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 Dios tambien es inmigrante

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MariCruz
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MensajeTema: Dios tambien es inmigrante   Dios tambien es inmigrante EmptySáb Jul 21, 2007 2:53 am



DIOS TAMBIÉN ES INMIGRANTE

Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D



No hace mucho tiempo me encontré con una colombiana, madre de 6 hijos y me contó cómo ha sido su experiencia como inmigrante en los Estados Unidos. El nombre de esta buena mujer es Martha Rodríguez. Llegó hace dos años, junto con su esposo e hijos, dejando atrás familiares, amigos, trabajo, ciudad, negocios... Y tuvo que empezar todo de nuevo, en un medio diferente, sin seguridades, sin garantías. En la crisis económica de su país, perdieron todos sus ahorros y propiedades. Llegaron con 500 dólares, una tarjeta de crédito, sueños y esperanzas.


De Colombia tuvieron que salir corriendo, porque la vida de su esposo, la de ella y la de sus hijos corrían peligro de secuestro. Precisamente, hacía poco tiempo que acababan de secuestrar a un hermano suyo. Y esta familia, con todo el dolor del alma por no poder brindar su presencia física a sus padres y hermanos en esa situación tan dolorosa, entendieron que la voluntad de Dios era proteger su vida y afrontar el nuevo reto de emigrar.


El esposo estaba bastante deprimido y preocupado por la gran responsabilidad frente a su familia y no sabía si iban a ser capaces de asumirla. Ambos, haciendo muchos esfuerzos, tratando de ubicarse, perdiéndole el temor a empezar todo de nuevo, a las autopistas, a las distancias, al aprendizaje del idioma, a las nuevas condiciones para los hijos, a todo lo que esta nueva situación les demandaba, se lanzaron a esta aventura.


La vida en su país era más cómoda, contaban con mucha ayuda de empleadas en la casa, una situación económica más o menos holgada, tanto ella como su esposo eran profesionales muy activos, en un medio donde los conocían y les ofrecían oportunidades. Ahora en Estados Unidos, están aprendiendo hasta a cocinar, a hacerse cargo de todo, con un idioma que no dominan, desconocidos para el medio, sin títulos y sin crédito.


Aquí han tenido un gran encuentro con Dios y, como consecuencia, han crecido en paciencia, en serenidad, en actitud positiva hacia la vida y en enfrentar los retos de cada día.


La primera novedad que agregó Martha a sus prácticas de piedad fue la incorporación del rezo del Santo Rosario de manera permanente y diaria. Sabía que el mejor regalo que podía ofrecer a su hermano secuestrado y a todos los demás familiares era la oración frecuente. No entendía por qué la Iglesia daba tanta importancia a María y al rezo del Rosario y se fue interesando en aprender más, en leer e investigar y, sobre todo, a vivir lo que creía.

Cada día se fue sintiendo con más fuerzas para echar hacia delante, con más amor por las cosas de Dios, con más deseos de servir a los demás y a la Iglesia. Entendió que, de la mano de María, el Espíritu Santo se manifestaba más próximo, más claro, en todos los detalles de sus vidas.


Entendió que el rezo del Rosario, además de acercarla más a la Madre de Dios, le permitía meditar sobre toda la vida de Jesús, pensar con más detenimiento en sus sueños, esperanzas, en los aspectos que debía mejorar en sí misma de cara a tener una vida más cercana a lo que Dios le pedía. Invitó a un grupo de amigos, inmigrantes también, a compartir la experiencia de rezar el Rosario y se empezaron a reunir en su casa, una vez a la semana.


El grupo fue creciendo en integración, en unión a la Madre común, y aunque enfrentaban cada uno los diferentes problemas de adaptación, todos se sentían apoyados y respaldados mutuamente y con más fortaleza interior para seguir hacia adelante. Se vincularon a la parroquia vecina para constituir una célula evangelizadora con la guía espiritual de la Iglesia.


Hoy, cuando esta mujer me hacía un balance de lo que había sido su experiencia, decía que valían la pena todas las dificultades; éstas habían sido medios para acercarla a Dios, tanto a ella como a su familia y amigos. Ahora comprendía que si bien existen los vínculos que nos unen a nuestros países de origen, la unión con Dios, nos hace comprender que no existen fronteras sino las que hacemos con nuestra propia mente, que todos somos hermanos aunque estemos en distinto suelo. Gracias a María y al rezo del Santo Rosario, el encuentro con Dios se hacía cada día más personal, más profundo, más retador al cambio interior.


Entonces, ¿ahora las cosas van marchando sobre ruedas?, le pregunté. “Bueno Padre, tanto como sobre ruedas no. Hemos avanzado mucho. Estamos trabajando mi esposo, los hijos mayores y yo. Fue una gran bendición saber que teníamos verdaderos amigos. Amigos que nos apoyaban, que nos motivaban a emprender el nuevo camino, que confiaban en nuestra capacidad de trabajo. Ya llevamos dos años con buena historia de crédito y eso nos ha abierto algunas puertas.

En este país es increíble cómo, si haces las cosas bien y trabajas con disciplina, las cosas se facilitan poco a poco. De todas formas, todavía tenemos mucho que avanzar. Ninguno está dando profesionalmente lo que es capaz. El idioma todavía nos limita un poco, tenemos que hacer más esfuerzo por mejorar.



Nuestro compromiso de trabajar en las cosas de Dios apenas ha empezado, tenemos que entregarnos mucho más. Y todavía quedan muchos retos interiores por los cuales trabajar, mejorar defectos y ampliar virtudes, esa es tarea de toda la vida”.


En la parte espiritual decía Martha: “En nuestros países creíamos en Dios, pero aquí hemos descubierto que es el eje de nuestra vida. Empezamos a interesarnos más por lo que permanece, por lo que nos hace mejores personas, por lo que nos aumenta la capacidad de amar. Se aumentó nuestro enfoque a santificar nuestras vidas, mejorando cada día en cada una de nuestras funciones cotidianas y con deseos de poner nuestro grano de arena en la construcción del reino de los cielos desde aquí en la tierra, en medio de nuestras realidades, dificultades y fortalezas. Esperamos que Dios siga aumentando cada día ese deseo de servirle a través de la mejora permanente, de la oración, de sus sacramentos y del servicio a los demás”.


Y cuando dejé a Martha, sentía como nuestro Dios había estado grande con ellos, como lo está con tantos inmigrantes que, en situaciones difíciles, tienen que dejar su tierra y lanzarse a una nueva aventura. Y es que Dios, de alguna forma, también es inmigrante, pues Él guía y acompaña a cada caminante.
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