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 Lo nuestro es oir

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MariCruz
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MensajeTema: Lo nuestro es oir   Lo nuestro es oir EmptyDom Ago 26, 2007 5:14 am






LO NUESTRO ES OÍR
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D



Cuenta un relato Zen que un discípulo se quejaba continuamente con su Maestro de estar ocultándole el último secreto para alcanzar la iluminación. El Maestro, sin embargo, no tenía la más mínima intención de ocultarle nada. Un día, maestro y discípulo salieron a pasear juntos por el bosque. Mientras caminaban, oyeron cantar a un pájaro. “¿Has oído el canto de ese pájaro”? “Sí”, respondió el discípulo, comprendiéndolo todo de repente. “Bien, ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada”, le dijo el Maestro. “En efecto”, asintió el discípulo.

Oír y escuchar. Es importante el saber hablar, el usar bien la lengua, pero es también muy importante el usar bien el oído, el saber escuchar.

Escuchar es distinto de oír. Oímos ruidos, palabras y lo hacemos sin que intervenga nuestra voluntad. Oímos sin querer. El escuchar es un acto consciente, voluntario y libre. Escuchar no quiere decir no hablar. Escuchar es algo más que estar callados.

Con frecuencia escuchamos sin oír, del mismo modo que también oímos sin escuchar. Escuchamos sin oír cuando queremos confirmar nuestras ideas en lo que dicen los demás. Dios quiere que le escuchemos. Escuchar a Dios: esa es la fuente de la felicidad y la vida. Para escuchar a Dios hay que hacerlo en el momento presente en que vivimos y hay que llevar lo que se escucha a la vida.

- Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho.

Dios es la palabra, al escucharla el creyente vive de ella. Dios habla en el viento y en el mar, pero no habla al aire, necesita la respuesta humana, alguien que pueda recoger esa palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la audición.

- El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: “Escucha, oh Israel” (Dt 6, 4). “Escuchen mi voz y yo seré su Dios” (Jr 7, 23). “Este es mi hijo muy amado... Escúchenlo” (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Para escuchar la palabra se necesita silencio interior y acercarse a él. Para acogerla hay que escucharla atentamente, prestar oído a su voz, con todo el corazón y toda el alma. Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abrahám, Samuel y María. La escucha requiere confianza en el que habla.

Pero la Palabra ni se impuso a nuestros padres ni se nos impone a nosotros. Vino a los suyos, a los de su casa y no la recibieron. La palabra es rechazada, no prende en el corazón de los ricos. Es sofocada, por las preocupaciones, placeres. Las vicisitudes por las que pasa la Palabra puede verse en la parábola del sembrador. El proceso de la no escucha empieza por la indiferencia y apatía y termina por el endurecimiento total del oído del corazón. No escuchar la palabra de Dios es privarse del agua de la vida y preferir las aguas que ocasionan la muerte.

Quien es de Dios escucha a Dios y como Dios, como Hijo de Dios, ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado. Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón. Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma .Todo el que es de Dios escucha sus palabras y las pone en práctica. Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz.

La palabra necesita ser puesta en práctica. El sentido hebraico de la palabra verdad, escuchar, acoger la palabra de Dios no es sólo prestarle un oído atento, sino abrirle el corazón, ponerla en práctica, es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la predicción oída.

Quien quiera tener vida deberá vivir a la escucha de todo lo que sale de la boca de Dios. En actitud de escucha a Dios deben permanecer siempre acompañante y acompañado, conscientes de que él sigue hablando en el hoy.

Escuchar a Dios en el aquí y en el ahora ya que Él habla en la historia. La escucha de la palabra hay que hacerla, por consiguiente, “hoy”. Hay urgencia en el hoy de Dios. Hoy quiere dialogar conmigo y salvarme, hoy me ofrece su vida y amistad. La respuesta será escuchar lo que dice el Señor, acoger su palabra y grabarla en el corazón. En esta actitud han de caminar los que tratan de discernir y seguir la voluntad de Dios.

Hay que escuchar a Dios. Lo suyo es hablar, lo nuestro es escuchar. En todo acompañamiento espiritual, pues, hay que escuchar a Dios y escuchar al otro.
Dios llama también al acompañante y al acompañado para que juntos puedan escuchar a Dios.
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