenzó un género literario y político que ha tenido una fuerte influencia en el mundo.
Se trataba de conseguir lo mejor, una vida ideal. Pero lo que se consideraba la ciudad ideal se convertía en gulags o en comunidades totalitarias que acababan ahogando toda clase de libertad. Así surgieron muchas dictaduras comunistas como las de Unión Soviética, China, Camboya, Cuba... .
“Utopía y desencanto” es el título de un libro de Claudio Magris, donde se recoge el principio de que “lo malo de las utopías es cuando precisamente se realizan” o se trata de ponerlo en práctica.
Anatole France decía que “gobernar es crear descontentos”. Tolstoi escribía que “es más fácil dictar leyes que gobernar”.
Ese es el reto de cualquier político en este tiempo de incertidumbres y descontento. Antonio de Guevara escribió en su “Relox de príncipes”. “Porque si en alguna cosa, por ínfima que fuese, hallásemos contentamiento, en ella y no en otra pondríamos nuestro paraíso... El que es loco con cualquiera cosa se contenta, mas el que es cuerdo no fácilmente se arroja ni determina”.
No siempre el gobierno perfecto se puede conseguir, pero sí el menos malo. “El gobierno menos malo, decía Alfredo de Vigni, es aquel que hace menos ostentación, que se hace sentir menos y que resulta menos caro”.
A los gobernantes nunca les faltarán asesores. Asesores famosos fueron Bías de Priene, Quilón de Esparta, Cleóbulo de Lindos, Periandro de Corinto, Pítaco de Mitilene, Solón de Atenas y Tales de Mileto, más conocidos por “Los siete sabios de Grecia”.
Cervantes ya sabía lo que eran los asesores. En el Capítulo XXXII de su inmortal obra hace decir a Don Quijote: “Por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saber leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo; que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor”.
Dicen los que odian a los asesores que si Colón hubiera tenido un asesor probablemente no hubiera llegado al Nuevo Mundo. A veces los consejeros no sirven, cuando no trabajan, como hicieron los asesores de aquel equipo de remeros españoles que compitieron con los de Japón. El equipo nipón estaba formado por un jefe y diez remeros; el español, por un jefe, nueve asesores y un remero. Cuentan las crónicas que ganaron los japoneses. Pero a la hora de explicar la derrota, el informe que publicaron los asesores españoles llegaba a la siguiente conclusión: “El remero es un incompetente”.
Es difícil gobernar a otros, pero es mucho más dificultoso gobernarse a sí mismo. Cada uno tiene que saber qué es lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer y lo que hay que dejar hacer”.