La nueva postura del sacerdote de cara a la asamblea marca una claro giro de énfasis teológico..., subraya la imagen del BANQUETE. Más bien que representar al pueblo que ofrece sus dones a Dios representa a Dios que ofrece sus dones a su pueblo presentándoles una oferta de salvación.
La teología medieval anselmiana insistía en su peculiar concepto de la redención como "satisfacción" de una deuda. Jesús, hombre-Dios, venía a satisfacer al Padre la deuda de Adán, una deuda infinita, que sólo alguien que fuera a la vez Dios y hombre podría pagar. Jesús cancelaba esta deuda mediante su muerte en la cruz y así quedaban los hombres reconciliados con Dios.
El hombre necesita ser reconciliado con Dios, pero en la teología anselmiana, la dificultad de la reconciliación estaba en la parte de Dios. Dios estaba indispuesto hacia el hombre y por lo tanto era necesario disponerle bien para que accediese a la reconciliación.
En cambio, en la teología de la Iglesia oriental se insiste en que es el hombre quien está mal dispuesto hacia Dios, es el hombre quien debe convertirse hacia Dios. La acción reconciliadora de Jesús no va dirigida a cambiar la disposición del Padre sino a que cambie la nuestra.
De entrada, Dios está bien dispuesto hacia el hombre. Precisamente lo que Jesús ha venido a revelarnos es esta eudokia de Dios hacia el hombre. Dios nos ha amado cuando todavía éramos pecadores, Dios no nos ama cuando ya estamos reconciliados con él, sino que nos reconcilia con él porque nos ama. La redención es iniciativa del Padre que nos amó primero.
Por eso el sacerdote al representar la acción redentora de Jesús no está de cara a Dios sino de cara a los hombres. La liturgia no es fundamentalmente el culto que los hombres dirigen a Dios sino la acción salvífica que Dios hace a favor de los hombres.
La manera anselmiana de entender la redención atribuye un valor salvífico sólo a la muerte de Jesús, a su sangre y a su sufrimiento que son la satisfacción por el pecado. La encarnación sería sólo un paso previo, la vida y predicación de Jesús no tenían valor salvífico.
Pero en realidad, Jesús redime la condición humana viviendo y muriendo de una manera nueva, viviéndose en una total autodonación por amor. La muerte de Jesús recibe su sentido del modo como vivió su vida. Y la vida de Jesús se ve confirmada y rubricada por el modo como murió. Pero esa vida y esa muerte son salvadoras sólo en virtud de la resurrección.
La teología occidental está en proceso de liberarse de este modelo anselmiano de redención. En realidad, la salvación ha sido una iniciativa del Padre que ya nos amaba cuando todavía éramos pecadores. Fue iniciativa del Padre enviarnos a si Hijo Salvador como cabeza de una nueva Humanidad. Jesús no murió porque él mismo buscara la muerte, ni porque el Padre se la exigiera. El Padre no lo envió a morir, sino a vivir. La acción del Padre no consiste en matar a su Hijo, sino en resucitarlo, aceptando su ofrenda amorosa.
Para Jesús, vivir una vida plenamente humana como la nuestra, suponía la solidaridad con nuestra condición mortal. Sólo con su muerte puede Jesús completar su total identificación. El modo cruel como Jesús sufrió su muerte no es consecuencia de un destino ineluctable fijado por Dios Padre, sino que es consecuencia de la crueldad de los hombres que no podían tolerar la presencia de un justo en medio de ellos. Dios nunca pudo complacerse con la muerte de su Hijo. La muerte en la cruz de Jesús fue el pecado más horrible de todos cuantos ha cometido nuestra Humanidad y Dios nunca puede querer ningún pecado con una voluntad de beneplácito.
Cuando decimos que Jesús murió por nuestros pecados queremos decir que murió porque la humanidad pecadora no pudo por menos que matarle. Murió porque éramos pecadores. Si hubiésemos sido justos nunca le hubiésemos matado y Jesús no hubiera padecido esa muerte. No es el Padre quien quiere la muerte de Jesús en la cruz, sino la humanidad pecadora. Dios permite que su Hijo muera de esa manera tan horrible, toda vez que había querido para él una vida humana con todas sus consecuencias. El Padre no intervino para salvarle de sus enemigos, porque Jesús había asumido una vida sin privilegios ysin salvoconductos.
Dios quiso con voluntad de beneplácito la encarnación de su Hijo, se complació en el amor tan grande que Jesús le mostraba al asumir con todas las consecuencias de una vida mortal, pero Dios no es responsable de que esa muerte tuviera esas circunstancias tan trágicas y dolorosas.
Jesús muere porque fue fiel a la línea de conducta que le había sido marcada, mostrándonos el verdadero rostro del Padre. En este sentido podemos decir que murió por el cumplimiento de la Voluntad del Dios. Si Jesús se hubiese alejado de la voluntad de Dios, si no nos hubiese transmitido fielmente su mensaje, si hubiese llegado a un arreglo con los poderes de este mundo, o si hubiese huído abandonando su misión, ciertamente que no habría muerto crucificado. Es sólo porque fue fiel a la misión encomendada por lo que encontró aquella muerte tan horrible.
P. Martínez, S J