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 Luz en la noche

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MariCruz
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MensajeTema: Luz en la noche   Luz en la noche EmptyMar Ago 28, 2007 1:36 am




LUZ EN LA NOCHE
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D



Luz María Perdomo es una mujer baja de estatura, pero con un corazón grande para amar a la gente. Nació en un pequeño pueblo de República Dominicana, muy pobre donde sólo crecían los cactus, cambrones y toda clase de arbustos espinosos. El polvo de los caminos vecinales parecía el único alimento de aquella gente. La casa era sombría y Luz creció entre muebles antiguos y destartalados, curtida por el sol, mal alimentada, infestada de parásitos, comida por los mosquitos Esta dura realidad no logró hacer de Luz una persona triste y melancólica, al contrario, era portadora de un soplo de vida, de paz y de esperanza y por su mente vagaba un mundo de colores, de sabores, de hadas y cuentos, traídos y arrastrados por una loca y enfermiza fantasía.

Desde niña, supo lo que es el duro trabajo del campo, pues por ser la mayor de diez hermanos tenía que acompañar a su padre a labrar la tierra para la cosecha. Su niñez no fue como la de las niñas de su tiempo, nunca jugó con muñecas, ni peluches, no tuvo tiempo de ir a la escuela, su padre le decía “la escuela es para perder tiempo”. Mientras esperaban la cosecha, el cazabe era su salvación, todas las tardes Luz estaba frente a un enorme horno para quemar el cazabe. Cierto día tuvo que hacerlo sola y se quemó las dos manos las cuales quedaron marcadas para toda la vida recordándole todavía hoy aquella tarde que creyó morir.

Siendo ya una jovencita emigró a Estados Unidos con una familia muy rica. Aquí hacía de cocinera, de nana, de la encargada de la limpieza... Un día fue maltratada y violada por el señor de la casa; fruto de aquel acto deshonroso nació una linda niña la cual fue arrebatada de su lado y por la cual todavía llora ya que ni siquiera la conoce.

Siguió su camino de casa en casa trabajando para ayudar a sus padres que ya estaban ancianos y enfermos. Sus días pasaban entre lágrimas y preguntas sin respuestas y así se esfumaba el tiempo; su cuerpo cansado y sin ilusión para vivir se iba apagando, hasta que un día encontró un hombre que se la llevó a su casa. De esta relación nació una hija, al cabo de unos años el hombre murió y Luz quedó sola con su hijita de seis años. De nuevo surgieron las preocupaciones, pero esta vez tenía una razón para seguir viviendo: “su hija”. Trabajó en lo que sabía hacer y así pudo darle a su hija lo que ella no recibió: cariño, educación... Sin embargo la joven no supo valorar lo que había hecho su madre por ella y se convirtió en una persona vanidosa y presumida a quien le daba vergüenza presentar a su madre y muchas veces la maltrataba delante de sus amigas. Cansada de su madre decidió irse con una tía suya.

De nuevo la soledad y la tristeza vuelven a tocar las puertas de aquella mujer generosa y fuerte. Al sentirse sola y abandonada por su hija su corazón no resistió más y un día de 1996 le vino una trombosis que la dejó paralítica.
Sus vecinos y amigos la ingresaron al hospital y milagrosamente se recuperó. Como no tenía para donde ir, una amiga se hizo cargo de ella hasta que ya no pudo más atenderla.

En el 2001 pasa a vivir a una residencia para ancianos, su vida empieza a cambiar, su rostro ya no refleja la amargura que la había acompañado desde la niñez, ahora tiene nuevos amigos, un ambiente diferente. Luz sonríe cada mañana, brinda sus servicios de costura a sus compañeros, con pasos lentos limpia las mesas, ordena el comedor, ya no trabaja por necesidad sino por amor. Algunas veces llora y entre sollozos se le escucha decir “ yo no era así, yo caminaba bien” o “ quiero ver a mis hijas”. Luz es una persona muy agradable con una fe inquebrantable, siempre tiene una palabra de aliento para dar.
Los días amargos de esta humilde mujer son ahora los más dulces que ha podido saborear porque el hoy puede hacer realidad los sueños de ayer.

Luz ha podido comprobar que es verdad lo que dice F. Alberoni: “La felicidad se nos aparece de improviso cuando no pensamos para nada en ella, como si nos siguiese y esperase a que estuviéramos distraídos para ponerse de manifiesto”.

Cuando terminé de hablar con Luz me recordé de lo que dice Ortega y Gasset:
“A veces padecemos una vital decadencia que no procede de enfermedad en nuestro cuerpo ni en nuestra alma, sino de una mala higiene de ideales”. A Luz la vida le empujó a soñar, a emigrar, a vivir de la fuerza interior que poseía. “Estoy convencido, decía Vaclav Havel, de que en este valle de lágrimas no existe nada que pueda quitar a uno la esperanza, la fe, el sentido de la vida. Uno los pierde cuando es uno mismo el que falla, cuando sucumbe a la tentación de la nada”.
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